Capítulo 13

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Capítulo XIII

 

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Me encontraba en la habitación en la que mi doctora y yo tuvimos nuestras primeras sesiones. Miraba por la ventana y envidiaba a aquellos que podían pasear bajo el sol. Prácticamente todos nuestros encuentros anteriores se habían realizado en el parque, pero ella había dejado orden de que esta vez lo hiciésemos aquí. No estaba seguro de si eso era una buena o una mala señal. Habían pasado algunos días desde nuestro encuentro nocturno, y esta sería la primera vez que nos veríamos después de eso. Nada a mi alrededor me indicaba que ella hubiese dicho algo sobre el incidente no confesado que pesaba sobre nuestras cabezas. La seguridad seguía siendo la misma, las sesiones grupales en las que participaba poco continuaban efectuándose. Sólo me habían reducido la medicación.

Escuché la puerta abrirse tras de mí, miré de medio lado sin abandonar la posición que mantenía junto a la ventana. Seele entró, enfundada en una de esas tenidas formales que llevaba durante nuestras sesiones. El cabello perfectamente atado, dándole un aire de más edad ¿Por qué parecía necesitar tanto adoctrinarse a sí misma? ¿Temía no ser capaz de atar sus instintos?

La pregunta quedó en mi cabeza, girando como lo hacen aquellas intuiciones que sólo con el paso del tiempo comprobamos.

—Buenas tardes Bill —saludó con un tono bastante neutral, casi podría decir que el mismo tono amable y poco profundo de nuestro primer encuentro.

—¿Sabes que tenemos una canción que se llama "el dolor del amor"? —le pregunté.

Ella me observó mientras dejaba unos papeles que traía sobre una mesa.

—¿Y eso a qué viene? ¿Volvemos a las evasivas? —me interrogó.

Me encogí de hombros.

—Volvemos a las sesiones encerrados en esta habitación ¿No? ¿Por qué no comenzar todo de nuevo? —dije, con poco interés, enfocándome nuevamente en el parque. A la distancia vislumbré a Michael que permanecía sentado en un banco, moviendo los pies con inquietud.

—Ya veo —habló Seele, con un tono especulativo. Me volví hacia ella.

—¿Qué ves?

—No quieres perder el control jamás, ni siquiera cuando ya lo has perdido —respondió con sinceridad. De alguna manera sentía que la sinceridad estaba ganando terreno entre nosotros.

—Ahora mismo me siento bastante controlado —aclaré. Ella se sentó y cruzó una pierna sobre la otra. Estaba intachable. Su cabello, su blusa cerrada unos centímetros más abajo del cuello, el borde de la falda acomodado con exactitud en el inicio de su rodilla.

Sentí deseos de romper toda su perfección.

Nos miramos un instante. Sólo unos segundos.

—Me gustaría que te sentaras —dijo.

Miré el sillón que estaba a poca distancia, la habitación no era demasiado amplia. Me acerqué en silencio, me senté y subí un pie. Llevé mi pierna contra el pecho como si pudiese servirme de escudo.

Cápsulas de OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora