Aversión.

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Joffrey alcanzó a divisar las altas torres carmesí de la Fortaleza a través de la celosía del carruaje.
A medida que se acercaban a la capital una mueca de desagrado aparecía gradualmente en su rostro, profundizando la arruga que se hacía en su entrecejo.

Deseó poder tener algo qué beber. Quizá al menos así podría amortiguar la sensación de profundo vacío que se instalaba en la boca de su estómago.

El vino y otros licores se habían vuelto compañía recurrente en su día a día desde el momento en el que lo enviaron a Roca Casterly.
Ahora comprendía a Aegon más que nunca y sabía bien por qué su cuñado prefería pasar días, tardes y noches enteros sumido en la embriaguez... Aunque Joffrey no llegaba a hacer desvaríos.

Simplemente se quedaba mirando por cualquiera de las ventanas del castillo, tan ausente como si fuera un mueble más en la habitación. Hablaba poco y se movía por la pura fuerza de inercia... Simplemente porque tenía deberes que cumplir.

No recordaba mucho de los últimos seis meses.

Su boda con Lucion Lannister era un cúmulo de recuerdos difusos que se amontonaban en su mente como una amalgama amorfa llena de incomodidad y sensación de ahogo. No podría hablar de ello ni aunque quisiera.

Sacó un pañuelo para llevárselo a la nariz.

- ¿Alergias? - preguntó Lucion. Joffrey lo miró.

- Este lugar huele a mierda - respondió simplemente, cerrando la ventana -. Se puede oler a kilómetros de distancia.

No hubo más intercambio de palabras. Joffrey no disfrutaba hablar. No encontraba el sentido. Y no tenía con quién hacerlo. Lucion no era más interesante que una piedra y en Lannisport no contaba con ninguna cara conocida o alguien que le hiciera un gesto amable. Solo estaba él. Y el vino.

- Es una pena lo del Rey - dijo entonces su esposo, tratando de entablar conversación. No parecía ser consciente de que cualquier intento de plática con el castaño sería siempre unilateral -. Imagino que debes estar triste... Pero al menos estaremos ahí. Has estado mucho tiempo lejos de casa -Joffrey se miró las manos. Llevaba anillos en todos los dedos. No dijo nada -. Tal vez estar en un entorno familiar mejore tu salud. Quizá aquí podamos intentar...

- Tengo las piernas entumecidas - interrumpió el omega - ¿Podrías pedirles que aceleren el paso? Estoy a punto de bajarme de este carruaje y llegar a la Fortaleza Roja a pie.

Lucion apretó los labios pero asintió y dió un par de golpes en el techo del carruaje.
Joffrey suspiró.

La búsqueda de un heredero Lannister había empezado desde la primera noche después de la boda. Joffrey tampoco recordaba mucho de ello más que cierta incomodidad. Las ganas de llorar contenidas y el ardor molesto entre las piernas. Vagamente se acordaba de los jadeos de Lucion y de las sombras que las velas y la chimenea formaban en el techo.

Pensó con amargura que al menos eso podía agradecerle a Lucerys. El té de luna era efectivo y lo bebía siempre que Lucion lo convocaba en sus aposentos.
Prefería estar muerto antes que darle un hijo a un hombre que no amaba.

•••

La bienvenida fue silenciosa. Un poco patética, a decir verdad, pero tampoco esperaba más. Después de todo, Viserys estaba enfermo. Moribundo, según el cuervo que había llegado a Roca Casterly hace días. Joffrey pensó por unos segundos que, quizá, había deseado con tanto fervor que su abuelo se arrepintiera de la decisión que había tomado que los dioses lo habían hecho enfermar al grado de caer en cama.

Los maestres no le daban muchas esperanzas. Eso le había causado un placer morboso a Joffrey aunque también sintió culpa... No mucha, pero era culpa igual.

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