Deseo.

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El cielo estaba pintado de blanco.

Aún si las nubes se habían conglomerado, el sol se las arreglaba para brillar detrás de ellas, iluminando la pira mortuoria sobre la que descansaba el cuerpo del difunto rey Viserys I, envuelto en sedas y óleos sagrados.

Rhaenyra era la que se encontraba más cerca de su padre.

La pérdida, la tristeza y la congoja se reflejaban en su mirada.
Los bordes de sus ojos estaban enrojecidos y la palidez de su piel se había incrementado incluso más.

Ahora que su padre había muerto... ella era su sucesora. Ella portaría la corona y caería sobre sus hombros la responsabilidad de mantener la paz y la armonía...

Aunque ahora mismo la estabilidad de su familia parecía a punto de fracturarse definitivamente.

Lucerys y Daeron estaban unos pasos detrás de ella. El disturbio de la noche anterior había provocado tal malestar que aún estaba reflejado en sus rostros. Era imposible no notar la tensión en los hombros de Daeron y en la expresión de Lucerys, que miraba fijamente la pira aunque no parecía estar viéndola realmente.

Joffrey y Lucion estaban en el punto más lejano entre la pequeña multitud que había asistido a presenciar el funeral. Rhaenyra había determinado que lo mejor para todos era que regresaran ambos lo más pronto posible a Lannisport. No quería escuchar más de ese escándalo y esas acusaciones que le traían recuerdos tan amargos. Quería entender a su hijo pero él parecía haber entrado en un trance del cual solo fue posible apaciguarlo con leche de amapola y un té que lo había dejado como en hibernación.

Lucion tomaba su mano firmemente aunque no presionaba ni decía nada. Podía identificar la mirada de su esposo y sabía que, lo que sea que estuviera atravesando su mente, era mejor dejarlo hacerlo por su cuenta.

Rhaenyra finalmente suspiró con pesadez al sentir la mano de Daemon en su espalda. Unas lágrimas escaparon de sus ojos y su mirada cayó en Syrax, que esperaba la orden casi con solemnidad.

Alcanzó a ver por el rabillo del ojo a Jacaerys y Aegon. Distantes como si fueran desconocidos.
No se miraban en absoluto. Aegon abrazaba su propio torso, intentando cubrirse del aire frío y miraba hacia otro sitio, lejos de donde su padre descansaba.
Jacaerys, sin embargo, miraba al horizonte, como rumiando sus pensamientos.

- Pronto terminará - le dijo Daemon en voz baja. Rhaenyra tragó saliva para deshacer el nudo en su garganta -. Todo estará bien.

Ella inhaló profundamente y enderezó la espalda.

- Dracarys - ordenó con firmeza y las llamas de dragón envolvieron el cuerpo de su padre.

•••

Aegon despidió a su doncella con un movimiento brusco de su mano. Ella se disculpó antes de salir, dejando el cepillo sobre el tocador.

Era imposible pasarlo entre el cabello de Aegon. Eran demasiados nudos. No lo había cepillado propiamente durante una temporada considerable y, ahora que había soltado las trenzas que lo sostenían, revelaba su estado deplorable... un reflejo de su estado durante los últimos meses.

El funeral le había resultado insufrible. Tantas lágrimas, tanto drama... estaba cansado ya. Y lo peor de todo es que no había podido beber nada. Ni un trago de vino desde el amanecer. Era tortura. Tortura pura. Rhaneyra no había dejado pasar un día y ya estaba empezando a portarse como si fuera la dueña del lugar...

Prohibiendo el vino y la cerveza durante todo el día para pasar el luto...

Tomó el cepillo y él mismo empezó a cepillarse aunque no estaba haciendo muchos avances. Los tirones eran dolorosos y cada vez se desesperaba más. Sentía como se arrancaba los cabellos y al mirar el cepillo pudo verlos enredados entre las cerdas. Luego levantó la vista y se encontró con su propio reflejo.

𝐂𝐋𝐀𝐈𝐌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora