En Llamas. Capítulo 1

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Tres meses después. 

Me rodeo de aquella masa salada que bordea las costas, se encuentra inquieta y mueve las olas. Quien saca lo bueno de mí. Aquel hermoso e imponente lugar que me acogido aún después de todo lo que he hecho sin hacerme sentir indigna de él.

Me relajo escuchando las olas reventando una sobre las otras.

Mientras lo que queda de ellas moja mi vestido blanco y delgado y exfolia mis piernas cada vez que llega.

Rasco la fina arena con mis manos, sintiendo paz cada vez que las olas regresan al mar.

Debo empezar por contarles que las cosas cada vez parecen empeorar más. Nada parece mejorar, en la escuela me miran como si fuese un bicho raro, la gente en la calle me mira con pena. 

Una de mis maestras en la escuela me dijo que estoy pasando por las famosas etapas del duelo y que para poder superarlas, debo aprender de ellas. 

Como si alguien supiera como hacerlo. 

En fin.

Las etapas del duelo.

La negación. Ira. La negociación. Depresión. Y por último la bendita aceptación.

Debo admitir, que ya van tres meses desde la muerte del chico Gray y yo aún sigo en la ira.

Ha sido horrible y muy duro.

Como Finnick lo prometió, las cosas son diferentes. Mi padre lleva desde que fui elegida como tributo sobrio y ahora vive conmigo en la aldea de los vencedores, no ha parado de trabajar y está pagando sus deudas por sí mismo. Ha intentado acercarse a mí y yo se lo he permitido.

Tuve que ir a la agotadora gira de la victoria donde fui odiada en algunos de los distritos y en otros parecían amarme.

Y regresando, entrar a la escuela fue la peor de mis pesadillas, todos susurraban al verme. Algunas de las chicas se intentaron hacer amigas mías y algunas otras me detestaban por matar a su amigo o amante Nikanor Gray.

Y en lo que respecta a Finnick... es complicado. 

Aunque el rubio ha estado ahí para sostenerme de la mano e impulsarme a ser fuerte.

No lo soy.

Soy débil.

O al menos me cuesta un mundo entero ser fuerte.

—Hola nena— dice Finnick. No me giro a verlo, el chico se sienta a mi lado, con sus pantalones arremangados y su camisa medio abotonada —Sabía que estarías aquí.

—Me atrapaste— digo sin intenciones de formar una plática.

Miro a Finnick, el viento despeina su rubia cabellera. Cada vez que estaba en el mar, sus ojos se pintaban de un azul más intenso. Se veía muy guapo. 

—Tu padre está buscándote— no le respondo, le chico sopla. Dobla una de sus piernas y se apoya contra ella, y la otra la deja extendida.

El rubio mira le mar y veo el placer en sus ojos y en su semblante y cuerpo relajado.

Este era mi lugar, después de la vereda marcada como "prohibida" cruzando los límites que el capitolio siempre ha puesto sobre nosotros.

—Se notaba preocupado— nuevamente lo dejé sin respuesta —Volvieron a pelear, ¿Cierto?

Suspiro.

—Escuché los gritos hasta mi casa.

—Él quiere ganarse el premio del año al mejor padre cuando en seis años yo fui mi propia madre y padre— suelto con un deje de desprecio.

Los Juegos del Hambre «Finnick Odair»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora