Capítulo 48

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Capítulo XLVIII

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Corría por la calle para llegar a tiempo; no estaba segura de a dónde debía ir ni que era lo que estaba buscando, pero sentía una necesidad acuciante. El corazón me latía muy fuerte, en parte por el esfuerzo, aunque también por la ansiedad. Me detuve cuando me hallé en una estación de tren medio cubierta por la niebla. Estaba vacía, al menos de mi lado del andén. Al mirar hacia el otro lado me encontré con Bill; sin embargo, no era a él a quién buscaba. Le mantuve la mirada por un instante cómo si tuviese que responder a mi angustia, como si en él estuviese la respuesta. Sentí el vacío de sus ojos, no me miraba; era como si no estuviese aquí, su mente estaba en otro lugar, perdida. Me quedé atrapada en una sensación de derrota tan profunda, que el dolor no alcanzaba para explicarlo.

Un tren cruzó la vía a baja velocidad y llamó mi atención; todo sucedía demasiado rápido. Dentro de uno de los vagones vi lo que buscaba, la razón por la que corría y se disparaba mi ansiedad que ahora se matizaba con desesperación. Había una niña de unos cuatro años, solitaria. Tenía el cabello ondulado y rubio ¿Era yo? ¿Era alguien que conociera? Me miró, deseando que la acompañara. Mantenía su mano aferrada a uno de los soportes que había en mitad del vagón. Perseguí el tren, que no paraba; la niña me pertenecía de alguna manera, estaba segura.

—¡Pare! ¡Pare! —grité tan fuerte, que noté el desgarro en la garganta. Golpeé el metal de los vagones; corriendo junto a la máquina mientras el andén me lo permitió. La angustia por detenerlo era tan enorme que me oprimía el pecho y las lágrimas apenas me dejaban distinguir a la niña.

No lo entendía ¿Por qué se me iba la vida con ella?

Finalmente el tren se alejó y comprendí lo inútil que era seguirlo. Miré al otro lado del andén, buscando a un Bill que tampoco estaba ahí; me había quedado sola y vacía.

Me desperté sollozando, notaba las lágrimas calientes y el pecho dominado por la tristeza. Me tarde tres o cuatro segundos en comprender que se trataba de un sueño. Sin embargo, la sensación de desesperación continuaba presente. Miré junto a mí y Bill permanecía dormido. Por un momento pensé en hacer lo mismo, pero luego esa consideración se rompió; necesitaba consuelo, necesitaba aferrarme a él y que me abrazara tan fuerte que me enganchara a la realidad. Busqué su cercanía con insistencia, sabía que lo iba a despertar, por muy profundo que fuese su sueño. Lo sentí removerse y me buscó en su primer acto consciente.

—¿Qué pasa? —musitó con voz adormilada.

—Abrázame —le pedí, apretando mi cuerpo contra su costado como si quisiera fundirme con él.

—¿Eh? ¿Qué pasa? —volvió a preguntar, rodeándome con ambos brazos. Yo sólo atinaba a esconder el rostro contra su costado; no podía ni comenzar a explicar lo que sentía—Shhh... Tranquila —intentó— ¿Quieres que te traiga agua? —negué con un gesto rápido de mi cabeza y le hundí los dedos en la costilla— Tranquila, tranquila, no me iré —se apresuró a decir, para luego girarse y quedar frente a mí, de ese modo yo podría esconderme mejor del mundo.

Nos quedamos así un instante. Bill acariciaba mi cabeza y me daba pequeños besos adormilados ¿Qué hora sería? ¿Dos, tres de la madrugada? El silencio en la calle sonaba tan alto que no me dejaba dormir; era paradójico. Me quedé un momento pensando de forma analítica en el significado de mi sueño, repasé en mi mente los elementos: el tren, la niña, Bill, la niebla. Necesitaba despejarme un poco, estaba confusa. Quise levantarme.

—¿A dónde vas? —preguntó. Su voz parecía alerta, a pesar de la languidez de su cuerpo.

—Por agua, ya vengo —intenté calmarlo con una sonrisa que él no vería, pero que se filtraba en el tono de mis palabras.

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