Capítulo 27

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Capítulo XXVII

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"Sólo el amor tiene el poder de cambiar la vida de alguien. Es lo único que nos mueve, por lo que lloramos, reímos o nos superamos"

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Sentí el latido apresurado de su corazón contra mi palma, era tan exacto al mío, tan preciso que dolía. Me temblaba el cuerpo y me notaba débil. Me sentí asustada, desesperada; necesitaba salir de ahí, huir lejos donde Bill no estuviese. Pero él no dejaba de mirarme, y en sus ojos veía los cristales rotos de su vida. Podía ver la angustia, el dolor, pero también la esperanza. Y por primera vez me plantee la posibilidad de curarlo sin medicina. Era absurdo, lo sabía; era infantil e ingenuo, pero necesitaba creer en ello.

—Bill —murmuré su nombre, cuatro letras trémulas e inseguras.

La mano que sostenía la mía contra su pecho, se cerró, aferrándome. No necesitó tirar demasiado de mí para que me acercara, me atraía con sólo pensarlo. Sentí su toque en la cintura, justo al inicio de la cadera, y el roce suave de los piercing de su boca contra la mía. No había podido reparar en aquella caricia afable con el beso anterior, todo había sido abrumador y casi violento, pero ahora la violencia se transformaba en delicadeza y en una necesidad mucho más anímica que física.

Comprendí que estaba analizando el beso, desmenuzándolo para comprenderlo de forma racional. Me separé un poco de él para apaciguarme.

—¿Qué pasa? —me preguntó, mucho más sumergido que yo en las sensaciones.

Alcé una mano y la enredé en su cabello, aferrándome a él, a su boca y al deseo de libertad. Tenía derecho a emocionarme con un beso, a sentir el calor de su boca, a gemir bajito por el roce de su mano. Tenía derecho a pegarme a su cuerpo y sentirlo despertar como lo hacía el mío, a desear que metiera sus manos bajo mi blusa y me quemara la piel. Tenía derecho a comérmelo a besos, a tocarlo, a respirar su aroma y a oír su respiración agitada. Tenía derecho a ser irresponsable alguna vez.

Pero ahí estaba la razón, esa que todo lo registra de forma milimétrica. La que convierte los actos más puros y hermosos en planificaciones y convencionalismos.

—Basta —jadeé, soltándolo como si me quemara.

Bill me mantenía en su abrazo, y cerré los ojos, buscando controlar mi respiración, inmersa en el calor que me transmitía. Cuando los abrí, él me observaba en silencio.

—Si esto se repite tendré que abandonar tu caso —dije, zafándome sin mucho esfuerzo, él no pensaba retenerme, y eso me dolió. Intenté centrarme, sabía que debía abandonarlo sin una condicionante, pero no podía. Bill continuaba mirándome y estaba segura de que el beso se repetiría, porque lo deseaba con vehemencia— ¿Me has entendido? —insistí, aferrándome a mis propias palabras y a esa parte racional de mi cerebro que ahora deliraba como una chica con demasiados tequilas en el cuerpo.

—Sí —contestó, respirando igual de agitado que yo, aunque con una compostura que le envidiaba.

—Bien —respiré hondo por la nariz, acomodando mi blusa que estaba algo revuelta en la cintura—. Saldremos de aquí para hacer la sesión al aire libre —decidí, de camino a tomar mis cosas. Un lugar con muchas personas sería lo más adecuado.

—¿De verdad puedes fingir que esto no ha pasado? —me preguntó. Cerré los ojos, Bill estaba a mi espalda. Aún tenía el corazón desbocado y la piel sensible, pero debía responder. Lo miré.

—Soy muy consciente de que ha sucedido, y de que hay que mantenerlo como un hecho aislado para no perjudicar tu salud mental —intenté ser todo lo equitativa que la situación me permitía.

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