Libertad.

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- Nunca te he pedido nada - Joffrey dió un par de pasos para poder estar de nuevo en el campo de visión de Jacaerys -. Y esto no es por mí. Es por mis hijos.

- Lo que solicitas es inaudito. ¿Tienes idea de los rumores...? Todas las cosas que se dirán...

- ¿Tú crees que te lo pido pensando en lo que otros dirán? - tenía los ojos llenos de lágrimas y la nariz enrojecida por el llanto. Jacaerys sentía que se le estrujaba el pecho al escuchar a su hermano hablar así -. Amo a mi esposo. Él ha sido mi pilar. Mi luz en la oscuridad. Decidir esto es tortura, Jacaerys, pero es peor tortura para él dejarlo pudrirse en una cama, llenarse de llagas y marchitarse poco a poco... - Joffrey tragó saliva para intentar deshacer el nudo en su garganta, el mismo que le cortaba un poco la voz -. He enviado un cuervo a los abanderados de la casa Lannister. He hablado con los lords que están aquí. Todos concuerdan que Lucion no puede ser el Guardián del Oeste estando postrado por el resto de su vida. No habla, no come, apenas y respira, Jacaerys. Él ya está muerto. Lo que tus maestres intentan es mantener con vida un cascarón vacío. Mi esposo ya no está. Por favor, déjame acabar con su sufrimiento de manera digna.

Algunas lágrimas bajaron por las mejillas de Joffrey pero no dejaba de ver con insistencia a su hermano mayor. Al rey.

- Devan es un niño - respondió el monarca.

- Tendrá mi consejo y también el de aquellos que eran de confianza para Lucion. No será el primero ni el último en dejar la infancia antes de tiempo - murmuró Joffrey con amargura -. Él es ahora el señor de Roca Casterly.

El rey suspiró. Tenía los hombros tensos. La idea le parecía macabra aunque realmente parecía ser la única opción. Sería cruel negarle a Joffrey su petición y... no era nada nuevo. Pocas veces se había hecho lo mismo con otros lords que habían enfermado o envejecido al punto de no poder moverse.
Pensó brevemente en lo que él haría si...

Negó con la cabeza. El mero pensamiento de perder a Aegon era tortuoso.

- Está bien. Hazlo. Después del funeral haré el nombramiento de Devan como Guardián del Oeste - dijo por fin. Joffrey asintió e inclinó un poco la cabeza a modo de reverencia -. Me apena mucho tu pérdida. Sabes que puedes quedarte aquí si tú consideras...

- Mi hogar está en Lannisport - dijo el menor tajantemente -. Tengo muchas cosas de las cuales hacerme cargo. Te suplico que cuides a Rhaegal tanto como cuidas a Aeriel. Gracias por su tiempo, Majestad.

•••

Rhaegal observaba a lo lejos mientras Devan abrazaba a Joffrey y éste intentaba consolarlo. No podía oír lo que decían pero lo imaginaba.
Su madre le había dicho a él apenas unas horas antes lo que pasaría con su padre.
Tenía los bordes de los ojos enrojecidos y un vacío en el estómago que se sentía como una herida lacerante.

Todo era diferente.

Había tenido a su padre muy poco tiempo. Recordaba las cartas que intercambiaban y los paseos que habían dado en su infancia. Lucion le había enseñado todo lo que un alfa tenía que saber, le había mostrado con orgullo su linaje y le había enseñado a ser valiente y disciplinado.

Pero ya no estaba. Y nunca más estaría.

Se preguntó cómo el mundo podía seguir si le faltaba alguien tan noble e increíble.

- Es solamente un niño... - Rhaegal volteó y se encontró con Valeryon, que estaba mirando también la escena, aunque a una distancia más que considerable. Al notar que Rhaegal lo había visto bajó la mirada -. Aeriel me pidió que te buscara. Dice que le gustaría que se encuentren más tarde.

- ¿Por qué haces mandados para él? - inquirió el Lannister, alzando una ceja. Valeryon puso sus manos en su espalda.

- Empezaré pronto a entrenar para formar parte de la guardia real - respondió -. El rey me pidió ser... Juramentado de Aeriel.

- No eres caballero todavía. Ni siquiera escudero.

- Aeriel se toma en serio desde un inicio las cosas - Valeryon se mordió el interior de su mejilla y dió un paso dubitativo hacia Rhaegal -. Yo... Quiero...

- Veré más tarde a Aeriel - interrumpió el rubio con un suspiro y se dirigió hacia el otro alfa -. Ahora sinceramente no tengo ganas de hablar. Ni de pensar.

- Entiendo. Entonces le diré que-

- ¿Alguna vez has montado un dragón? - preguntó. Valeryon cerró la boca pero negó con la cabeza. Rhaegal le sonrió un poco y se notaba que el gesto estaba lleno de melancolía -. Dagger es lo suficientemente grande ahora. La montura tiene espacio para dos.

El albino apenas dejó salir su emoción un segundo antes de negar con la cabeza y desviar la mirada. Sentía que los muros podían oír sus pensamientos y que el ofrecimiento de Rhaegal era prácticamente algo prohibido.
No tenía permiso ni siquiera de hablarle o de estar cerca de él... Estar ahí era desafiar ya las órdenes de Lucerys que no tardaría en enterarse de aquello.

Montar en dragón con Rhaegal seguramente lo mataría de ira. Nunca se atrevería a hacer algo que disgustara a su madre o que fuera en contra de sus advertencias.

Entonces... ¿Por qué había asentido en silencio y acompañado a Rhaegal sin decir nada?

•••

El aire le despeinaba los cabellos. No podía escuchar más que el zumbido en sus oídos por la velocidad con la que surcaban el cielo.
Valeryon estaba aferrado a las riendas pero había una sonrisa de emoción pura en su rostro.
Incluso las mejillas le dolían. Quizá nunca había sonreído así en la vida.
Por fin era un jinete de dragón. De cierto modo.
Rhaegal puso una mano sobre la suya para dar un tirón pequeño y entonces Dagger se elevó un poco más antes de extender las alas y simplemente planear sobre el valle que estaba al exterior de la ciudad.

Ahí, en lo alto, no había preocupación alguna. No había regaños ni reglas ni peligros. No había soledad ni melancolía ni pérdida.
Solamente la emoción y la adrenalina...

Pero también había algo nuevo que nunca había experimentado: la libertad.

En las alturas no existían las restricciones que la tierra tenía. No había secretos qué esconder. Arriba no importaba quién era o las dudas que le carcomían la mente. No necesitaba estar alerta ni sentir que era observado en cada momento del día. Sus hombros estaban relajados por primera vez en años e incluso se atrevió a reírse al ver cómo las nubes se evaporaban a su alrededor.

El sol se sentía más cálido y las escamas verdes del dragón brillaban casi doradas. Rhaegal lo invitó con gestos para tocarlas y a Valeryon se le erizó la piel por la textura.
Eran suaves, como tocar cuero nuevo, aunque si apoyaba toda la mano, podía sentir las rugosidades de los bordes. Curvó las cejas. Ni siquiera en sus sueños más alocados habría imaginado que era eso lo que sentían aquellos privilegiados con un dragón.

- Dagger, rȳbās - ordenó entonces Rhaegal y, una vez más, el dragón movió las alas para batirlas de nuevo y recuperar altura.

- No quiero volver todavía - dijo Valeryon en voz alta para que Rhaegal pudiera escucharlo. El rubio se rió.

- Si no volvemos ahora, me acusarán de haber secuestrado a un príncipe - le dijo entonces al oído el rubio, haciendo que Valeryon se tensara con un escalofrío -. Tu madre querrá asesinarme y soy demasiado joven para morir. Hay muchas cosas que quiero probar todavía.

Valeryon no dijo más. Sentía las mejillas calientes aunque no sabía bien si era por el sol o porque su mente le había dado otro significado a las palabras que el Lannister había dicho. Tal vez solo era su imaginación, a la que ya había estimulado lo suficiente.
Asintió en silencio mientras Rhaegal tomaba las riendas para volar de regreso a la Fortaleza.

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