Capítulo 4

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"Linda propuesta"

En un mundo tan complicado y descabellado, la muerte es bastante sencilla.

Sin dolor. Sin culpa. Sin temores.

Solo se acaba, todo se termina.

Pero me pregunto como sería un mundo sin Finnick Odair.

Sin su cabello dorado, sus ojos azules como el mar, su abdomen y brazos bien marcados, su inteligencia y sus comentarios divertidos.

Un mundo sin Finnick Odair no es un mundo en el que quiera vivir.

—Mira— señala la nube frente a nosotros —Esa parece una mariposa.

Sonrío. Es verdad, la espesa nube formaba una especie de mariposa con alas enormes y cuerpo diminuto.

Finnick acaricia mi hombro con las suaves yemas de sus dedos, mientras mantiene su mano libre entrelazada con la mía.

Estábamos en la orilla del mar. Escuchando como las olas se mecen entre ellas, viendo las nubes pasar, el sol apunto de esconderse y el viento fresco chocar entre nuestros frágiles cuerpos.

El rubio había llegado hace un rato, después de intentar procesar el hecho de que regresaremos a los juegos.

No puedo creer que después de todo lo que peleamos aquí estamos, esperando a nuestra muerte.

—Ese de ahí— le muestro con mi dedo —Tiene forma de un pez mutante.

Finnick ríe mientras asiente con su cabeza, después hace una pausa y besa mi frente.

—Es cierto cariño.

Deseaba que el tiempo no pasara.

Que Finnick y yo pudiéramos escapar a cualquier lugar, lejos de este horror que atormenta nuestras mentes.

Todo esto está a punto de hacer erupción.

Y me aterra porque mi chico y yo estamos en medio de todo.

—¿Quieres que hablemos? — pregunta en un susurro.

Niego. Me levanto de su regazo y me siento a su lado. Mirándolo.

Se ve tan guapo, tan atractivo, tan impecable. El viento le despeina su dorado cabello y los rayos de luces naranjas a su espalda convierten su piel en un tono bronceado más adorable que el habitual.

El chico me abraza por los hombros y se acerca lentamente a mis labios.

Lo recibo con ansias. Siento sus labios dulces y contras los míos y mi corazón explota de amor. Esto es exactamente el Finnick Odair del que me enamoré.

No el amante del Capitolio, que tendré que volver a ver.

—No quiero que mueras Finn— le susurro entre besos —No quiero perderte.

Por más cursi y pretensioso que suene, me parece idóneo para rogarle que no se aparte de mi lado. Desesperada y complemente aterrada.

Le ruego. Le imploro. Le suplico que no muera en esa arena.

Finnick me regala una sonrisa triste y vuelve a besarme. Su silencio es suficiente respuesta.

En este entonces me doy cuenta de que no puede hacerlo, Finnick no puede prometerme que no morirá y me desmorona que esté aceptándolo. Porque yo no puedo hacerlo.

Y entonces no dejo de besarlo, entre sollozos de tristeza y de deseo, Finnick Odair y yo pasamos el atardecer enredados en la delgada sábana en la que antes nos sentamos a ver el cielo. Y nos demostramos cuanto nos deseamos tratando de que sea infinito.

Los Juegos del Hambre «Finnick Odair»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora