Capítulo 9

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"La noche antes de los juegos"

Aguanté la respiración mientras contaba los segundos en mi cabeza. 54, 55... hasta llegar al minuto y quince y salí a tomar una bocanada de aire.

Peiné mi cabello hacia atrás para que no estorbara y miré por la ventana.

Afuera había mucho ruido. La gente no habría dejado de gritar y no lo hará hasta que uno se corone como vencedor.

¿Esto es todo lo que haría con mi vida?

De esto se trata este laberinto de sufrimiento, supongo. Sin encontrar salida, solo dolor. La parte media entre la muerte y la vida, el dolor, el sufrimiento. No importa cuantas veces des vuelta o creas que saldrás. El dolor siempre regresa. Es constante, palpante e infinito.

Es una daga que te perfora el pecho y te impide respirar.

Como me gustaría que fuera diferente. Como me hubiera gustado no conocer el dolor. No saber nada de él, verlo como algo distante. Una ilusión.

Las lágrimas se camuflajean con el agua dulce y clorada de la piscina de nuestro departamento.

Tengo miedo, mucho miedo.

Y no sé en donde esconderme o a donde huir para no tenerlo más.

—Deberías dormir, linda— escucho la voz de Nikanor como un eco, un ligero movimiento de cuerdas vocales que se mezcla entre los rugidos de la gente del Capitolio.

Por la mañana serán los juegos. Y no hay espacio en mi cabeza para algo más que no sea pánico.

Sin hacer ruido, el moreno se sienta en el borde de la alberca y deja que sus pies se hundan en el agua. Me observa sin despegar la mirada, examinándome, estudiándome.

—Que haces aquí, Nik— le pregunto. El chico solo levanta y baja sus hombros.

Por un momento los gritos se intensifican.

—Voy a matarlos— digo como una oración, delicada y con fé de que será verdad.

—¿De que hablas?

Miro sus ojos casi negros resplandecer con el reflejo del agua azulada de la piscina —Escúchalos— hago una pausa y el chico hace un sí con la cabeza —Intentamos ser extraordinarios, ¿para qué? Para que esa gente tenga un poco de compasión e intenten salvarnos.

—Podemos hacerlo solos.

—Sabes que eso no es verdad— suspiro con pesar —Odio admitirlo, pero no lo lograremos sin esta gente.

El chico se cruza de brazos —Ell, quiero que vuelvas a casa.

Lo miro interrogante, salgo de la alberca y me siento al lado de él. Con los pies en el agua y la mirada perdida en sus ojos cafés. Su aroma cerca de mí, su cercanía a mi lado. Y su cariño, extraño y nuevo para ambos, pero que también estaba presente entre los dos, como una pequeño hilo que puede trozarse con la mínima fuerza.

Nikanor está sufriendo y él no quiere admitirlo. 

Lo sé porque lo he observado. Desde que murió su padre, supongo. El chico Gray sufre, se atormenta. Ha dejado de amar vivir. 

—Y yo quiero que tú vuelvas a casa— le confieso. Salgo de la piscina y me recargo en su hombro y él, a manera de protección me rodea con uno de sus fuertes brazos.

—Tengo miedo Ell— por primera vez siento su fragilidad, se percibe en el aire, en la tensión que nos une. Es latente y cuantificable —Me aterra morir.

Los Juegos del Hambre «Finnick Odair»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora