🐆・𝐏RÓLOGO

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"Atzin"

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"Atzin"

2 de noviembre de 1998.

🐆 ; E D A H I

El chillido que pega en cuanto el doctor le da la nalgada hace que incluso quiera taparme las orejas. Me advirtieron que cuando por fin naciera se me iban a bajar las ganas de ser padre, pero es mi de mi pequeña hija de la que estamos hablando, ¿cómo podría no quererla?

Sí, acaba de demostrar que tiene buenos pulmones y cuerdas vocales, pero es de mi sangre. Es el fruto que nació de la relación con la única mujer que voy a amar en esta vida aparte de ella. Mi pequeña Atzin ha sido mi adoración desde que me enteré de su existencia, y eso no es algo que vaya a cambiar ni hoy, ni mañana, ni dentro de cien años.

Las enfermeras se la llevan para revisarla y me piden que vaya por la maleta que tiene sus cosas. Bien podría pedirle a alguno de mis hombres que lo hagan, pero no pienso dejar que cualquier idiota se encargue de las cosas de mi hija.

Tardo como diez minutos en volver con las enfermeras para entregarles las cosas y mi bebé aún sigue llorando..., está bien, puede que llegue a ser un fastidio, pero al menos es uno bonito.

—Ay, señor, le vamos a tener cambiar la habitación a una más lejos de la suya y la de su mujer.

—¿Por qué me van a alejar de mi hija?

—¿Pues no está oyendo qué chillidos pega? No los va a dejar dormir.

—Entonces, más les vale que se estén atentas porque no la pienso cambiar de cuarto.

»Y mejor dejen de estar de chismosas y empiecen a bañarla, aquí tienen su jabón y esas cosas.

Obedecen y mi niña deja de llorar en cuanto toca el agua.

He leído que a los recién nacidos les tranquiliza estar en el agua porque les recuerda a cuando estaban en el vientre, pero es inevitable que recuerde el significado de su nombre y el cuerpo se me llene de paz.

Apenas nació y me reafirma la idea de que está hecha para esta familia y todo lo que implica, si hasta vino a nacer a medio día de muertos.

En cuanto las enfermeras terminan me entregan a mi hija para que la lleve con su madre que ya está en su habitación descansando después del parto. Estar cinco horas en labor no es algo sencillo...

Ay, Atzin, no llevas ni una hora aquí y ya le estás sacando canas a tu pobre madre.

Abro la puerta de la habitación, no sin antes obligarles a mis hombres que refuercen la seguridad en toda la propiedad. Mi mujer, Nerea, está recostada y con los ojos cerrados mientras acaricia ligeramente su vientre.

—¿Cómo estás?

—Se me acaba de abrir la vagina más de veinte centímetros, ¿cómo esperas que esté?

—Entonces supongo que no quieres ver a nuestra hija.

—¡No digas estupideces! Espera, ¿dijiste hija?

—Yo te dije que iba a ser una niña, ¿apoco no?

—Edahi... déjame verla.

Las lágrimas le comienzan a descender a la cara en cuanto la tiene en sus brazos, la niña, reconociendo inmediatamente a la persona que la cargó por casi nueve meses, le extiende una mano y le atrapa el dedo índice.

—Ay, mi niña.

—Va a ser la mejor, yo me encargaré.

—¿No estarás pensando meterla en tus negocios, verdad?

—¿A quién más, sino?

—Por el amor de Dios, Edahi. ¡Es una niña!

—Cálmate, pues si no la voy a poner a entrenar desde hoy... Conque empiece a eso de los tres años estará bien.

—¿Estás pensando siquiera en lo que dices?

—¿Qué tiene de malo, pues?

—¡Es una niña! Se la van a comer en ese maldito mundo.

—¡Es mi hija! Vale madres si es hombre o mujer, lleva mi sangre, va a poder con todo lo que se le ponga enfrente.

—Edahi..., no..., no es eso. Sabes que no vamos a poder tener otro hijo. Y yo no quiero que la única hija que vamos a tener termine muerta por querer que siga con tu maldita mafia.

Yeyetzi..., no estás entendiendo. —tomo su mano para dejar un beso sobre sus nudillos.

»Ella será una leyenda. Sabes que la mayoría en estas cosas son hombres, encima machistas, nunca se esperarán que la futura líder sea una mujer. Estará a salvo en todo momento, nadie tiene porqué saber quien es en verdad.

—¿Y la esperas esconder de todo el mundo?

—No de todo el mundo.

»Sabes que por el simple hecho de nacer en esta casa no iba a ser una niña como cualquier otra, no sé de qué te espantas.

—Porque no quiero perderla.

—Y no lo vamos a hacer. Así tenga que regresar de la maldita muerte, a esta niña no me la toca ni Dios.

—¿Me lo prometes?

—Te prometo que ni a ti ni a Atzin les pasará nada malo. Ni en esta vida ni es las que vengan. —acaricio su mejilla mientras le limpio las lágrimas con besos.

—Va a ser una leyenda. —repite, queriendo convencerse de que estoy diciendo la verdad.

—La mejor. Le temerán tanto que no querrán decirle ni su nombre. 

Ojalá esté vivo para ver cuando le pongan su apodo.



*Yeyetzi: "bonita" en náhuatl.

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