Capítulo XXXIV
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La televisión pasaba el final de una película antigua, de aquellas que te dejan caer el corazón a pedacitos pequeños. Yo mantenía el volumen bajo, lo suficiente como para adivinar lo que se decían los protagonistas en una escena sobreactuada, que la hacía más intensa y profunda. Pero no podía centrarme en ella, sólo podía pensar en las palabras de Bill unos minutos atrás, diciéndome que se metería a la ducha; y en la llamada que había recibido en el coche y que no había respondido.
Todo, entre nosotros, se había vuelto tenso y de alguna manera: maquinado. Podía sentir la barrera que yo misma estaba poniendo entre los dos, tan densa que podía tocarla. Bill se había limitado a bajar la guardia lo suficiente como para dejarme entrar nuevamente a su zona de seguridad. Yo lo miraba desde una distancia prudencial, con demasiado miedo de mi misma como para, intentar, tocarlo.
Cuando veníamos en el coche de camino a su casa, se detuvo a fumar. La resistencia entre ambos era tan rígida que podíamos golpearla y escuchar los trozos caer. Luego de una pequeña conversación muy característica entre nosotros, con los tira y afloja adecuados, me sentí un poco menos reacia a la cercanía. Y es que Bill conseguía que perdiera mi propio centro y lo reemplazara por el suyo. Él era capaz de hacerme ver el mundo a través de sus ojos y con ello perder mi propio prisma. Nos habíamos mirado a los ojos de ese modo profundo e insondable que sólo pertenece a los amantes. La piel me hormigueaba en busca de la calma de su abrazo, pero antes de llegar a dejarme caer contra su cuerpo su teléfono había sonado, y lo que al principio fue una molestia por la interrupción, pasó a convertirse en otra clase de molestia. El teléfono que descansaba delante del volante, se iluminó con el nombre de Eglé. Era obvio que no supiera quién era cada uno de los conocidos de Bill, y más obvio aún que no supiera de todas las personas que aparecían entre sus contactos de teléfono, pero no saberlo me había llenado de una incertidumbre pasmosa y muy cercana a los celos. El momento entre nosotros se había roto, a pesar de que él no respondió la llamada. Yo no había podido dejar de pensar en quién sería Eglé, y Bill no volvió a hablar durante todo el trayecto.
Voy a darme una ducha —había dicho, pocos minutos atrás. Y mientras la película terminaba, yo pensaba en si alcanzaría a mirar su teléfono antes de que concluyese su baño. Apreté los labios, molesta por mi propia forma de reaccionar. Me sentía ansiosa, incapaz de calmarme. Me puse en pie y volví a sentarme, poniéndome en pie nuevamente casi de inmediato. Observé el pasillo, y la puerta de la habitación de Bill que no estaba cerrada del todo. Me abracé a mi misma y comencé a apretar una uña entre los dientes. Finalmente, antes de alcanzar a reprenderme, ya iba de camino a su habitación. Al llegar a la puerta presté atención al sonido que había dentro y sólo pude oír el repiqueteo del agua de la ducha. Empujé la puerta suavemente, esperando a que no hiciera ruido. Me adentré en la habitación casi de puntillas y comencé a observar el lugar. Reconocía el espacio y los muebles, de la vez anterior en la que estuve aquí. Miré alrededor, intentando dar con el teléfono de Bill. Me sentía impulsada por una parte irracional y hasta malévola que debía residir bajo todas las capas de compostura con las que siempre me vestía. Finalmente lo vi en una cómoda junto a la puerta del baño. Me acerqué y lo tomé con miedo de mover cualquier cosa que le indicara que había estado espiando.
El agua continuaba cayendo en la ducha, así que comencé a buscar en las llamadas perdidas. Eglé y su número se repetían varías veces, por lo que asumí que Bill tenía por costumbre no responder a sus llamadas. Luego me fui a los mensajes leídos, necesitaba mirar alguno que me indicara qué clase de relación tenía Bill con esa mujer. Encontré unos cuántos mensajes pero me detuve antes leerlos. En ese momento supe que estaba trasgrediendo mis propios valores, mi propia forma de enfrentar lo correcto e incorrecto ¿A tanto había llegado mi desesperación? ¿Qué me pasaba? ¿No había suficientes fantasmas en esta especie de relación que teníamos Bill y yo?
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Cápsulas de Oro
Fanfiction"El de la locura y el de la cordura son dos países limítrofes, de fronteras tan imperceptibles, que nunca puedes saber con seguridad si te encuentras en el territorio de la una o en el territorio de la otra." Arturo Graf