Capítulo 18

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"El monstruo en el que me convertí"

Todo lo que se levanta, tiene que caer.

Y eso fue lo que pasó con Nikanor Gray. El popular, indescriptible y guapísimo tributo del distrito cuatro.

Lo veía recorrer los pasillos, con su sonrisa vacía y la mirada airada. Todos querían ser sus amigos y todas querían tener algo más con él.

No sé en qué momento fui yo quien arruinó a Nikanor Gray. No sé como un ángel como él pudo caer tan rápido, seco, sin previo aviso.

Me odio. Porque arruino todo lo que toco.

Porque de alguna forma u otra, fui yo quien terminó con el misterioso y hermoso amor que el chico del cuatro me ofreció.

Un ángel que no pudo volar.

O tal vez voló muy alto y después cayó.

En picada. Y sin esperanza.

El final siempre sorprende, aunque esté escrito desde el principio.

Y eso lo hace más doloroso aún.

Las gotas recorren mi cuerpo entero, me hundo en una profunda soledad y desesperanza, deseando que todo sea una mala pesadilla, y poder ver esos ojos profundos e innacesibles al despertar.

Respiro con pesadez, el vapor que cubre el cuarto de ducha se vuelva más pesado.

Y entonces me dejo caer, hecha ovillo, desnuda, indefensa, incapaz de perdonarme por todo lo que he hecho.

Escucho a alguien llamarme tras la puerta, pero no respondo.

Me veo entre las sombras, me escucho entre los muros del laberinto, y me dejo caer en el abismo del que tantas veces intenté escapar.

Y grito.

Y lloro.

Y cada célula nerviosa y muscular de mi cuerpo duele cuando sollozo.

No puedo levantarme, no puedo hacer nada que no sea sufrir.

Alguien toca la puerta con desesperación. Y vuelvo a ignorar el llamado.

Mi corazón pesa. Y el agua cálida se está volviendo más profunda.

Me ahoga y me desespero al no poder respirar.

—¿Eliza? — escucho la voz profunda de mi mentor, está preocupado.

El pestillo en la puerta le impide entrar, por lo tanto golpea la puerta con firmeza. Primer intento fallido.

Intento hablar, pero no puedo.

Intento pedir ayuda, pero no puedo.

Intento resistirme a la idea de ser presa del miedo, pero no puedo.

Me cuesta respirar, me cuesta seguir con vida.

Escucho como el rubio abre la puerta con un golpe en seco y grita mi nombre con preocupación.

En esta agua profunda, ¿debería nadar o hundirme?

—Elly— susurra el hombre que ha entrado a la ducha.

Miro su silueta fuera de las ventanas de vidrio y pongo una mano en el cristal, que se marca por el vapor.

El rubio abre inmediatamente la puerta y me mira, lo miro aterrada, sin poder respirar.

Ignora mi cuerpo desnudo y el agua que aún cae como cascada y se acerca a mí, toma mi cara entre sus manos y me obliga a mirarlo.

El susto recorre su angustiado rostro al darse cuenta de lo vulnerable que estaba.

Los Juegos del Hambre «Finnick Odair»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora