Malicia.

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La excitación crecía conforme pasaba el tiempo. Estaba a punto de dar el primer golpe que podría sacar de balance a su hermano y sus mentiras.

Joffrey rodeó el cuello de Lucion con los brazos, gimiendo cerca de su oído, inhalando el aroma particular de su alfa.

La pimienta, la menta y el olor cítrico de la naranja le llenaba los pulmones. Sentía sus manos acariciarle la espalda baja y sostenerlo para marcar el ritmo de las penetraciones.
Los dedos de Joffrey paseaban entre las hebras rubias del Lannister, sintiendo la humedad del sudor que el sexo provocaba.

A media tarde habían decidido compartir un baño y ahora la tina yacía olvidada y llena con agua fría, sin usar, pues la vista de sus cuerpos desnudos había sido demasiada tentación como para resistirse.

Lucion lamió y besó la piel de su omega, sintiendo bajo los labios el relieve de la marca que le había hecho después de jurarle su lealtad para llevar a cabo los planes de Joffrey.

Nunca se había considerado particularmente ambicioso pero estaba agradecido con el castaño por despertar esa chispa en él. Lannisport nunca había sido más próspero ahora que él tenía las riendas y su hambre de poder crecía gradualmente.
Joffrey había guiado sus decisiones, lo había alentado a hacer alianzas poderosas, a invertir sabiamente su oro y su recompensa siempre sería poder disfrutar de su cuerpo y su compañía.

- Nyke jaelagon naejot devour ao (Quiero devorarte) - le dijo en voz baja y grave, haciendo uso de su rudimentario conocimiento del alto valyrio. Lucion sonrió al sentir la piel de Joffrey erizarse bajo sus dedos -Issa qeldlie zaldrīzes, avy jorrāelan. (Mi dragón dorado, te amo)

La espalda de Joffrey se arqueó y los rizos castaños le cosquillearon la espalda cuando echó la cabeza hacia atrás. De sus labios salían gemidos sinceros de placer puro que delataban lo cerca que estaba de alcanzar el éxtasis.

Sus uñas marcaron la espalda de su esposo, dejando surcos rojizos de los cuales apenas empezaban a brotar diminutas perlas de sangre.

La espalda del lord lucía ya un mapa de las marcas que su amado esposo le había hecho en el transcurso de sus años juntos y, si pudiera, las luciría ante toda la corte con orgullo.

Le llenaba de alegría saber que había sido él a quien Joffrey había escogido. Mil y un veces hubiera aceptado la tarea de recuperar su corazón y sanarlo poco a poco hasta que finalmente el omega le había dado el privilegio de estar a su lado como su esposo y su pilar.

Joffrey apoyó las rodillas en el colchón y fue él quien empezó a marcar el ritmo. Hacía entrar y salir la erección de Lucion acompañado de sonidos húmedos que delataban su estado.
Pegó su pecho al del alfa y lo miró a los ojos con una sonrisa, tentándolo con un beso que no le dejaba tener. Solamente roces de sus labios que duraban menos que un suspiro y su nombre tintado con placer y deseo.

Lucion apretó sus nalgas y Joffrey se rió bajito, dándole por fin ese beso profundo que tanto había prometido.

- Vamos a llegar tarde - jadeó Lucion, mordiendo el labio inferior del castaño, aunque no hizo mayor esfuerzo por apresurarse. Joffrey seguía dándose placer y jamás se atrevería a interrumpir tal espectáculo.

- Que esperen - respondió el omega, tomando entre sus manos el rostro de su esposo. Miró sus ojos verdes antes de besarlo hasta gemir y tensarse -. No pueden empezar sin nosotros... No será divertido sin nosotros...

•••

A pesar del ambiente festivo, Lucerys no podía dejar de mirar al otro lado de la mesa.

Aegon se reía con tanta sinceridad que sus carcajadas eran audibles por encima de la música y llamaban la atención de las personas cercanas que también parecían interesadas en la conversación. El futuro rey consorte tenía que abrazarse el crecido vientre para evitar que la agitación provocara un parto prematuro a media celebración... aunque no era su cuñado quien le llamaba la atención precisamente.

Joffrey sonreía casi con malicia, acercándose al oído de Aegon para decirle cosas que Lucerys no podía ni descifrar aunque imaginaba el tipo de veneno que estaría tratando de inyectar a través de las palabras. Mentiras, seguramente. Tal cual como había hecho hace años con su madre... Pero Aegon no podía creerle.

- Mhysa - Lucerys se forzó a alejar la vista de su hermano para voltear a ver a su hijo. Valeryon estaba sentado a su lado, aunque apenas alcanzaba a ver por encima de la mesa.

- ¿Qué pasa?

- Estoy aburrido - se quejó el niño, curvando un poco las cejas.

Había poco con lo que podía entretenerse estando ahí. No estaba bien que lo vieran jugando con los cubiertos y tampoco estaba permitido que pusiera sus juguetes sobre la mesa.
Su única distracción era ver a sus primos jugando a la distancia, dando vueltas en la pista, intentando seguir el ritmo de la música.

Veía cómo la capa de Aeriel brillaba bajo la luz de las velas, un regalo hecho por Rhaenyra, que conocía bastante bien a su nieto. Las cuentas de vidrio tintineaban, haciendo del festejado el centro de atención tal cual le gustaba.

- ¿Quieres leer algo? - ofreció Lucerys -. Podemos pedir a un maestre que traiga un libro y leeremos juntos...

- Quiero jugar, Mhysa... - dijo en voz baja su hijo, desviando la mirada, temeroso de la reacción de su madre.

El omega apretó los labios. Miró a la pista en la que su sobrino y Rhaegal jugaban y un sabor amargo le llenó la boca. Aeriel estaba fascinado con ese engendro rubio...pero Lucerys sabía que solo se trataba de la misma fascinación que el niño tenía cuando le regalaban un juguete nuevo. Se aburriría más temprano que tarde y de nuevo regresaría a jugar con Valeryon tal cual como estaban estipuladas las cosas.

Había un acuerdo que ya se había pactado y se tenía que respetar independientemente de lo que ocurriera en esa fiesta insulsa.
Jacaerys le había dado su palabra.

Apenas iba a responderle a su pequeño cuando Jacaerys mismo se levantó para llamar la atención de los presentes.

- Quiero agradecer su presencia esta tarde - empezó a decir, levantando su copa -. Por acompañarnos hoy en estos festejos para mi primogénito en este su sexto onomástico... De varios que vendrán - hubo varios vitoreos animados.

Lucerys vio a Aegon levantarse también y llamar a Aeriel para que se acercara. Jacaerys cargó en brazos a su hijo que se rió, emocionado.

- A mi amado esposo y a mí nos alegra de sobremanera saber que nuestro hijo es tan querido por tantas personas... - el pequeño Aeriel sonreía -. Y esa alegría no ha hecho más que crecer ya que ahora nuestra familia vuelve a estar unida - Jacaerys volteó a ver a Joffrey que le sonreía también. Lucion estaba a su lado, con Rhaegal sentado en su regazo, impaciente por volver a jugar -. Queremos anunciar también que hemos decidido conservar nuestras tradiciones ancestrales y unir nuestras casas a futuro.

Lucerys se tensó. No sabía que lo anunciarían ahora. No le habían dicho nada. Buscó con la mirada a Daeron, sin éxito, aunque sus ojos verdes se toparon de pronto con los castaños de Joffrey.

- Cuando el momento adecuado llegue, tanto mi esposo como yo, esperamos unir el apellido Targaryen con la casa Lannister - Jacaerys alzó la copa un poco más para invitar a un brindis -. Esperando que lord Lannister acepte nuestra propuesta para que nuestros hijos continúen con nuestro legado... Y así ambas casas sigan siendo grandes y poderosas a través del tiempo.

Los invitados aplaudieron. Había vítores y felicitaciones pero Lucerys no escuchaba nada de eso.

Solo podía ver la sonrisa en el rostro de su hermano y el brillo de soberbia en su mirada.

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