Capítulo 33

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Capítulo XXXIII

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Viajaba en mi coche por una carretera poco transitada. Tenía la sensación de haber visto pasar dos coches anteriormente, ambos en la dirección contraria. El cielo se veía gris, mucho más que cualquier cielo gris que hubiese visto en Los Angeles. Entonces recordé que no estaba en esa ciudad, y que en esta parte de Europa el invierno era mucho más frío y duro. Ante esa idea me ceñí aún más la bufanda que llevaba al cuello. Los árboles que flanqueaban el camino aumentaban, lo que me indicaba que iba entrando en lo más profundo de un bosque.

Recordaba a Tom pidiéndome que cuidara de Bill. Miré el asiento del copiloto que estaba vacío, y me pregunté en dónde estaría él. Noté incertidumbre ante la idea de no saberlo. Bill parecía perdido en las páginas de mi memoria, como si se hubiese quedado atascado en algún capítulo de la historia que era mi vida.

¿Dónde estaba?

Acomodé el espejo retrovisor, para asegurarme que no venía ningún coche tras el mío. En ese momento la vi a Ella. Una mujer castaña, casi rubia, con sus ojos fijos en los míos, y un cinturón con incrustaciones de metal rodeándole el cuello. Sentí pánico, pero aún así no dejaba de mirarla, no podía. Necesitaba que hablara, que me dijera que no era cierto, que Bill no la había dañado. El miedo me hizo hiperventilar. Finalmente ella separó los labios amoratados por la falta de aire, e intento hablar sin conseguirlo. Se llevó una mano al cuello y los ojos se le inyectaron de sangre. La estaba viendo morir y aunque sentía deseos de huir, de gritar y de ayudarle, todo a la vez, no podía hacer nada.

Me recogí sobre mi misma en posición fetal, y así me quedé; suspendida en sensaciones que no podía reconocer porque eran diversas y me atravesaban con demasiada velocidad.

Desperté cuando me faltó el aire, contraída como una niña asustada. Mi mente comenzaba a comprender que había tenido una pesadilla y me atreví a abrir los ojos al notar la comodidad de una cama. No estaba en mi habitación, a pesar de la penumbra podía notarlo. Me estiré y me giré, encontrándome con otro cuerpo junto a mí. Tuve una enorme sensación de alivio al ver que se trataba de Bill. Se encontraba de lado y girado hacia mí. Poco a poco me fui acostumbrando a la oscuridad y pude ir definiendo sus facciones. Tenía los labios ligeramente separados y respiraba con calma, como si estuviese sumido en un sueño profundo. Me quedé observando el arco de sus cejas, la forma en que las pestañas se curvaban justo antes de tocar sus mejillas. Me sentí sobrepasada por las emociones cuando reparé en la rebeldía que gritaban los aros que adornaban un rostro que no necesitaba ninguno. Bill era bello de un modo escalofriante, pagano; en él podías perder la capacidad de razonar el bien y el mal. No me extrañaba que Luther Wulff lo considerara una especie de bien utilizable. Bill exudaba magnetismo. Mirarlo era como ver abierta una puerta a los placeres negados. Tocarlo era como sentir lo prohibido en la yema de los dedos. Todas ellas eran sensaciones que tiraban del ser humano como si se tratara de un estado natural.

De pronto tomó aire profundamente y lo soltó, volviendo a su respiración calma.

Tom había conseguido que Bill hablara mucho más de lo que yo habría imaginado. Era como si al confesarse, hubiese abierto una puerta que contenía al Bill de verdad. Yo sólo pude mantenerme como espectadora de aquella transformación. No era una redención, no. Pero era un florecimiento, era como ver a una rosa negra brotar de entre las hojas y comenzar a abrir sus pétalos oscuros y aterciopelados. Podía ver los secretos ocultos entre los pliegues, porque Bill jamás se abriría lo suficiente como para verlos todos, pero ese florecimiento en medio de la noche era un tributo a su hermano y al modo en que éste, sin mediar demasiadas preguntas, había comenzado a pensar en el siguiente paso.

¿Cuál sería el mío?

Había llegado a un punto en el que tenía que definir mi camino. Pero ya no me sentía dueña de mis pasos, al menos no del mismo modo, no con las mismas metas. Lo más sabio sería dejar el caso, tal como me lo había dicho Benjamín hasta el cansancio. Pero tener a Bill aquí, tan cerca de mí que podía tocarlo con un beso, me ataba a su destino. Cerré los ojos un momento. Esta no era una decisión que pudiese tomar estando con él.

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