Ira.

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Todo le era doloroso.

Respirar, más que nada, se había convertido en una tarea titánica. Era como inhalar brasas que quemaban sus pulmones. No sabía que era posible sentir aún más dolor en el corazón pero, evidentemente, había subestimado lo difícil que sería volver a ver a Daeron y a Lucerys.

Rhaenyra hablaba sobre los pormenores de la salud de Viserys, de los preparativos que se realizaban para su funeral y del plan que se tomaría una vez que pasara el tiempo de luto adecuado pero sus palabras se escuchaban lejanas y extrañas en los oídos de Joffrey.

No podía dejar de ver cómo Lucerys se acariciaba el vientre, cómo ocasionalmente Daeron lo tocaba también. Cómo le preguntaba en voz baja si estaba bien y le ponía en el plato más galletas o frutas confitadas... Lo que más le dolía era el hecho de que en ningún momento Daeron lo miró. Ni una vez. Ni siquiera de reojo.

Sintió entonces la mano de Lucion sobre la suya y cuando lo miró, éste le ofreció un pañuelo. No se había dado cuenta de que le habían salido un par de lágrimas traicioneras.

Rhaenyra lo miró con tristeza, pensando que quizá sus palabras habían conmovido a su hijo.

- Lo mejor que podemos hacer ahora es acompañar a Viserys en estos días - comentó en voz baja, estirando la mano para poder ponerla en el hombro de Joffrey -. Recibí un cuervo justamente esta mañana y aparentemente las cosas en los Peldaños se han tranquilizado lo suficiente. Es probable que Daemon vuelva... y traiga consigo a Aemond y Jacaerys.

Joffrey suspiró y terminó aceptando el pañuelo. En esos momentos deseaba poder ir él mismo a los Peldaños para olvidarse de todo este asunto. Quizá morir a manos de soldados enemigos sería menos doloroso que tener que estar ahí sentado, soportando ver al hombre que amaba volcar sus atenciones en su hermano mayor.

- Necesito un momento a solas - dijo antes de levantarse. Rhaenyra lo miró con las cejas curvadas y luego a Lucion que apretó un poco los labios y solo apartó la silla para dejar pasar a Joffrey. En estos meses había aprendido que debía respetar esas palabras y que el castaño era demasiado celoso de su soledad. No quería provocar una pelea innecesaria.

Sabía cómo podían terminar.

Joffrey se alejó del mirador en el cual compartían un almuerzo muy ligero. Conforme caminaba por los jardines se hacía más difícil contener las lágrimas y el aire resultaba más difícil de inhalar.
El corset que llevaba le apretaba las costillas con fuerza, aumentando la ansiedad y la desesperación.

Pensó en arrancárselo del cuerpo pero no podía hacerlo sin ayuda... Aún así, empezó a forcejear con la tela, lastimando sus dedos y dejándose invadir por la impotencia que lo llenaba.

Maldijo a Lucerys en su mente mil veces. Sabiendo que amaba a Daeron, incluso ofreciendo su ayuda... Era verdaderamente un monstruo.

Seguía batallando con su ropa, llorando de rabia, hasta que escuchó un sonido sordo entre los arbustos cercanos y luego una pequeña conmoción.

Cauteloso, Joffrey se acercó. Reconoció a un par de doncellas que acompañaban siempre a Aegon y las vio asomándose hacia un hueco en uno de los arbustos. Parecían contrariadas... y cansadas. Al ver a Joffrey, hicieron una reverencia a medias.

El castaño se asomó y vio entonces a Aegon. Era obvio que estaba ebrio. Lo escuchó toser y luego vio cómo tenía arcadas. Intentaba incorporarse, sin éxito. Joffrey miró a sus doncellas pero ellas parecían poco impresionadas por el espectáculo. De hecho, no estaban intentando nada.

Él finalmente se hincó cerca de Aegon para intentar ayudarlo a incorporarse. Su tío se quejó y balbuceó algo ininteligible, resistiéndose a la ayuda. Joffrey arrugó la nariz. Olía mal. Muy mal. No solo a vómito sino a... encierro. A tristeza.

Aegon tenía el cabello revuelto y la túnica sucia. Las ramas del arbusto habían arañado su cara y sus manos. De no ser por el color de sus ojos fácilmente podría pasar por un pordiosero de Lecho de Pulgas. Apestaba igual que uno al menos.

- Ayúdenme a llevarlo a sus aposentos - le dijo a una de las chicas -. Y pidan que le preparen un baño. Urgente.

•••

El sol estaba a punto de meterse cuando finalmente Aegon estaba más sobrio y totalmente limpio.

- Debo asumir que el regreso de mi hermano a la capital no te ha sentado bien, tío - Joffrey se había quedado durante todo el proceso. No sabía bien por qué. Quizá por lástima... o por ganas de estar haciendo algo. O simplemente porque no quería cruzarse en el camino de Lucerys y Daeron.

Aegon no le respondió de inmediato... pero había acertado bien. Jacaerys volvería después de abandonarlo por casi seis meses. Sin responderle ni un mensaje. Sin decirle nada. Dejándolo con la incertidumbre que ciertamente sabía que merecía.

- Vete - le dijo en su lugar, dándole la espalda. ¿Aún era justo culpar a Joffrey por lo ocurrido...? Si es que solo había propiciado la ruptura de algo que ya tenía fisuras desde un inicio.

Jacaerys lo odiaba. Le tenía asco. Era tanto su desprecio que no había dudado en irse a una guerra que no era suya... y Aegon sabía que era culpa suya. Solamente suya.

Una vez más los ojos le ardieron pero estaba harto de llorar. No había dejado de hacerlo desde la discusión que tuvo con Jacaerys el día que lo encontró con ese prostituto. Sentía que iba a morirse cada día pero simplemente no lo hacía y la única manera de sobrellevarlo era bebiendo. Bebiendo y bebiendo hasta que el tiempo perdía el sentido y todo se pasaba y todo estaba bien.

Entonces podía fingir que su boda no había ocurrido, que Jace no lo odiaba y que todo era como esas tardes en la Fosa de dragones. Solamente risas, bromas y...

- He dicho que te vayas - repitió al notar que Joffrey no se iba - ¿Estás aquí para burlarte de mí? ¿Es eso...? ¿Quieres que te agradezca?

Joff lo miraba en silencio. Cuando Aegon volteó a verlo no pudo evitar sentir que estaba viéndose en un espejo. La sensación no era agradable. Negó con la cabeza.

- Solo quería ayudarte - murmuró -. Creo que ya estás mejor en comparación a cómo te encontré.

- Lárgate, Joffrey... - pero el castaño no se movió de inmediato. Había una disculpa que no quería terminar de salir de sus labios. Aegon no podía soportar la forma en la que lo observaba. De nuevo esa amarga ira mezclada con desesperanza lo invadió y tomó un frasco del tocador para lanzárselo a su sobrino - ¡Lárgate! - le gritó cuando el frasco se rompió contra la pared.

Solo entonces Joffrey apretó los labios y se apresuró para salir de la habitación con un nudo en la garganta.

Prácticamente bajó las escaleras de dos en dos escalones, apenas sosteniéndose de la pared para no caerse. Las lágrimas le empañaban la vista. No era que el rechazo de Aegon lo hiriese tanto pero es que tantos desplantes durante un solo día no habían hecho más que terminar de romper la frágil estabilidad con la que pretendía mantener su fachada.

Estuvo a punto de tropezarse en los últimos escalones pero entonces lo rodeó un aroma que había vivido en sus sueños los últimos meses.
Al alzar la vista vio a Daeron que prácticamente lo había atrapado entre sus brazos y ahora lo miraba de esa manera que le dejaba las rodillas débiles.

Fue como si una ola de sentimientos que había luchado por enterrar lo golpeara en la cara y lo arrastrara de regreso al punto de partida.

Entreabrió los labios para decir algo pero entonces se vio interrumpido por la voz de Lucerys:

- ¿Joff? ¿Qué haces aquí...? - preguntó y su hermano menor se separó de Daeron casi como si su roce fuera fuego - ¿Estabas con Aegon...? Madre nos ha pedido buscarlo, Viserys preguntó por él...

- Yo... - Joffrey no sabía qué decir. Notó que Lucerys tomaba el brazo de Daeron como apoyo. Negó con la cabeza y simplemente se fue, bajando el siguiente tramo de escaleras aguantando las ganas de gritar y llorar.

Entendía a Aegon. Ahora mejor que nunca.

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