Promesa.

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A pesar de que la conversación y las risas habían reanudado una vez que tomó asiento junto a Aegon, a Lucerys no le pasó desapercibida la evidente tensión que empezaba a creer en el salón.
Era inevitable para él pensar que estaban hablando de él y que cada fugaz mirada que intercambiaba con Joffrey no era más que parte de un largo chiste que él y Aegon compartían a escondidas... A sus espaldas. Aún incluso cuando realmente no se veían tan seguido.

-Necesito que me digas cómo haces para verte así - Aegon le sonrió y tomó su mano -. Parece que no ha pasado ni un día, Lucerys, sigues viéndote como doncella - recargó su mejilla en la palma de su otra mano e hizo un puchero de fingida molestia -. Tú y Joffrey me tienen harto, de verdad. Tengo miedo de que alguien entre y piense que soy madre de ustedes dos.

-Para nada - fue lo único que pudo responder Lucerys aunque tenía que darle la razón a Aegon. Lógicamente, Joffrey era casi seis años más joven que él y ni hablar de la diferencia con Aegon. Su rostro había madurado pero todavía conservaba bastante juventud en sus mejillas y en sus ojos. El rojo y el dorado le sentaban muy bien y no pudo evitar sentir cierta envidia. La moda en los reinos se adaptaba según lo que su madre consideraba adecuado pero, anunciada la coronación de Jacaerys, la atención de ladys, sirvientas y damas por igual se estaba desviando al estilo que Aegon manejaba:

Vestidos largos que se ceñían al torso acompañados con capas que hacían ver los hombros más rectos y se unían al pecho con cadenas doradas o broches con figuras variadas, dando la ilusión de un escote que mostraba dependiendo de lo que el omega considerase prudente. Las capas eran de seda transparente y usualmente no tenían el propósito de cubrir, sino de realzar la silueta. Aegon solía adaptarlas para que funcionaran como mangas y así proteger la piel de sus brazos del sol cuando salía de paseo pero sin dejar de estar cómodo y fresco.
Era extravagante, complicado y no cualquiera podía lucir bien...

Pero Joffrey si.

Un rubí del tamaño de un hueso de melocotón colgaba justo debajo de sus clavículas, guiando la atención a su escote, enmarcado no solo por la seda dorada sino también por sus rizos oscuros. La tela estaba bordada con sutiles leones de oro y hojas de vid. Probablemente lo que llevaba puesto valía más que las joyas que entre Lucerys y Aegon pudieran llevar.

-Lucerys es modesto - dijo Joff, tomando de la mesa una galleta, mirando a su hermano, que aún estaba bastante apegado al estilo de su madre -. Nadie ha podido quitarle su título como "perla" de Marcaderiva.

Se miraron a los ojos entonces. Marrón y verde, como en tantos años no lo habían hecho. Joffrey mordió la galleta con una sonrisa y Lucerys levantó el mentón, apartando la vista y sintiendo un resquemor bastante incómodo en el pecho y en el vientre.

- Me gusta tu vestido - Aegon comentó, tratando de desviar la atención una vez más. Tocó la tela suavemente y Lucerys le sonrió un poco más.

-Algo anticuado - dijo, acomodando las mangas abullonadas, sintiendo de paso las perlas que estaban bordadas cerca de su codo. Su cuñado negó con la cabeza.

-Para nada. Es bonito pero tengo los hombros más horrendos en Poniente... Por eso quiero deshacerme de ese corte - señaló, tocando la piel descubierta de Lucerys -. Jamás podría verme tan bien como tú y si voy a ser el consorte no voy a dejar que nadie me robe la atención, ¿hm? Ni siquiera las perlas o los rubíes... Así que, por favor, come. Joff y tu madre me dijeron que te gustan mucho los pastelillos de limón, ¿verdad?

Joffrey empujó la bandeja que los contenía con la punta de los dedos para acercarlos a su hermano. Lucerys miró los cuadritos de pan y el glaseado que los cubría. El aroma era muy agradable pero no se movió. No pensaba tocar nada que Joffrey hubiera tenido cerca... Mucho menos comerlo. Aún así, sabía que sería grosero desairar a Aegon, estiró la mano y tomó una tartaleta que tenía más cerca.

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