Desesperación.

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Joffrey tenía la mirada perdida en un punto de la pared mientras las doncellas y sirvientes revoloteaban a su alrededor. Frotaban su piel con aceites aromáticos y lo ayudaban a vestirse con un traje rojo que tenía detalles de leones dorados. Un regalo de Lucion para su fiesta de compromiso esa misma noche.

Había perdido toda la esperanza. Después de lo que había visto en la habitación de Aegon éste lo había echado de su corte sin dudarlo, acusándolo de traidor y de haber conspirado para que Jacaerys lo descubriera. No lo había dejado defenderse y ahora la oportunidad de quedarse en la capital se esfumaba y Joffrey no podía hacer nada para evitarlo.

La tela se sentía pesada en su cuerpo. Cuando apretaron el corset sintió las varillas enterrarse en su torso y deseó con fuerza que una de ellas le atravesara el pecho para matarlo de una vez por todas.

Daeron no había intentado buscarlo ni una vez. Pasaba todo su tiempo con Lucerys ahora. Lo había perdido también.

Finalmente se miró al espejo y se dió cuenta de que no había seda ni oro que pudieran disfrazar la miseria que ensombrecía su mirada.

Le colocaron en la cabeza el tocado tradicional, el mismo que Rhaenyra había usado en su nombramiento como heredera de Viserys. Joffrey intentó respirar profundo pero era como si todo en su interior estuviera hecho de cristal, a punto de romperse.

¿Así se vería siempre? ¿Tendría que pretender por el resto de su vida? Luchar por no desmoronarse. Forzarse a compartir su vida, su cama y su mente con un hombre al que no amaba...

- Alteza... - los sirvientes murmuraron, haciendo una pequeña reverencia. Joffrey vio por el reflejo a su madre entrar en la habitación y se giró para recibirla.

Rhaenyra sonreía suavemente y estiró sus manos para tomar las de su hijo.

- Te ves precioso - le dijo, mirándolo de arriba abajo - Lord Lannister se lució con este traje, ¿no? Al menos es un color bonito...

Joffrey solo sonrió un poco aunque el gesto no duró mucho en su rostro. Rhaenyra acarició sus mejillas.

- Todo estará bien, mi pequeño - murmuró - A veces el deber nos muestra su cara menos agradable pero podemos hacerle frente... Cuando estuve comprometida con tu padre... no nos unía el amor. Pero encontramos la manera de tener un punto medio en nuestra relación. Y él me los dió a ustedes... - Joff curvó las cejas. Las palabras de su madre eran todo menos un consuelo. Él no quería conformarse. No quería acuerdos. Quería el amor que Daeron le había jurado. Rhaenyra acomodó algunos mechones de cabello castaño detrás de la oreja de su hijo. - Un día tendrás pequeños príncipes y princesas. Y vas a amarlos más que a nada. Y harás todo por ellos. Para protegerlos. Y entenderás por qué se toman decisiones como ésta.

***

Joffrey bajó hacia el salón donde se llevaba a cabo la celebración del brazo de su madre deseando que cada paso sucediera algo que le impidiera seguir.
No estaba prestando atención a lo que su madre le decía para calmarlo. Conforme la música se hacía más audible su corazón se volvía más pesado y las náuseas en su estómago se tornaban insoportables... pero no podía huir. Ya no. No tenía a dónde.

Tragó saliva. Sus manos estaban frías al igual que sus pies.

En su mente había cientos de pensamientos desesperados amontonándose. Imaginó lo que pasaría si en ese momento le confesaba a su madre que amaba a Daeron. Que le había entregado su virginidad y su cuerpo en incontables ocasiones. Que deseaba más que nada en el mundo compartir su cama una vez más y que, si pudiera, le pediría que lo tomara frente a todos en la corte.

¿Ella tendría piedad? ¿Lo entendería...? ¿Lo condenaría...? Era traición después de todo. A la corona, a los Lannister. A su propia familia. Probablemente podría desatar una guerra.

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