Capítulo 32

310 32 5
                                    

Capítulo XXXII

.

Bill siempre había sido dado a los problemas, al menos eso era lo que pensaba Tom. Bill siempre había destacado y siempre lo empujaba a ir más lejos, eso a Tom le incomodaba ya que él prefería pasar desapercibido; creía que por eso se había pasado tanto tiempo vistiendo ropa que superaba su talla en varios números. Aunque debía de reconocer que el impulso de Bill era el que lo había obligado a dar pasos que nunca habría dado solo.

Ahora que se encontraba en el umbral de la puerta y observaba la escena de su hermano besando a su psiquiatra, comprobaba que Bill siempre había sido dado a los problemas ¿Qué debía hacer? ¿Enfadarse, alegrase? Bill era su hermano, su gemelo, él mismo; y no le costaba nada imaginar la cantidad de problemas que surgirían de esto. De pronto Bill lo vio y la sorpresa de uno se reflejó en el rostro del otro. Cuando Tom pudo reaccionar, se dio la vuelta y se alejó por el pasillo.

.

.

Me paseaba desesperada de un lado al otro de la habitación. Tenía un cigarrillo entre los dedos, pero aún no encontraba la calma para encenderlo. Las voces de Bill y Tom se oían a través del pasillo y entraban por la puerta. No alcanzaba a comprender lo que se decían, pero el tono me dejaba claro que no estaban teniendo una conversación amable.

Intenté sentarme en uno de los sofás pero en cuanto crucé una pierna sobre la otra, la descrucé y volví a ponerme en pie. Escuché mi nombre vociferado tras la puerta de la habitación en la que se habían encerrado los chicos hacía casi veinte minutos; los veinte minutos más largos de mi vida.

¿Qué pasaría ahora? ¿Qué pasaría conmigo, con mi carrera, con el centro?

Notaba presión en el pecho y comencé a respirar por la boca, hiperventilando. Estaba teniendo un ataque de ansiedad, podía reconocer los síntomas; y antes de que se apoderara de mí alcancé a pensar en una forma de combatirlo. Me llevé ambas manos a la boca y la nariz, y creé un pequeño espacio en el que respirar. Cerré los ojos e intenté vislumbrar el sitio más calmo que podía imaginar. Pensé en mi bañera; me imaginé descansando en ella en medio de las burbujas. Por un instante me sentí un poco más calmada, pero entonces mi imaginación me hundió en el agua al pensar en la reacción de Hayman cuando supiera lo poco profesional que había sido, y a continuación vinieron mis padres ¿Cómo reaccionarían ellos? En lo primero que pensé fue en su pena ¿Por qué no había pensado en ella a tiempo?

Me mofé de mi misma porque sabía que esa pregunta tenía una respuesta fácil y apabullante por lo ridícula que llegaba a ser: me había enamorado.

Escuché la voz de Bill, elevándose por encima de la de Tom, y el corazón me dolió; tenía la adrenalina disparada y todo funcionaba empujado por ella. Luego vino un silencio inquietante, pesado. Esperé los segundos, o minutos, que abarcó ese silencio, notando como me faltaba el aire. Cuando la puerta se abrió me puse de pie rápidamente y me acerqué al umbral para mirar por el pasillo.

—Voy a llamar a Hayman —dijo Tom, con el teléfono en la mano.

—¿Sabes el daño que le harás a ella? —preguntó Bill, insistente, apelando a una consideración que su hermano no parecía dispuesto a tener.

—¿Y el daño que te hace a ti? Se supone que está aquí para curarte —lo enfrentó, Tom, casi gritando.

—¡Y me estoy curando! Es qué no lo entiendes —rebatió Bill. Noté un nudo en el estómago al oír sus palabras ¿Realmente lo estaba ayudando?

—Yo no veo los resultados —arremetió Tom. Tomó la mano de Bill y la alzó—. Todavía hay postillas en esta herida —Bill tiró de su brazo. Tom lo miró fijamente—. No, yo no veo resultados.

Cápsulas de OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora