Capítulo 40

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Capítulo XL

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El salón estaba lleno de personas cuyas voces creaban un murmullo que buscaba elevarse por encima de la música. En las paredes claras, bailaban las luces de colores que iban creando cuadros estáticos y abstractos que sólo duraban unos segundos. Esas mismas luces se detenían sobre Bill, iluminándolo de un modo espectral. Se encontraba a cierta distancia, pero aún así parecía la única persona en este salón junto a mí. Entre las luces y sombras lo veía hablar, fumar, reír y hasta a veces, mirarme. Sus ojos cambiaban en ese instante. Se volvían oscuros, ligeramente tristes, quizás hasta cansados; para luego volver a llenarse de una alegría chispeante que no parecía tener comparación. Cuando era consciente de aquella metamorfosis, experimentaba un sentimiento llano y sin adornos, sin muchas variantes; miedo en estado puro. Luego, comenzaba a cuestionarme las razones de ese miedo y lo iba desmenuzando hasta que parecía diminuto y poco importante. Y es que los seres humanos tenemos la capacidad de engañarnos a nosotros mismos más de lo que cualquier otro puede hacerlo.

Desvié la mirada de Bill cuando Benjamín me habló.

—Ahí viene —dijo con prisa, en una especie de susurro que resultaba muy alto debido a la música. Observé a Christine que se acercaba hasta nosotros. Los años y su carrera la estaban tratando bien.

El saludo y la pequeña conversación me resultaron del todo triviales y sin importancia. Permanecí atenta a ella, a su acompañante y a Benjamín, sonriendo cada vez que él mencionaba lo cercanos que éramos. Pero mis sentidos estaban puestos en Bill, y aunque ahora mismo no pudiese verlo, sabía exactamente el lugar en el que se encontraba.

Las preguntas circulaban en mi mente como relámpagos: ¿Qué hacía aquí? ¿Por qué había venido? ¿Sabía que yo vendría? ¿Me espiaba?...

Hice un pequeño gesto de negación, Bill no podía estar siguiéndome, eso era...

—Una locura —dijo, de pronto, Benjamín. Lo miré casi horrorizada— ¿No lo crees? —me preguntó, mientras Christine y su amigo sonreían como si les hubiesen contado el mejor de los chistes.

—Claro —asentí, sin saber de qué hablaban.

Poco después ella se despidió de nosotros con la misma amabilidad con la que nos había saludado. Se acercó a otro grupo de personas y estás comenzaron a reír y a brindar. Mi mirada se perdió a través del salón en busca de Bill, pero ya no lo encontré.

—Bueno, ya lo hemos hecho —dijo Benjamín junto a mí. Lo observé algo confusa, no era habitual en él estar así de nervioso—. Ahora podemos quedarnos unos minutos, tomar algo y salir de aquí.

—¿Para qué has venido? —pregunté, acercándome con él a una mesa en busca de algo para beber. Disimuladamente observaba a mi alrededor.

—Christine me invitó —respondió, escueto, mientras recibía un par de copas por parte de barman.

—Podrías haberte disculpado —me humedecí los labios con el líquido rosado y burbujeante.

—¿Y que ella pensara que le rehúyo? No —aseguró.

—Hmm...

—¿Qué?

—Nada —negué.

—Nada, nunca es nada —me acusó.

—Bueno...

—Bueno, qué.

Me volví a humedecer los labios con el champagne de mi copa.

Cápsulas de OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora