Veneno.

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La habitación se sentía extrañamente fría a pesar de las brasas en la chimenea, a pesar del sol que entraba por la ventana... el frío era tal que parecía haberse colado en sus huesos y congelado sus venas. Quizá no había otro lugar en el mundo más helado que aquella habitación.

Ni siquiera el Muro, con su extensa longitud de hielo, podría compararse con el frío que lo envolvía. Casi parecía que el vapor salía de sus labios al exhalar.

-Recuerdo que cuando supe de tu existencia sentí que mi vida se había acabado- Joffrey se sentó en la orilla de la cama. Miró sus manos unos segundos, pensando sus palabras, probando esos recuerdos que no había visitado hace tanto tiempo. Acarició con el índice el rubí incrustado en la argolla que Lucion le había regalado después del nacimiento de Rhaegal -. Verte, hablar contigo... Pensé que habías aparecido solamente para hacerme miserable... Y estabas en todos lados. En todas partes.

Suspiró y volteó a ver a Lucion. Si quisiera pensar de forma optimista, podría convencerse de que estaba dormido nada más. Que la obra y gracia de sus plegarias y el trabajo de los maestres surtiría efecto alguna vez y su esposo abriría los ojos y podría ver la maravilla verde que eran una vez más. Y podría decirle lo mucho que se había asustado y lo feliz que estaba de que volvían a estar juntos.

Pero Joffrey había dejado de ser optimista y nunca había sido muy bueno con sus plegarias. no desde que había descubierto que la única manera de hacer realidad lo que quería era tomando cartas en el asunto. Sabía de sobra que no quedaba nada más que hacer por Lucion. Su esposo había muerto, lo había perdido; pero recordaba claramente sus promesas. Especialmente la primera que Lucion le había hecho.

Podía darse cuenta de que quedaba poco de su esposo en el cuerpo que reposaba en la cama. El cabello estaba opaco. Seco. La piel se veía reseca y se pegaba a los huesos de su cara como una sábana vieja y sucia. Lucion Lannister. Una vez Guardián del Oeste, señor de Roca Casterly. Una vez el alfa que lo había amado, que había creído en él cuando su propia familia le había dado la espalda.

- Creo que nunca te pregunté por qué no te rendiste conmigo. A pesar de que sabías que yo amaba tanto a otro... Nunca perdiste la insistencia - el omega curvó un poco las cejas. Aún le parecía amargo hablar de ese momento en su vida - ¿Era terquedad? ¿O solo eras tonto y masoquista? - Joffrey giró un poco para poder ver mejor a Lucion. Esperó unos segundos a pesar de que sabía perfectamente que no habría una respuesta -. Supongo que lo que dirías ahora mismo sería algo como "valía la pena insistir por ti" - suspiro y sonrió apenas un poco aunque era un gesto cargado de tristeza -. Porque es el tipo de tontería principezca que dirías. Pero lo dirías en serio, como todo lo que salía de tus labios. Creo que nunca me hiciste una promesa que no pudieras cumplir- estiró la mano para ponerla sobre la de su esposo, curvando las cejas un poco -. Lamento mucho que no hayamos podido decirnos adiós. No te merecías esto. Nuestros hijos no merecían esto... y yo tampoco - se inclinó un poco más hasta que besó los labios resecos de Lucion suavemente en un roce muy breve y delicado -. Aprendí a amarte y a atesorar el amor que tú me diste. Me enseñaste muchas cosas, Lucion... Me amaste tanto que me diste a nuestros niños. Y ahora... Solo puedo hacer lo que es justo. Lo que mereces, lo que nos prometimos hace tantos años...

Joffrey se levantó de la cama y sirvió vino en dos copas aunque las manos le temblaban un poco.

Dudó un poco pero finalmente tomó también el frasco pequeño que el maestre Cedric le había dado. Contenía un líquido transparente que tampoco tenía olor y que, según el maestre, tampoco causaría ningún dolor al ser ingerido. Lucion se quedaría dormido y la muerte llegaría en silencio.

Al retirar el tapón del frasco Joffrey se dio cuenta de que estaba llorando. Le faltaba el aliento y los sollozos escapaban de sus labios mientras sus ojos ardían. Las lágrimas caían gruesas y saladas por sus mejillas mientras vertía el veneno en la copa de su esposo con las manos temblorosas. Regresó a su lado y sostuvo su cabeza con cuidado mientras que con la otra mano inclinaba la copa sobre sus labios para hacerlo beber.

- Perdóname - susurró -. Perdóname, perdóname... - sollozaba hasta que finalmente la copa estuvo vacía.

***

Valeryon cerró la puerta detrás de sí cuando entró a los aposentos de Aeriel que, a pesar de la hora, todavía estaba envuelto en una bata de seda y llevaba su camisón para dormir. El omega tenía el cabello revuelto y le hizo señas bastante desgnadas a sus sirvientes para que se retiraran del lugar después de dejar su desayuno en la mesa.

-Puedo volver en otro momento - murmuró Valeryon pero su primo negó con la cabeza, cubriéndose la boca a medias para ocultar su bostezo.

-Siéntate, siéntate - le pidió y no tuvo más opción que obedecer, aunque mantuvo la espalda recta y la postura adecuada a pesar de que Aeriel parecía haberse olvidado de todos los protocolos mientras tomaba una manzana y un cuchillo pequeño para empezar a pelarla. Odiaba la cáscara y la textura que tenía -. Escuché por ahí que saliste a dar un paseo hace unos días - Valeryon tragó saliva pero no dijo nada -. ¿Qué tal estuvo? ¿Te gustó?

- Por favor, no le digas...

- Val. Tranquilízate - Aeriel levantó una ceja y sonrió para calmar la evidente tensión en su primo -. No te hice venir para acusarte ni para regañarte... Solo quiero que me cuentes. Rhaegal está tan triste que simplemente no quiero molestarlo con mi curiosidad - el castaño suspiró y pudo cortar un pedazo de manzana para morderlo. Estaba dulce y jugosa -. Es lindo que hayan salido juntos.

-Debió habértelo pedido a ti. Yo no... No debí... - Valeryon empezó a jugar con sus dedos, nervioso -. Fue algo de una sola ocasión. No volverá a ocurrir.

- ¿Por qué? Creí que Rhaegal y tú se gustaban - Aeriel curvó un poco las cejas. Valeryon se tensó y sentía que los colores se le habían subido al rostro -. Vamos. Es muy obvio... Si te das cuenta de cómo te mira, ¿verdad?

- Es tu prometido - murmuró Valeryon.

Aeriel se encogió de hombros y tomó un pastelillo relleno. Al morderlo, un poco de la jalea le manchó los labios.

-No soy tonto - dijo una vez que logró limpiarse con la servilleta de tela que tenía a la mano -. Y, siendo honesto, tampoco me importa que ustedes dos... Bueno, lo que sea que tengan entre ustedes. Me da lo mismo, mi madre me ha hablado de lo que puede suceder entre dos personas que se gustan - cortó otro pedazo de manzana y lo mordió -. Rhaegal y yo vamos a casarnos pronto. Tú vas a pulular cerca de mí todo el tiempo. Será inevitable que tú y él... - Valeryon desvió la vista y negó con la cabeza. Esta conversación lo estaba agitando demasiado -. Está bien que lo hagan. Solo no quiero... Realmente detestaría quedar en ridículo así que te suplico que seas discreto. Nada más. Si vas a ser su amante...

Valeryon se levantó de la silla abruptamente.

- Te suplico que no digas más - le dijo con la voz temblorosa -. Lo que sugieres es... es un pecado. Y está mal. Rhaegal es tu prometido, yo seré un caballero y los dos somos... alfas... - Aeriel lo miró fijamente unos segundos y Valeryon no pudo sostenerle la mirada. Estaba nervioso. Se sentía expuesto, como si su primo pudiera ver a través de su armadura, de su ropa y de todos sus secretos.

- Está bien - murmuró el castaño con un suspiro -. Puedes irte, si quieres - dijo simplemente -. Solo recuerda que hablo en serio. Si haces algo que me deje en ridículo...

Las palabras se quedaron flotando en el aire de manera ominosa. Era una advertencia muy clara de la cual Valeryon no quería conocer la consecuencia.

𝐂𝐋𝐀𝐈𝐌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora