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Llegamos a la clase de artes con nuestra tarea en mano y una enorme sonrisa en el rostro.
El señor Rossetti puso los ojos en blanco al vernos.
Nos había encargado hacer alguna escultura famosa con arcilla. Xavier había tenido la maravillosa idea de esculpir a mujeres desnudas sólo para joderle la existencia al maestro.
Yo hubiera deseado hacer un bulto de Anubis pero Xavier insistió que sería graciosa su planeada broma.
Nos sentamos en nuestro lugar y observamos las obras de los demás. Jerry, el religioso, llevaba una escultura de Jesucristo con los brazos extendidos, no me sorprendía para nada.
Algunos chicos llevaban esculturas más famosas como bustos egipcios y griegos o figuras más características como las de las culturas asiáticas y centroamericanas.
El grupo de Amy llevaba unas de las mejores tareas de la clase. Robin había hecho una escultura de una mujer con un bastón largo y una serpiente enredada en su cuerpo.
Amy por su lado llevaba una especie de ángel con largas alas pero sin cabeza ni brazos.
—Te digo que el hippie no encaja con ellas —comentó Xavier al ver que yo los observaba— las chicas traen la mejor tarea de la clase y él ni siquiera la hace —torció los ojos.
—Muy bien, vamos a pasar a exponer sus tareas —anunció el señor Rossetti—. ¿Quién quiere empezar? —todos guardamos silencio.
—¡Yo empezaré! —dijo Robin levantándose con estilo.
Todos pusimos nuestra vista sobre ella mientras caminaba segura hacia el frente. Se giró hacía nosotros y acomodó su falda antes de empezar a hablar.
—Mi escultura la hice de Hécate, es diosa de la magia, la noche, los fantasmas y la muerte —explicó con orgullo y un tono solemne.
Jerry se encogió de hombros y se aferró a su pequeña escultura de Jesucristo.
—Ella es mi inspiración —continuó— Es la única diosa capaz de manipular a su gusto tanto el bien como el mal, está asociada con la brujería, la magia, la Luna, los portales y las criaturas de la noche, especialmente los perros infernales y los fantasmas —sonrió mientras le clavaba la vista a Jerry.
—Con eso es suficiente —intervino el profesor—. ¡Gracias, Robin! —le señaló su lugar.
A mí me causaba gracia la manera que tenía para hablar de cualquier tema sin temor a las críticas de los demás. Robin era de las que defendía sus puntos de vista a capa y espada.
—¿Quién quiere ser el siguiente? —preguntó el hombre.
—Yo lo haré —anunció Amy.
Se puso de pie con su hermosa escultura en las manos. Tenía bastante curiosidad por escucharla hablar sobre su tarea, me recargué sobre el pupitre y puse mi barbilla en mis manos.
