Desdén.

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Al escuchar esas palabras salir de los labios de Rhaneyra, Lucerys cayó en cuenta de la gravedad de sus acciones y el pánico amenazó con apoderarse de él.

Tan rápido como había cedido ante el impulso de la ira, regresó a la realidad y se miró las manos temblorosas. Había perdido la cordura por un instante y todo lo que había planeado estaba a punto de desmoronarse.
La seguridad que quería para su hijo, la tranquilidad que desesperadamente necesitaba...

Su mirada y la de Joffrey se encontraron fugazmente. Podía ver las marcas rojizas en su cuello que el maestre intentaba aliviar con un ungüento calmante. Los ojos castaños de su hermano tenían un brillo que le generó miedo. Miedo de verdad, como nunca antes lo había sentido.

En su mente los pensamientos se encimaban unos sobre otros en un hervidero que amenazaba con causarle una migraña. Necesitaba una solución, algo que pudiera permitir que se quedara más tiempo en la capital y al mismo tiempo le diera espacio para poder planear con más calma su siguiente movimiento.

Tragó saliva y entonces empezó a caminar hacia Joffrey. Jacaerys intentó interponerse una vez más pero el menor de sus hermanos lo detuvo.

Joff analizaba a detalle los pasos de Lucerys hasta que finalmente se arrodilló ante él. Tenía los ojos entrecerrados, alerta.

- Joffrey... - la voz de Lucerys tembló un poco. Se estaba esforzando por mostrar arrepentimiento -. Te ruego que me perdones... Lo que hice... Sé que te hice daño... - continuó. Se atrevió a tomar la mano de Joffrey con las suyas -. Dejé que la ira me dominara. Nunca fue mi intención hacerte daño a ti o... al bebé que esperas...

El escepticismo brillaba en los irises castaños de Joffrey. Levantó una ceja, incrédulo. Lucerys ya lo había engañado antes, hace años, cuando había intentado hacer pasar a su bastardo como hijo de Daeron.

- Unas disculpas vacías no van a reparar el daño que me has hecho - respondió Joffrey. Su voz estaba cargada de desconfianza -. Tus acciones hablan más que tus palabras... ¿Cómo sé que en el futuro no intentarás hacerme daño? ¿O a mis hijos?

Lucerys levantó la mirada. Sus ojos brillaban llenos de lágrimas. En su rostro había una expresión de arrepentimiento y sincero remordimiento.

- Te lo juro por nuestra sangre. Por las catorce llamas y los Siete, nunca más permitiré que mis emociones me dominen así otra vez - su voz era suave, suplicante -. Te lo ruego, Joffrey... no tenemos por qué pelear más. Debemos estar unidos ahora más que nunca. Sé que tal vez mis palabras no resuelvan los errores y el daño que te he hecho pero... No seamos nosotros quienes debiliten los lazos familiares.

Joffrey se quedó en silencio unos segundos. La desconfianza aún estaba plasmada en su rostro pero algo, en lo profundo de su alma, una ínfima pizca de compasión se instaló en su mente.

- Tus acciones hablarán por ti - dijo finalmente -. A partir de ahora estarás bajo estrecha vigilancia. Si vuelves a traicionarme, no habrá perdón y olvidaré los lazos de sangre que nos unen.

Lucerys asintió humildemente, soltando su mano. Ahora sabía que debía ser muchísimo más cauteloso si es que quería verdaderamente deshacerse de Joffrey. Había cometido el error de subestimarlo... Pensar que aún se trataba de su pequeño hermano inocente y manipulable que solo estaba jugando a hacerse el fuerte.

Ahora sabía que Joffrey no dudaría en lanzarlo al fuego para lograr sus propios objetivos.

A medida que se ponía de pie, Lucerys se preparó para hacer su siguiente jugada con tanta cautela y cuidado como pudiera. Tendría mucho de qué hablar con Aemond y... analizar lo que haría con Daeron.

Si quería proteger a Valeryon y asegurar su bienestar y seguridad, tendría que ser paciente y astuto.

Una guerra entre dragones se avecinaba y solamente uno podría prevalecer hasta el final.

•••

Joffrey regresó a su habitación a solas. Había pedido que no se hiciera llamar a Lucion para evitar malos entendidos. Él hablaría con su esposo directamente pues quería explicar los sucesos para buscar su consejo.

No había perdonado a Lucerys directamente. Sus palabras habían disfrazado una advertencia a pesar de que Rhaenyra se había conmovido por esa reconciliación, retirando sus órdenes de expulsar a Lucerys. Había sido muy listo... nadie mejor que él conocía el camino directo al corazón dulce de su madre.

Mientras subía las escaleras, alcanzó a escuchar el escándalo del vidrio rompiéndose y luego un golpe sordo. Apresuró sus pasos y, en el entrepiso, alcanzó a ver a Daeron en el suelo.

Una botella de vino estaba rota cerca de él y lo que quedaba del alcohol se regaba por el suelo.

Actuó guiado por el impulso, acercándose para comprobar si su tío respiraba todavía. Lo movió y el príncipe se quejó.

- ¿Qué estás haciendo? - preguntó el castaño en voz baja. Daeron abrió los ojos despacio y tardó unos segundos en reconocer el rostro de Joffrey. Cuando lo hizo, las emociones que lo habían obligado a ahogarse en alcohol para acallarlas se aglomeraron y empezó a llorar como si fuera un niño perdido.

Joffrey no sabía qué hacer. ¿Debía buscar ayuda? ¿Subir a la habitación para advertir a Lucion...?

Daeron se aferró a su falda para poder levantarse y Joffrey se tambaleó un poco. Instintivamente se llevó una mano al vientre y la otra la recargó en la pared.

- Joff, tienes que escucharme - balbuceó -. Lucerys... Lucerys me ha estado manipulando todo este tiempo. Me ha amenazado, me ha obligado a alejarme de ti. Está usando a Valeryon para protegerse a sí mismo.

Joffrey frunció el ceño, mirando a Daeron con una mezcla de incredulidad y apenas un poco de miedo. Nunca antes lo había visto así. Y sus palabras... no podía creerle.

- ¿Por qué debería creerte? Estás tan ebrio que no puedes ponerte de pie - le dijo, desconfiado.

Daeron apretó aún más la tela entre sus dedos. Joffrey era como una visión. Una criatura hermosa cuyas facciones estaban cambiadas por el rechazo y el rencor. Intentó incorporarse pero de nuevo jaló a Joffrey con fuerza, haciendo que casi se cayera con él. En respuesta, el castaño se apartó bruscamente, empujándolo con el pie para que lo soltara.

- Por favor, Joffrey... Tienes que creerme, tienes que entender que te digo la verdad - le dijo, suplicante. El rechazo del omega había dolido como cien dagas en el pecho -. Nunca dejé de amarte, nunca dejé de desear estar contigo... Mi corazón siempre ha sido tuyo.

Las lágrimas brotaban de sus ojos y Joffrey sintió una punzada en el pecho. Un dolor que había creído enterrar en lo profundo de su ser y que se había jurado no permitir herirlo nunca más.
Negó con la cabeza.

- No creo en un amor así - le dijo severamente -. Si fuera verdad, hubieras hecho algo por mi. Por nosotros. Pero solo demostraste ser un cobarde. Y solo me da vergüenza saber que alguna vez amé a un cobarde mentiroso y débil como tú.

Las palabras eran frías y directas. Daeron sintió el rechazo como un golpe helado en su corazón. Joffrey alejó los pedazos de vidrio del suelo con el pie para seguir subiendo las escaleras. Daeron intentó una vez más acercarse a él, casi arrastrándose para alcanzarlo.

- ¡Joffrey, por favor! ¡Tienes que creerme!

El castaño se detuvo. Inhaló profundamente y cerró los ojos unos momentos. Había un nudo en su garganta. No quería dejarse dominar por los impulsos que esa parte de su mente lo obligaban a confiar en el hombre que había amado con toda su alma alguna vez.

-No vuelvas a dirigirme la palabra - murmuró -. Estoy harto de ti. De Lucerys. Tu sufrimiento es una consecuencia de tu cobardía. Afróntalo por tu cuenta o le diré a mi esposo que se encargue de ti.

𝐂𝐋𝐀𝐈𝐌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora