Luto

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El humo pálido y aromático se elevaba en volutas que se conglomeraban y perdían mientras subían hacia el techo alto del septo.

Cientos de velas ardían alrededor pero era como si su calor se perdiera y fuera devorado por la desolación y el silencio que caía pesado sobre los presentes.

Las Hermanas Silenciosas habían preparado el cuerpo de Lucion Lannister siguiendo al pie de la letra las instrucciones de Joffrey. Vestía un jubón de terciopelo rojo que tenía en el pecho el león rugiendo propio de su casa bordado con hilos de oro y los pequeños ojos eran diminutas esmeraldas que brillaban débilmente ante la luz de las velas. Lo envolvía una capa dorada ribeteada con hojas de vid y soles brillantes. Tenía las manos sobre el pecho y entre ellas el pomo de su espada.

Devan le había colocado sobre los ojos cerrados las piedras planas pintadas para que su padre pudiera enfrentar lo desconocido con la mirada despejada.

Joffrey sentía a su hijo aferrarse a su cadera mientras lloraba en silencio y lo único que podía hacer era pasar los dedos entre sus cabellos rubios para intentar consolarlo aunque él mismo tenía el rostro empapado por las lágrimas que no dejaban de manar.

Rhaegal estaba a su lado, silencioso y quieto como una estatua. No podía saber bien lo que pasaba por su mente. Los ojos impares de su hijo habían dejado de parecerle como ventanas abiertas de par en par y ahora solo estaban fijos en el cadáver de su padre.

A ninguno de los tres les sentaba bien el negro.

Joffrey ni siquiera tenía ropa de ese color y había tenido que recurrir a ordenar que confeccionaran algo rápido para él y su familia.

Había enviado ya noticias sobre el accidente a Roca Casterly y los abanderados de los lannister así como otros miembros de la familia habían suplicado que regresaran de inmediato junto con Lucion para darle la sepultura adecuada.

Aún así, Joffrey decidió esperar.

Apartó la mirada momentáneamente de su difunto esposo y pudo ver a Jacaerys y Aegon a unos pasos de distancia. También vio a su madre y, finalmente, al fondo, como la rata que era, se encontró con el rostro compungido de Lucerys y no dejó de verlo hasta que su hermano pudo sentirlo y se movió, incómodo, intentando ocultarse en las sombras.

Había pensado ya en mil maneras en las que le hubiera gustado ver a Lucerys sufrir al menos una mínima parte del dolor que le había causado. Sentía el odio hervir en su sangre, mezclándose con la amargura de la pérdida y la profunda tristeza de saberse solo otra vez.

—Madre — Rhaegal llamó su atención. Joffrey miró a su hijo y sus facciones se suavizaron de inmediato —. Me iré ya — Joff asintió un par de veces y acarició la mejilla de Rhaegal. Él le besó la mejilla y se retiró. Sus pisadas hacían eco hasta desaparecer. Su corazón pesaba con la idea de que tendría que dejarlo en la capital una vez más pero al menos tenía la mente un poco más tranquila después de darle todas las advertencias necesarias.

Cuando volvió a buscar a Lucerys con la mirada, ya no había rastro de él.

***

—No tienes que irte — Jacaerys tenía una expresión preocupada. Ni siquiera se había retirado la diadema dorada que era su corona, como si se hubiera apresurado a detener a Joffrey. Ni siquiera le había dejado hacerle una reverencia apropiada —. No puedo imaginar el dolor por el que estás pasando. Has estado lejos mucho tiempo, Joff.

—Mi hogar ahora es Roca Casterly — respondió —. Devan necesita de mi. Sus tíos se han ofrecido amablemente a aconsejarlo ahora que él es el Guardián del Oeste y la cabeza de la familia — Joffrey entrelazó sus manos sobre su regazo con una expresión insondable en el rostro, como si estuviera conteniendo sus verdaderas emociones —. No sería correcto quedarme aquí y dejar a mi hijo a la deriva...

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