Capítulo XLIV
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Pocas veces le concedemos a la vida el protagonismo real que tiene. Estamos tan enfrascados en nuestros minúsculos problemas que nos convertimos en ese insecto mínimo que recorre un jardín de dos por dos metros cuadrados y ni siquiera reparamos en ello.
La escena que se desarrolla en casa de Seele era simple en apariencia, cualquiera que nos viese pensaría incluso que era agradable, pero estábamos lejos de algo como eso. Me sentía sumergido en un momento de los años cincuenta; la familia perfecta sentaba a la mesa y entre sonrisas compartiendo una comida. Parecían masticar sus ideas, para no contarlas y miraban con ojos de cristal, para que no se leyeran las maldiciones que escondían. Benjamín no perdía oportunidad para mirarme de reojo. Seele, casi no había probado la comida que tenía en el plato. Su madre parecía contrariada, pero yo aún no podía adivinar la causa. El único en la mesa que parecía transparente era el padre; sonreía de vez en cuando, hablando del último partido de baloncesto que habían transmitido por tv y de los acontecimientos deportivos por venir; hasta que cambió de tema.
—Cuéntanos, Bill ¿De qué se conocen Seele y tú? —su pregunta era lógica, de hecho Seele y yo sabíamos que en algún momento se plantearía la duda. Sentí deseos de reír. Ella me miró y aunque su expresión parecía calma, en sus ojos yo podía leer el temor. A su lado estaba Benjamín, que se había echado atrás en la silla como si esperara para oír la respuesta que suponía inventada..
—Ya sabe, su hija es psiquiatra y yo estoy loco —sonreí. El hombre, Joseph, se quedó mirándome un instante como si procesara mis palabras. Luego miró a Seele que intentó una mueca parecida a una sonrisa, para volver a mirarme y romper en una carcajada.
—¡Tienes buen sentido del humor! —me halagó— ¿A qué te dedicas?
—Soy... un poco artista —no quería contar mucho de mí.
—Voy —Seele se puso de pie—... a la cocina por sal.
—Yo necesito algo de beber —dijo Benjamín, poniéndose de pie junto con ella. Yo notaba que no le había sentado bien mi sinceridad.
—Ben —habló el padre de Seele—, por favor, trae otra botella de vino; que Seele te indique —Benjamín asintió y a punto estuvo de mirarme una vez más, pero se contuvo.
Lo observé alejarse hacia un pasillo donde suponía se encontraba la cocina. Seele lo precedía por unos cuantos pasos que daba airada y al menos para mí, visiblemente molesta.
—Ehm... ¿El baño? —pregunté con una sonrisa.
—Oh, por el pasillo al fondo —me indicó la madre de Seele.
Recorrí el mismo camino que había hecho ella hacía un instante. Lo hice despacio, como si esperara a oírla hablar, como si quisiera ser invisible y saber... algo que quizás Seele no me había contado.
—No es asunto tuyo Benjamín —la escuché recriminarle. Miré atrás y los padres de ella parecían distraídos.
—Lo es desde que comenzaste a contarme tus problemas con él —sentí escalofríos ¿Qué podría haberle contado?
—Pero no desde un punto de vista profesional, Ben —ella parecía querer quitar intensidad a la discusión.
—¿Y de qué otra manera se puede abordar el tema? —preguntó, con más autoridad de la que yo quería que tuviese sobre Seele.
—¿Quizás yo te pueda ayudar con eso? —le sonreí al intervenir, observando la cara de sorpresa de ambos. Seele pareció más contrariada de lo que yo esperaba.
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Cápsulas de Oro
Fiksi Penggemar"El de la locura y el de la cordura son dos países limítrofes, de fronteras tan imperceptibles, que nunca puedes saber con seguridad si te encuentras en el territorio de la una o en el territorio de la otra." Arturo Graf