Capítulo 5

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"Yo también soy una profesional"

Segundo día de entrenamiento y las cosas cada vez se ponían peor.

Apreté una vez más las vendas que cubren mis nudillos para protegerlos de los golpes. Miré el enorme costal negro que estaba frente a mí, tomé impulso y lo golpee con fuerza. La suficiente para reventar una de las ampollas y hacer que sangrara ligeramente.

Una cortada menor, pero arde como los mil demonios.

—Lo estas haciendo mal– escucho la voz santurrona de Nikanor pero decido ignorarlo y continuar apaleando el durísimo costal, pero el moreno no se rinde fácil, se acerca a mi cintura, pega su cuerpo al mío y posiciona mi cadera —Es así. Debes tener más control en la cadera– toca la zona y la presiona —Eres pequeña, debes actuar primero, toma impulso y usa el peso de tu contrincante a tu favor.

Me susurra cerca del oído. Su aroma masculino, sus brazos fuertes sosteniéndome con fuerza, sus grandes y anchas manos presionando en mi cadera. Si Nikanor quiere ponerme nerviosa, definitivamente lo está logrando.

Me pongo a la defensiva al no entender la razón:

—Porque ahora me ayudas, si al principio ni si quiera podías mirarme sin búrlate de mí.

Me alejo del chico un poco. Pues sus acciones habían llamado la atención de los tributos del cinco. Les hago una seña como diciéndoles "¿Qué es lo que miran?" E inmediatamente se giran al lado contrario.

—No quiero ver que mueras el primer día– responde seco —Da gracias de que estaré para ayudar a que no te maten.

—¿Prefieres hacerlo tú mismo?

—¿Prefieres hacerlo tú mismo?

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—No seas estúpida, Ell.

Resoplo con fastidio. Este hombre quiere y va a volverme loca. No lo entiendo, no logro descifrar su comportamiento. Sé que yo soy obstinada, a veces un poco insensible o infantil, pero en cualquiera de esas cosas Nikanor Gray me supera... y por mucho.

Respiro con fuerza y lo miro, el chico tambien se notaba frustrado. No quiero perder el poco tiempo que tenemos para entrenar, de esta manera. Ambos nos estamos condenando y no quiero que sea así.

—Bien– suspiro pesadamente y me rasco la frente —¿Quieres probar con otra cosa?

El chico se cruza de brazos mientras observa todo y camina hacia la estación de armas, donde los profesionales no habían salido. El chico toma una daga, se gira a verme, guiña un ojo y regresa su vista a las 8 dianas que tiene enfrente. Comienza lanzando el primero y da en el blanco, el segundo y pasa lo mismo, el tercero, el cuarto y levanta los brazos celebrando cuando finalmente termina.

Impecable. Perfecto. Mortal.

Sus tiros son increíbles y para mi suerte ambos sabemos usar la misma arma, al venir del cuatro ya estamos familiarizados con los objetos sumamente filosos.

Los Juegos del Hambre «Finnick Odair»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora