Capítulo 14

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"Una sola chispa se necesita para hacer arder la arena"

Mis manos tiemblan, mi cuerpo se estremece.

Suspiro con calma.

Siento las masculinas manos del chico Gray tomarme por los hombros, me mira. Había cierta suspicacia en su mirada, estaba decidido a salir de esta trampa, de este acorralamiento.

Deseaba quedarme aquí, hundirme en mis propios miedos y parar de correr, pero no es posible. No al menos si quiero seguir viva.

La pregunta es, que tan bueno es vivir en este mundo de caos, en este mundo en el que una hija pierde a su madre por entretenimiento y un hijo pierde a su padre al intentar salvarle la vida.

Somos prisioneros.

Nikanor y yo lo sabemos, estamos conscientes de lo individualistas que han sido con nosotros.

Nuestras vidas no son nuestras, son de aquellos que ponen precio a nuestras cabezas y fin a nuestros sueños.

Porque buenos o malos, no nos han pertenecido.

Y mi sueño ahora es que Nikanor y yo podamos alejarnos de los profesionales antes de que ellos nos maten.

Dejé caer el fósforo a la seca hierva que cubre la arena. Poco a poco las llamas comenzaron a encenderse, el fuego se propagaba.

Nikanor tomó mi mano.

Esperé un poco, un poco más.

Hasta que aquella pequeña llama comenzó a emitir más calor y luz. Brillante, resplandeciente.

Los profesionales arderían y eso nos daría una oportunidad de seguir con vida.

Lo que estamos por hacer es horrible, terrible. Sin duda esto pasará a las grabaciones de juegos como unas de las mejores o perores venganzas. 

Que el fuego te consuma. Que las llamas te apaguen, te asfixien.

Nikanor y yo hicimos un camino con una botella de alcohol de primeros auxilios que encontramos en una de las mochilas, rodeando al grupo de profesionales que dormía sin antelación de lo que estaba por ocurrirles.

Aquel grupo de fuertes tributos no creería que nosotros a estos horas seguiríamos vivos. Eso me provoca nauseas, repulsión y cierta tristeza. 

Una sola chispa se necesita para hacer arder la arena.

Y eso fue lo que hicimos.

Las llamas se intensificaron, se propagaban con furia.

Y luego gritos, desesperación.

Escuché los gritos de auxilio de Clear Wesley, eran horribles. Chillaba con dolor mientras el cuerpo entero se derretía ante las llamas furiosas que acababa de provocar. También se escuchaban los gritos de Einar y su compañero.

Pedían auxilio a gritos.

Vi aún con la distancia, entre las llamas naranjadas y la ausencia de oxígeno alrededor, que el chico del dos me pedía ayuda, extendió su mano hacia a mí mientras gritaba de dolor.

Lo peor de todo no es que matamos a los profesionales así de rápido, o apenas al tercer día de juego.

Lo peor es que no podía sentir dolor o empatía por lo que acababa de hacer. Al menos no durante los primeros segundos. 

Verlos arder. Verlos consumirse. Me dio satisfacción, por más escalofriante que suene.

Ellos me hicieron matar a una chica inocente, hicieron que por poco muriera Nikanor y me habrían dejado morir sin importarles.

El fuego es un símbolo natural de la vida y la pasión, a pesar de que es el único elemento en el que nada puede realmente vivir.

Nikanor dio un apretón a mi mano mientras mirábamos nuestra terrible escena suicida.

Esa madrugada, antes de que saliera el sol antes de que los animalillos de la seca vereda comenzaran a canturrear, me di cuenta de que estaba perdida.

De que solo bastaron tres días en la arena para que me cambiaran completamente.

Psicópata.

Asesina.

Incomprendida.

Maté a esos chicos sin piedad, sin compasión. Todo porque estuvieron dispuestos a acabar con mi vida. 

El moreno tenía razón, me había vuelto loca. Y me aterra que no haya remedio para eso.

Ya no soy la chica tímida, solitaria y sensata del distrito cuatro.

Sabía que estaba jodida.

Que la ambición y la desesperación por venganza me habrían llevado a hacer esto.

Y sé también que Nikanor está igual de jodido que yo, puedo ver el ardor en sus ojos, el miedo que unas horas atrás sintió, fue remplazado por una sincera satisfacción.

Viendo aquellas llamas consumir los cuerpos de los tributos, ahogando sus tortuosos gritos, me di cuenta de que me había dejado influir tan fácilmente por el plan de destrucción del chico Gray. 

Sin vida. Sin alma.

Como el crudo final que llegó a fundir la piel y músculos de los tributos que ardían entre las sólidas y violentas llamas. 

Observé en el aquel reflejo del más tangible misterio, los ojos de Nikanor, se veían más oscuros, más poderosos, más vivos que nunca.

Y me sonrió. Y yo a él.

Por un segundo lo odié, porque muy en el fondo sé que esto no va a durar por siempre. 

Ambos estábamos ensangrentados literal y metafóricamente.

Estamos juntos en esto. Juntos en este gran desastre. 

Lo que hicimos más allá de que fuera para sobrevivir. Desconocía lo sádica y sin piedad que podía llegar a ser cuando la situación me forzara. 

Es como si el control de emociones hubiera apagado la piedad, misericordia o lástima hacia los demás. Como si me poseyera uno de los tantos tributos vencedores que han pisado esta arena y lo han hecho todo para ganar los juegos. 

Escuchamos el boom del cañón una, dos, tres veces. 

Y los gritos cesaron. Las llamas siguieron consumiéndose mientras Nikanor, aún aferrado a mi mano, me guía hasta las montañas.  

Como si nada ni nadie se hubiera interpuesto en nuestro camino.

Como si fuera un paseo normal un día normal en un distrito normal como el nuestro.

Caminamos a paso lento, con las provisiones en nuestras espaldas y las impetuosas flamas quemado todo a nuestro paso.

Sin miedo a morir.

Sin miedo a matar.

Convirtiéndonos en no más, que piezas en los juegos de este perverso y enfermo mundo. 


Jeen N. 

Los Juegos del Hambre «Finnick Odair»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora