Capítulo XXII
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Me extendía sobre la cama y bajo su cuerpo. Mi pecho rozaba su pecho, y la presión de su cadera me obligaba a separar un poco más las piernas. Respiraba agitada, sosteniéndome de las sábanas, en tanto Bill se hundía en mí. Sentía sus besos en el hombro, en el cuello y en la mejilla. Buscaba sus labios, pero él me evadía una y otra vez. Lo veía sonreír, mirarme con malicia y finalmente con deseo cuando me afianzaba un poco más a la cama, empujándome con su cuerpo. Los muelles rechinaban rítmicamente, y yo dejaba que una parte de mi mente pensara en cambiar el mueble. Entonces su mano abierta me acarició el pecho, la clavícula y el cuello, cerrándose en torno a éste. Lo que en un principio fue una caricia, se convirtió en presión, hasta que el aire comenzó a faltarme y aunque quería toser no me era posible. Me agitaba desesperada pero su peso me sostenía. Aún lo sentía en mi interior, completamente erecto, y aquello me resultaba morboso y aterrador. Cerré los ojos, sintiendo como se me iba la vida.
Me desperté convulsionada por la tos. Me llevé ambas manos al cuello, intentando calmarme. La habitación estaba sumida en la oscuridad y la misma soledad en la que me había dormido algunas horas atrás. Me levanté y fui por un vaso de agua.
—Maldito sueño —murmuré, con la voz rasgada.
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"...somos animales, y necesitamos del control para ser humanos"
"Las personas necesitan poder guardar sus secretos"
"A veces te sostiene alguien a quien podrías llamar ángel. A veces es el Diablo."
"...esta situación tiene más aristas de las que puedas imaginar"
—Se te va a derretir el helado —dijo Benjamín, que estaba sentado a mi lado en un paseo junto a la playa.
—¿Qué? Oh, sí —reaccioné.
Removí el helado con la cuchara, sin poder quitarme de la cabeza las conversaciones que habíamos mantenido Bill y yo a lo largo de la terapia. Sus palabras, tanto en mis notas como en mi memoria, me habían rondado durante gran parte de la noche. Incluso en las pocas horas en las que había conseguido dormir, él permanecía presente en sueños.
"¿Qué pecado me podrías adjudicar? ... ¿Cuál es la cosa más terrible que me imaginas haciendo?"
Me había hecho esa pregunta en una de nuestras tantas conversaciones. Creo que entonces no era capaz de imaginar a Bill en una situación como la que me había descrito, y en el caso que creyera su confesión, no podía pasar por alto las circunstancias en las que todo aquello había sucedido.
Definitivamente hoy era un mal día para pasear, porque era imposible aislar a mi paciente de mi vida, más aún con la decisión que debía tomar. Poner lo que ahora sabía en un informe para el centro sería condenar a Bill, pero no hacerlo era condenarme a mí misma. Era confinarme a cargar con un peso enorme.
Suspiré casi involuntariamente, notando el pecho oprimido. Me sentía angustiada.
—¿Estás bien? —volvió a hablar Benjamín.
Lo miré detenidamente, quería contarle todo, como normalmente solía hacer. Él era mi amigo, y más veces de las que quisiera, mi confidente.
—Estoy algo preocupada —me animé a decir. Aquello no se podía considerar una confesión.
—Sigues con ese caso ¿No? —preguntó, continuando con su helado, fingiendo indiferencia en consideración a mi poco aprecio por la condescendencia.
—Claro, aún no te he dicho lo contrario —me desquité. Era nuestra manera de comunicarnos. Era algo ruda, poco amable en apariencia, pero ambos sabíamos que nos servía.
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Cápsulas de Oro
Fanfiction"El de la locura y el de la cordura son dos países limítrofes, de fronteras tan imperceptibles, que nunca puedes saber con seguridad si te encuentras en el territorio de la una o en el territorio de la otra." Arturo Graf