Corona.

945 89 113
                                    

"Hinquen la rodilla ante Su Alteza Jacaerys de las Casas Velaryon y Targaryen, el primero de su nombre, rey de los Ándalos, los Rhoynar y los Primeros Hombres, señor de los Siete Reinos y Protector del Reino".

El sol brillaba en el cielo sin una sola nube que bloqueara su luz. El azul del cielo era tal que hacía olvidar por un momento la existencia de una idea tan cruel e inclemente como el invierno fuese real.
Había una brisa que refrescaba la piel y movía las copas de los árboles suavemente.

Aegon pensaba que no podía existir un día más perfecto para una coronación.

Sonreía mientras nobles y plebeyos aplaudían y alababan a sus nuevos gobernantes.
Jacaerys tomaba su mano con firmeza y, al mirarlo, pudo darse cuenta de que su esposo estaba ocupando el lugar que le correspondía. Era como si hubiera nacido para ser rey. Nadie más, pensaba Aegon, podría hacer lucir la corona como su alfa lo hacía.
Parecía estar más alto, más regio. Su esencia había cambiado y el orgullo que llenaba su corazón era tal que estaba a punto de desbordarse.

Jacaerys le sonrió a su madre cuando hizo contacto visual con ella brevemente.
Las líneas que se formaban en torno a sus ojos violetas se pronunciaron al sonreírle a su hijo. Rhaenyra había tenido un reinado tranquilo. Pacífico, dentro de lo que cabe... Y había llegado por su cuenta a la conclusión de que no quería dejar en las manos de su heredero el peso del luto y la tristeza al mismo tiempo que una corona tan pesada debía posarse en su cabeza.

Jacaerys estaba en el mejor momento de su vida.
Su matrimonio era feliz y lleno de amor. Tenía un heredero. Era fuerte, inteligente y daba las opiniones más acertadas en el concejo. No podía dejar los reinos en unas manos más capaces... sin mencionar que, por supuesto, ella quería corroborar con plena consciencia que su línea de sucesión fuera respetada.

Junto a Rhaenyra, Lucerys también aplaudía a su hermano aunque no podía dejar de sentir la presencia de Joffrey que estaba justo a su lado, acompañado de su hijo y su esposo, ambos rubios y hechos a la misma imagen. Escalofríos recorrían su espalda mientras él estaba solo en compañía de Valeryon, a quien no le soltaba la mano.
Aemond no podía estar a su lado y Daeron...

Daemon era poco más que un saco lleno de arena que hacía bulto en su hogar, en la mesa y en la cama. Callado, huraño. Ebrio casi siempre. Lucerys estaba seguro de que su esposo estaba volviéndose loco en silencio y, aunque había tratado de acercarse y mantener al menos un poco la cordialidad... Daeron era como una fortaleza que tenía muros altos y puertas de acero cerradas con recelo que solo se abrían ocasionalmente para Valeryon.

Joffrey tomó el brazo de Lucion y se recargó sobre su hombro con una sonrisa aliviada. Podía ver a su nuevo rey y su consorte, si, pero también su mirada estaba puesta en Aeriel, de pie junto a Aegon, todo sonrisas y encanto, prácticamente destellando con vestido ciertamente adecuado para un príncipe como él. Nadie en la multitud podía descifrar si la tela era rosa o dorada. Algunos debatirían incluso que poseía brillos verdes y morados... era como si llevara puesto un atardecer.
Las mangas de tul rosado y transparente seguían el mismo corte que el traje de Aegon tenía pero Aeriel no ocultaba sus hombros. En su cuello brillaba una gargantilla dorada en cuyo centro estaba incrustados un ópalo precioso.
Siendo omega, hijo único y también el heredero al trono... No tardaron en llamarlo "la joya de la corona".

Joffrey estaba seguro de que Rhaegal lo estaba mirando con la misma fascinación que otros cientos de jóvenes alfas pero la mirada bicolor de su hijo estaba lejos de la plataforma elevada.
Sus ojos estaban perdidos en la cascada platinada y ondulada que caía por la espalda de Valeryon.

•••

El torneo dió inicio poco después, justamente cuando el sol estaba en su punto más alto en el cielo.

𝐂𝐋𝐀𝐈𝐌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora