Odio.

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- Estás haciendo una acusación seria, Joffrey - la voz de Rhaneyra era severa. Miraba directamente a su hijo y éste le devolvía la mirada. Podía notar que estaba alterado.

- Sé lo que ví y lo que escuché, madre - entonces volteó a ver a Lucerys y lo señaló con el dedo -. El hijo que llevas dentro es un bastardo de Aemond. No es hijo legítimo de Daeron.

Lucerys tenía un hueco en el pecho. Había pasado todo demasiado rápido. La conmoción apenas y le había dado tiempo de separarse de Aemond y volver casi corriendo a sus aposentos. Daeron ya estaba ahí, esperándolo y lo miraba sin decir nada.

Incluso ahora parecía estoico. Casi rígido... pero podía sentir su mano bien firme en su espalda.

- Díselo, Lucerys - Joffrey se acercó a su hermano un paso más -. Dile a Daeron lo que le dijiste a Aemond mientras éste te follaba... - su mirada pasó de Lucerys al príncipe pero su mirada rehuía de él y eso le causaba dolor. Sintió que se formaba otro nudo en su garganta -. Tienes que creerme, Daeron. Yo los ví... los ví juntos... - de nuevo se volteó hacia Rhaenyra -. Madre, te juro por todos los dioses que los ví. Ese niño es un bastardo, tienes que...

- Suficiente - Rhaenyra levantó una mano que luego se llevó al puente de la nariz para frotarlo con dos dedos.

- Madre, estas son acusaciones viles y sensibles - intervino Lucerys por fin -. Todos hemos notado que Joffrey no se encuentra en un buen lugar emocionalmente pero eso no debe justificar estas... mentiras... que pretende esparcir.

Joffrey lo miró con total incredulidad. Lo estaba haciendo de nuevo. Mintiendo de esa forma tan convincente para salirse con la suya... usando esa cara inocente para generarle lástima a su madre. Una vez más se le llenó la boca de un sabor amargo. Lucerys lo miró y a Joffrey no le pasó desapercibida la manera despectiva en la que sus ojos verdes lo escanearon desde la cabeza a los pies.

- ¿Es realmente tanta tu desesperación, Joffrey? - preguntó - Acusarme de algo tan serio todo por una tontería de niños...

- ¿A qué te refieres, Lucerys? - Rhaenyra frunció un poco el ceño. Entonces Joffrey lo supo. La sangre abandonó su rostro y negó con la cabeza.

- Joffrey ha estado enamorado de Daeron desde hace tiempo, madre - dijo Lucerys y sus palabras fueron seguidas por un silencio sepulcral -. Yo... descubrí sus sentimientos por accidente. Y sé que ha estado resentido conmigo todo este tiempo por el compromiso que el Rey decretó. Supongo que esto es parte de una artimaña para lograr anular el matrimonio, madre, pero creo que ha ido demasiado lejos...

Fue como sentir de golpe cien puñaladas directas al corazón. Todo el aire parecía haber abandonado sus pulmones y, por más que intentaba, no podía recuperarlo. Joffrey estaba pálido y helado como un témpano de hielo.

- ¿Tú sabías de estos sentimientos, Daeron...? - inquirió Rhaenyra. Joffrey lo miró. Por un segundo pensaba que quizá sería el momento en el que él finalmente daría un paso al frente para reconocer lo que siempre le había jurado. Creyó que tomaría su lado como siempre y que, una vez más, lo miraría con ese amor ardiente que aún recordaba.

- Si, Alteza - respondió el príncipe -. Debo reconocer ahora que incluso llegué a corresponder los afectos de Joffrey un tiempo - continuó -. Pero ahora tengo un deber mayor que cumplir con Lucerys... Y con mi hijo... Al cual no toleraré que llamen bastardo o cuestionen su legitimidad - su mirada violeta se posó finalmente sobre Joffrey pero no tenía absolutamente nada que ver con esa mirada cálida que el castaño recordaba.

Sus ojos se llenaron de lágrimas que ardían.

- No... - susurró -. Tú sabes que no es tuyo... Daeron, por favor. Sé que me crees. Sé que sabes que Lucerys te está mintiendo... - Joffrey se acercó a él un poco más pero Daeron levantó la mano para evitarlo. Eso terminó de romperle el corazón a Joffrey. La última esperanza que albergaba acababa de morir cruelmente bajo la mirada helada de Daeron - Tú me dijiste que me amabas... Me dijiste que harías cualquier cosa por mí. Me juraste que nunca me abandonarías...

- Sé lo que dije - murmuró el príncipe -. Pero creo que ahora debemos enfocarnos en el presente. Fue un error de mi parte mantener viva una fantasía... Pero esta es la realidad, Joffrey. Entiéndelo.

Joffrey negó con la cabeza. Daeron jamás le diría tal cosa. No podría ser cruel con él. No destruiría sus ilusiones de esa manera. No podía ser cierto.

Lucerys... Lucerys le había hecho algo. Lo tenía envenenado o hechizado o algo. Había pasado muy poco tiempo como para que Daeron cambiara de esa manera tan radical y prefiriera tener los ojos vendados antes de simplemente ver la verdad que estaba ante sus ojos.

- Tú... - la palabra salió de sus labios casi como una amenaza. Joffrey se dejó llevar por el impulso. Tomó de la mesa cercana el portavelas. Poco le importó quemarse la mano con la cera caliente que se derramó en su piel. Caminó a zancadas hacía Lucerys, listo para abrirle la cabeza a golpes. Tal vez así rompería el hechizo que había puesto en Daeron para hacerlo olvidarse de su amor así como así.

Era imposible para Joffrey creer de buenas a primeras que el amor de su vida lo había descartado y cambiado así de la nada... Después de todos los besos, las caricias, las promesas... Joffrey sabía que Daeron lo amaba todavía. Tenía que ser así. Estaba intentando aferrarse lo más posible a esa esperanza que se negaba a morir del todo.

Estaba agonizando.

- ¡Joffrey, no! - exclamó Rhaenyra, estirando una mano hacia su hijo.
Lucerys retrocedió, buscando huir de la amenaza de Joffrey, cerrando los ojos con fuerza. Instintivamente se cubrió el vientre pero el golpe jamás llegó. Al abrir los ojos reconoció la espalda de Aemond. No lo había escuchado llegar a la sala ni sabía si también lo habían convocado pero él sostenía la muñeca de Joffrey con fuerza, interponiéndose para defender a Lucerys.

Joffrey bufó, intentando zafar su mano de la de Aemond, apretando con fuerza el portavelas, con lágrimas desesperadas corriendo por sus mejillas. Forcejeaba con su tío pero éste tenía demasiada fuerza. Sabía que dejaría marcados los dedos en su muñeca. Ahora era tan dolorosamente obvio... Joffrey quería gritar. No entendía por qué todos lo traicionaban así. Lucerys, su madre... Daeron. ¿Acaso lastimarlo les generaba algún tipo de placer retorcido...?
Su ira se enfrió tan rápido como se encendió al caer en cuenta de todo. Siempre había estado solo. Solo y engañado. Había vivido en una fantasía, tal cual Daeron le había dicho, creyendo tontamente en promesas de amor que no llegaban a ningún lado.
Curvó las cejas y su labio inferior tembló.
Entonces empezó a sollozar y soltó el portavelas. El metal hizo eco al caer al suelo. Aemond liberó su muñeca al tiempo que Joffrey caía de rodillas, llorando de dolor y de rabia.

El saberse traicionado por su propia sangre lo había destruido. Su propia familia le había dado la espalda.

Lucerys lo miró y luego a Aemond aunque se acercó a Daeron para tomar su brazo.

La escena que tenía ante sí le causaba lástima y cierto remordimiento. Puso una mano sobre su vientre abultado para recordarse el motivo principal de sus acciones.

Su hijo. Su primogénito. La única pizca de felicidad después de haber pasado una vida miserable y solitaria. Ahora él era su familia. Ahora él era el motivo para seguir adelante. Sabía que había hecho daño a Joffrey. Quizá algo que no podría reparar nunca... pero no podía seguir anteponiendo las necesidades de su familia antes que la suya.

En medio del silencio y el llanto desesperado de Joffrey, un sirviente se acercó a Rhaenyra para comunicarle en voz baja lo ocurrido.

Viserys había muerto por fin.

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