Capítulo L
He buscado por tantos caminos el matiz que le diera sentido a todo lo que tengo dentro. Cada camino, como un laberinto, termina en un alto muro que no me deja paso, pero aun así he insistido porque la fuerza de la vida que me habita no me permite nada más.
.
Dejé escapar un nuevo suspiro, entre una calada y otra del último cigarrillo que me quedaba. En algún momento debía dejarlo, no sería hoy. Llevaba horas esperando alguna llamada, alguna señal. Tom y yo nos habíamos reunido en mi apartamento, seguramente él pensaba en encontrar algún signo de lo que había pasado con Bill, algo que yo hubiese omitido, pero no había nada. La luna llena se asomaba por entre los edificios, iluminando una noche que para mí era lúgubre. Por un instante imaginé no volver a ver a Bill, que se esfumara de mi vida, y el peso de una realidad sin él fue tan grande que me encorvé sin quererlo, mi cuerpo se resintió y parecía como si me hiciera más vieja ante el dolor de esa idea.
—No podemos seguir esperando —exclamó Tom, poniéndose en pie y recorriendo de un lado a otro, los cuatro metros de sala que tenía mi apartamento.
—Yo no sé qué más hacer —acepté. La derrota en mis palabras era evidente.
Tom dio un par de paseos más y se detuvo en seco, tomó la caja de cigarrillos que teníamos sobre la mesa y la dejó caer nuevamente al comprobar que estaba vacía.
—Ni siquiera sabemos lo que ha pasado —cuestionaba—. No es la primera vez que desaparece
—No, no lo es —tenía que darle la razón—, pero esta vez es diferente —aseveré, volviendo la mirada a la luna.
—¡En qué! —discutió, era lógico, Tom necesitaba creer en algo fácil y que le devolviera a su gemelo, la incertidumbre se lo estaba comiendo.
—No sé explicártelo Tom, llámalo presentimiento —apagué el cigarrillo en el cenicero y caminé hasta mi bolso—. Vamos a tu casa, vamos por ese teléfono.
Entre las últimas fotos que habían llegado al buzón de la casa de los Kaulitz, había un teléfono, y llegamos a la conclusión de que aquello podía darnos un hilo que seguir.
.
.
—¿Recuerdas la primera vez que nos vimos? Seguro que lo recuerdas. Yo estaba de pie a un lado de la zona vip de ese club de Hamburgo que tanto te gustaba visitar. Ibas al menos dos veces al mes, cada vez que la agenda de trabajo te lo permitía. Oh, eras tan hermoso por entonces. Cómo me gustaba tu cabello oscuro con esas mechas blanquecinas que llevabas ¿Recuerdas? —Michael hablaba como si yo no estuviese atado y no se tratara de un monólogo.
Llevaba un largo tiempo sumergido en la oscuridad que sólo era clareada por una vela que ahora mismo estaba a punto de apagarse ¿Cuánto tiempo podía durar una vela? Esta era la segunda que encendía desde que yo había despertado.
—¿Sabes? Lo primero que me gustó de ti fue tu perfil; es tan perfecto, tan armónico. El modo en que tu nariz da paso a la hendidura de tu labio —dice aquello mientras recorre con el índice mi nariz y luego mi boca. Hago un gesto de evasión cuando su dedo se posa entre mis labios, separándolos.
—Déjame —le digo de forma casi refleja ¿Cómo es posible que no entienda lo que me está haciendo? Entonces detengo mi indignación y razono sus palabras— ¿Hamburgo? —¿desde cuándo me conocía?
—Te parece extraño, ya lo sé, lo es un poco —se sinceró. Yo no pude evitar que la angustia se acentuara aún más, me recordó a los peores momentos de acoso que vivimos en Alemania, pero no, aquello no podía ni acercarse a esto.
ESTÁS LEYENDO
Cápsulas de Oro
Fanfiction"El de la locura y el de la cordura son dos países limítrofes, de fronteras tan imperceptibles, que nunca puedes saber con seguridad si te encuentras en el territorio de la una o en el territorio de la otra." Arturo Graf