Lejanía.

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Sus dedos recorrían el conocido camino de su espalda. La línea suave y descendente de su columna que llevaba a esos hoyuelos en los que sus pulgares cabían perfectamente. La piel estaba tibia aún, cubierta por una capa ligera de sudor. No habían dicho nada hasta entonces.

Habían tenido sexo de muchas formas desde la llegada de Daeron pero nunca así. Fue casi desesperado, como si ninguno de los dos quisiera que terminara. Las caricias parecían ser insuficientes y los besos no bastaban para saciar la ansiedad de saber que les quedaba poco tiempo juntos.

Daeron había recorrido a Joffrey de los pies a la cabeza con las manos y los labios. Le había arrancado gemidos que eran como sollozos y le había dicho de todas las formas posibles que lo amaba, que era suyo... aunque las palabras tenían un sabor amargo que dejaba su boca sabiendo a hiel.

Joffrey dibujaba patrones imaginarios en su pecho desnudo y parecía querer encontrar refugio en los latidos de su corazón. La congoja se había instalado una vez más en su cuerpo conforme las palabras de su madre se repetían una y otra vez en su cabeza.
Todos sus planes se desvanecieron en un segundo, como la arena que es arrastrada por el mar sin control alguno.

-No me casaré con él - murmuró entonces y levantó la mirada para ver a Daeron. Apartó algunos cabellos platinados de su rostro y aprovechó para acariciar su mejilla - Nunca me casaré con alguien que no seas tú...

Daeron puso su mano sobre la de Joffrey y besó la palma, inhalando el aroma de su muñeca. Dulce, reconfortante. Solo de pensar que otro podría tener acceso a él le hacía hervir la sangre. Podría cortarle las manos a Lucion Lannister si éste se atrevía siquiera a pensar en tocar a Joffrey. Nunca había odiado nada ni a nadie hasta que esas palabras malditas abandonaron la boca de Rhaenyra. Entonces entendió lo que era tener un deseo asesino. Notó de inmediato la tristeza que hacía brillar los ojos de su amado.

- Podría destrozar Roca Casterly piedra por piedra para que no te llevaran - le dijo en voz baja - No quedaría ni un solo Lannister con vida si eso me garantizara tenerte a mi lado por siempre.

-Daeron... - la voz de Joffrey se quebró un poco y sus cejas se curvaron. De nuevo las lágrimas mojaban su rostro - Tenemos que huir...

-Entiendo por qué me pides eso, mi amor - susurró en respuesta el príncipe - Pero te conozco como a la palma de mi mano. Adoras este lugar. Adoras a tu familia. Nunca podría perdonarme si fuese yo la causa de que dejes todo atrás - esta vez fue él quien acunó la mejilla suave de Joffrey, secando con el pulgar sus lágrimas - No estás hecho para llevar una vida común - murmuró, intentando aligerar un poco sus ánimos - Eres la criatura más bella en todo Poniente y el mundo conocido... ¿Qué clase de alfa soy para ti si me crees capaz de condenarte a una vida como un plebeyo cualquiera...? - levantó una ceja y Joffrey apenas y sonrió - Aunque... Tengo que admitir que podrías usar tus encantos para vender cualquier cosa... Flores, verduras... Incluso una roca.

-Hablo en serio... - susurró el omega. Daeron suspiró y se incorporó un poco en la cama para poder besarlo y abrazarlo contra su pecho. Esa podría ser la última noche en la que esos encuentros pudieran darse. Aún si eran secretos... el príncipe pensaba que eran solamente un aperitivo antes de poder degustar frente a toda la corte a Joffrey. Pero ahora, sin embargo... Si alguien los descubría podrían provocar un conflicto con las casas a los cuales los habían prometido. Los Baratheon eran rencorosos y los Lannister vengativos. Perder su favor sería un movimiento estúpido... Y peor aún, Daeron jamás sería capaz de manchar la reputación de Joffrey de ese modo. Un escándalo de esa magnitud mancharía su apellido y su nombre. Tal vez lord Lucion podría casarse de nuevo y su vergüenza quedaría en el pasado pero Joffrey quedaría marcado de por vida y sería rechazado y señalado como un criminal.

Sintió que el castaño sollozaba una vez más.

-No quiero terminar como Lucerys... - susurró el omega, apretando su abrazo un poco más. Daeron tensó un poco la mandíbula. Pensó que los dioses, al saber la lástima que sentía por su propio hermano mayor, lo habían castigado de la misma manera.

La historia de Aemond y Lucerys era trágica por decir lo menos. Tal como Daeron y Joffrey se habían amado desde el primer momento. Después ocurrió el incidente en el que Lucerys había herido a Aemond y Alicent, fúrica, exigió que enviaran lejos al Velaryon, rompiendo cualquier pacto matrimonial que hubiera sido pactado con anterioridad. Rhaenyra había intentado apelar por su hijo pero Viserys fue inflexible. Tomó una decisión para ser justo y evitar algún conflicto más severo y Lucerys fue enviado a las Islas del Hierro para casarse con Dalton Greyjoy.

Rara vez volvía a la corte, aún después de tanto tiempo, pero los rumores sobre su vida miserable y gris llenaban los labios de lords y ladys por igual hasta que, inevitablemente, llegaban a oídos de la familia real.

Lucerys pasaba la mayor parte de su tiempo en el mar. Uno pensaría que Dalton quería tenerlo a su lado como un esposo devoto y protector pero lo cierto era que el único motivo por el cual se tomaba la molestia de llevar a su esposo en sus viajes era para evitar que alguien más se tomara sus libertades con él.

Aún con tanto tiempo juntos y de acuerdo a lo que lord Greyjoy revelaba cuando estaba pasado de copas, Lucerys parecía ser tan infértil como un desierto. Ni uno solo de sus embarazos había llegado a término ni pasaban más allá del mes o dos. Dalton terminó por aburrirse de intentar y su atención se desvió inevitablemente a prostíbulos y burdeles en varios puertos de Poniente, llenándose de bastardos al por mayor. Si los dioses se negaban a darle un heredero legítimo siempre podría escoger algún chiquillo del montón para darle su apellido.

Desafortunadamente para Lucerys el hecho de que su esposo prefiriese la compañía de otros para satisfacer sus deseos sexuales no significaba que estaba absuelto de la tortura que era acostarse con Dalton, que respondía las negativas con bofetadas y, en el peor de los casos, con una paliza. Se sentía humillado, usado y profundamente infeliz. Y eso no era un secreto para nadie.

-Yo no soy como Aemond - le aseguró Daeron al buscar la mirada de Joffrey. Besó su frente y después sus labios - Amo a mi madre pero ni siquiera ella me impediría hacer lo necesario para recuperarte. Eres la luz de mi vida.

- ¿Qué vamos a hacer...? - susurró Joffrey entonces - No deseo irme de la corte, Daeron, no quiero dejarte...

Daeron lo abrazó, sopesando sus opciones de la mejor manera. Aún si pudiera dar con un plan que milagrosamente cambiara el curso de sus vidas eso tomaría más de una noche. Tenía que hacer su estrategia por partes.
Primero tenía que conseguir que nos los enviaran lejos. Estando juntos sería mucho más sencillo verse, al menos.

Para vivir en la Fortaleza Roja había dos requisitos: ser de la familia real o ser parte de la corte.
Daeron y Joffrey cumplían con ambos puntos pero sus futuras parejas no.
Ellys Baratheon era una hija menor. No tenía muchos privilegios. Cuando se casaran podría mudarse a Harrenhal con Daeron pero ya está. No tenía motivos para vivir en la capital.

Joffrey tendría que irse a Roca Casterly. Los Lannister no pintaban nada en Desembarco del Rey... A menos...

- Aegon - murmuró finalmente Daeron. Joffrey lo miró, confundido - Aegon es el consorte de Jacaerys. Si le pido que incluya a Ellys y a ti en su corte privada... Tendrían que quedarse.

El castaño lo pensó un poco y después negó con la cabeza. Podría funcionar con Ellys, claro, pero Aegon tenía una aversión muy extraña hacia él.

- No duraría ni un día en la corte de Aegon - murmuró.

Daeron hizo una mueca y Joffrey terminó por separarse de él para vestirse y dejar su habitación. Era tarde y tenía que salir antes de que amaneciera. Nunca le había gustado mucho esa dinámica y tenía esperanza de que se detuviera una vez se casaran pero ahora no podría ser. Ya no más.

- Déjame hablar con Aegon, Joff. Por favor - pidió, alcanzando a tomar la muñeca del castaño para impedir que se fuera - Encontraré la manera de que no nos separen. Solo... por favor... confía en mí.

𝐂𝐋𝐀𝐈𝐌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora