Capítulo XXIII
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2009
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Acababa un día más, lleno de los flashes de las cámaras, de las preguntas rutinarias de un entrevistador y de las sonrisas que enmascaraban la soledad que ahora me rodeaba. Era una soledad fría como la mirada que el espejo me devolvía. El baño que me había dado no había sido suficiente para quitar el negro maquillaje de mis ojos, y éste había dejado gruesos surcos que descendían paralelos por mis mejillas para unirse, finalmente, en el mentón. Parecían lágrimas. Las toqué y comprobé que sí lo eran. Aún así la indiferencia de aquel que me miraba en el espejo era imperturbable. Había tocado tantas veces el fondo vacío de la culpabilidad, que la resignación se había convertido en el único sentimiento del que me creía capaz.
Todo lo que me rodeaba era inmundo. Me miraba al espejo y éste sólo me mostraba la inmunda imagen de un asesino cobarde. De un criminal que se subía a un escenario y que plagado de luces le sonreía al público. Era un mentiroso, un ladrón de ilusiones y de... vida...
A veces, cuando una canción tocaba mi alma, las lágrimas me quemaban los ojos y permitía que en medio de los miles de ojos que me observaban, estas cayeran. Era como confesarme sin palabras, era como si les gritará ¡Aquí estoy! ¡¿No me ven?! Y en la intimidad de ese momento en el que todos creían conectar con un yo que no soy yo, permitía que compartieran mi dolor... aunque nadie lo supiese, nunca.
Toqué el relicario que colgaba de mi pecho. Su contenido podría brindarme un escape, pero no sería duradero. Lo había comprobado el día anterior cuando conducía frenético por la carretera. Intentaba huir del recuerdo de Ella que me perseguía sin tregua, más aún cuando tenía que acatar las peticiones de Luther y hacer cosas que todo mi ser desaprobaba. La presión que ejercía cuando había que tomar decisiones para la banda, algo que yo consideraba tan celosamente mío. Pero debía sonreír y mostrar mi complacencia, porque ninguno de los que me rodeaba debía suponer que por dentro m retorcía.
Busqué en el bolso que estaba en el asiento junto a mí y me metí en la boca, desesperado, una de las tantas pastillas que mantenía ahí. Un trago de agua la hizo pasar por mi garganta y el aletargamiento no tardó demasiado en llegar, sin embargo, alcance a pensar y reír cuando me di cuenta que me había equivocado de pastilla. Perdí ligeramente el control del coche y éste fue a dar contra unos de los raíles de seguridad. Tardé varios minutos en entender lo que había pasado y en llamar a alguien para que me ayudara.
Hoy teníamos una presentación importante, y lejos de parecer frágil por el incidente del coche, me mostraba resuelto y seguro. Podía notar las preguntas en las miradas de los chicos, pero las ignoraba, del mismo modo que hacía con la expectativa de los periodistas en la alfombra roja. En un comunicado se les había dejado en claro que no debían preguntar por el accidente. Yo estaba en pie, sonreía y salía perfecto en las fotos, no les daría respuestas, no les daría nada más.
La actuación había salido impecable. La algarabía de los fan había borrado de mi mente todo, por un instante, durante los poco más de tres minutos que duraba la canción, me sentí liviano. Canté, entregado, y los aplausos al final, cuando el piano y el escenario ardían en llamas, lo llenaron todo. Me sentí feliz.
Luego, cuando cumplíamos nuestro compromiso en la fiesta posterior a los premios, comencé a experimentar la angustia que precede a la desesperación. Sentía como Ella me miraba desde los rincones de aquel recinto, siempre me perseguía como un recuerdo imborrable, pero hoy era distinto, parecía estar presente. La oscuridad en la que nos sumergíamos y las luces focalizadas no ayudaban demasiado. Estábamos en el mismo club en el que la había conocido. Su presencia me pesaba en los huesos, en los pensamientos, en el aire que respiraba. Me mantenía inmóvil, intentando enfocarme en el vaso que sostenía en las manos por miedo a encontrarme con sus ojos, pero lo inevitable llegó; finalmente la vi, apoyada en una de las barandillas azules de la zona privada. Se veía tan exacta, tan idéntica a aquella noche, que me quedé de hielo. Se me olvidó el compromiso, la obligación y la apariencia. Lo único que deseaba era salir de ahí. Yo sabía que estaba muerta, no podía estar ahí.
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Cápsulas de Oro
Fanfiction"El de la locura y el de la cordura son dos países limítrofes, de fronteras tan imperceptibles, que nunca puedes saber con seguridad si te encuentras en el territorio de la una o en el territorio de la otra." Arturo Graf