Consejo.

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Las nubes se habían disipado poco a poco, despejando el cielo azul de verano y la luz solar que daba un brillo más radiante a los jardines de la Fortaleza Roja.

Aeriel señaló un arbusto lleno de flores, comentando que el color de los pétalos era similar al de su vestido; una confección de seda ligera que parecía un atardecer rosa que flotaba a su alrededor, ceñido al cuerpo con broches de oro que imitaban la figura serpenteante de un dragón emprendiendo el vuelo. Las mangas eran largas y casi arrastraban al suelo, dándole un aspecto etéreo y delicado. Rhaegal le dijo algo, algo que Valeryon no escuchó por la distancia, pero aparentemente había sido una broma, pues Aeriel se echó a reír y le puso una mano en el pecho para empujarlo levemente, aunque el alfa rubio no se movió de lugar ni dejó de sonreír.

Era una escena que hubiera conmovido a cualquiera pero Valeryon sintió una punzada amarga que empezó en la base de su estómago, le subió por el pecho y estuvo a punto de cerrarle la garganta. Incluso los ojos se le llenaron de humillantes lágrimas aunque logró parpadear para disiparlas.

Disimular sus sentimientos era más complejo de lo que había creído inicialmente.

Estaba acostumbrado a ser retraído y no llevar sus emociones a flor de piel. Aeriel le había pedido discreción y él había pensado que sería sencillo como ocultar sus tristezas o sus disgustos comunes... Pero se había dado cuenta rápidamente de que el amor era demasiado inmenso, demasiado intenso. Era como si quisiera tapar el sol con un dedo cada vez que los celos le carcomían por dentro, mirando con dolor cómo Aeriel le tomaba la mano a Rhaegal, los abrazos que compartían, las horas de clases juntos y sus conversaciones repletas de bromas privadas de las que él no formaba parte.

De no ser porque Aeriel era tan dulce con él, habría creído que estaba torturándolo...

Se quedó rezagado un par de pasos cuando vio que se había acercado demasiado y Rhaegal lo había mirado por encima de su hombro. Valeryon sintió las rodillas débiles solo con un vistazo de esos ojos dispares, ámbar y esmeralda, los mismos que lo miraban brillantes en los contados escondites en los que podían encontrarse.

Sus besos sabían bien.

A menta fresca, a vino, incluso a veces a sal... Pero Valeryon no podía dejar de pensar en ellos y anhelaba con desesperación la puesta del sol para poder reunirse con Rhaegal y entregarse tanto como le era posible. Tanto como la culpa lo dejaba, de todos modos, aunque Lannister nunca había intentado nada más que roces sobre la ropa y besos repartidos en su cuello blanco.

Respiró profundamente, tratando de despejar su mente de esos pensamientos.

Su madre le había advertido que mostrar su cuerpo era una ofensa digna del mayor de los castigos. Nunca había dejado que nadie lo viera desnudo, ni siquiera los criados en Marcaderiva. Valeryon recordaba que Lucerys era el único que lo acompañaba para lavarse y, si alguna vez alguna nodriza lo había bañado, Valeryon forzosamente tenía que hacerlo con los calzones puestos. Realmente no había pensado en esa prohibición tanto hasta el momento en el que estaba con Rhaegal y un impulso tan fuerte y grande como un barco de guerra encallaba en su mente y pedía a gritos que las caricias mudaran a su piel.

Entre besos Valeryon apretaba las piernas y temblaba, invadido por un calor sofocante y húmedo que no quería que parara nunca. Rhaegal le tocaba la cadera, la cintura, la espalda baja y Valeryon se deshacía en suspiros trémulos sin atreverse a pedir más porque la amenaza del castigo por impúdico estaba latente al fondo de su cabeza y, cuando estaba punto de sentir alivio, acudía a su imaginación la imagen de su madre mirándolo con severidad.

Y eso bastaba para frenarse, para alejarse. Rhaegal nunca le reclamaba. Solo lo miraba en silencio y lo abrazaba, acariciando su cabello.

Caminó un poco más hasta detenerse bajo la sombra de un sauce.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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