Capítulo 7

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Capítulo VII

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—No podemos seguir así Bill ¿En qué va a parar todo esto? —escuchaba a Tom, mientras yo quebraba en varios trozos la hoja que había arrancado de un árbol al pasar— ¿Hasta cuándo estarás sin hablarme?

Lo miré ¿Qué podía decirle?

A veces me gustaría tener un poco menos de consciencia. Ser como aquellas personas que viven sus vidas sin grandes dolores. Disculpándose a sí mismos. Promulgando sus derechos, por encima de los derechos de los demás. Personas sin capacidad de mirar atrás y ver las llagas que dejan con sus actos.

Pero a quién quería engañar. Lo que yo había hecho no se borraba con un poco de inconsciencia. Lo que yo había hecho estaba penado por las leyes humanas y divinas.

—La discográfica me está presionando, quieren resultados —hablaba Tom, con cierta angustia—. Dicen que hay fechas que cumplir. No les importa si las letras de las canciones las escribes tú, o el de la limpieza —hizo una pausa—... aún no me explico cómo pudiste firmar un contrato como ese...

Observé por la ventana. Sabía que mi hermano estaba pasándolo mal, pero había cosas que lo harían sufrir más.

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Me encontraba en el parque junto a Michael. El día estaba gris, y parecía que en cualquier momento caería una lluvia otoñal. Seele me había dicho que seguiríamos con las sesiones al aire libre, así que esperaba a que llegara. Michael reía y me enseñaba, a cierta distancia, como uno de los enfermeros, recogía los zapatos que se había quitado un paciente que ahora deambulaba descalzo por la hierba.

Me resultaba interesante hablar con Michael, a pesar de su disociación esporádica de la realidad. Él me ayudaba a comprender la locura, desde el prisma de un desequilibrado. Me hablaba de su padre y su propia locura.

—¿Es más locura la mía por no ser la suya? —me preguntó.

Desde luego era un punto de vista.

Era un tipo egoísta, no preguntaba nada sobre mí, y eso era lo que mantenía nuestra amistad.

—Bill, me gustas —me dijo, desde su lugar, sentado en el banco de aquel parque. Yo lo miré desde mi sitio sobre el respaldo.

—Gracias —le sonreí. No era la primera vez que Michael me lo decía.

—Tengo ganas de hacerte cosas sucias —continuó confesando.

—¿Ah, sí? —sonreí, ante su declaración tan visceral.

Parecía más ansioso de lo habitual. Lo que me llevó a preguntarme si no se las estaría arreglando para conseguir droga. No parecía mejorar demasiado. Yo mismo sentía como iba remitiendo mi propia adicción, aunque lentamente. No así, la razón de ella.

—Sí —casi suspiró—. Si quieres, por la noche, podemos escaparnos por ahí —me indicó un rincón del parque.

—¿Y cómo nos vamos a escapar con los carceleros que tenemos? —pregunté, divertido.

—Oh, Bill... —me habló con condescendencia— todo el mundo tiene un precio.

Sabía muy bien a lo que se refería.

—En eso tengo que darte la razón —acepté, observando a la distancia a Seele que se acercaba.

—¿Qué me dices entonces? —habló, aún más ansioso.

Puse mi mano sobre su hombro.

—Otro día, quizás —intenté calmarlo antes de ponerme de pie. Michael tomó mi mano.

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