Capítulo 26

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Capítulo XXVI

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Me encontraba solo en el estudio, no había acordes de fondo que me acompañaran, únicamente el tic tac imaginario del reloj digital que marcaba la hora en la pared. Tom me había traído hasta aquí, alegando que no me dejaría conducir hoy. No quise discutir con él, no se lo merecía después de la noche que le había hecho pasar.

Miré la partitura con la letra de la canción que pensaba ensayar hoy, las palabras retozaban sobre el papel, sin sentido aparente.

"Veinticuatro horas de amor, como nubes arrasadas por la tormenta."

¿A qué me refería cuando la había escrito? ¿Cuál era la añoranza real de esa canción?

"Tantos suaves detalles que te convierten en lo que necesito, pero que no puedo tener."

Entonces suspiré, lo sabía. Las canciones se escribían por razones muy diversas. Algunas partían como el deseo fehaciente de recrear una fantasía. Otras simplemente eran producto de lo que sentimos en un momento exacto de vida; del desasosiego de nuestros ángeles y demonios que no pueden convivir juntos, pero tampoco pueden dejar de coexistir.

¿Y qué sería un artista sin ellos?

La palabra "artista" me oprimió el pecho. Podía sentir la esencia del arte, viva y respirando dentro de mí. Decidí limpiar mi mente de ideas. Decidí ser un artista durante el tiempo en que ensayara esta canción, porque lo necesitaba, necesitaba que la emoción corriera por mis venas y me llenara, que me elevara por encima de la miseria en la que me sentía sumergido día a día. Necesitaba volver a sentir al animal fiero, y sin domesticar, que había sido.

Entré en la cabina y me puse los auriculares con cuidado, lentamente. A continuación toqué el micrófono, aunque no cambie su posición. Miré la partitura, y recreé en mi mente los acordes que precedían a la letra, pronunciando la primera línea en el momento correcto, buscando el tono. Todo aquello era parte de un ritual que me acompañaba desde hacía años. Cuando estuve listo, le di al botón que iniciaría la música.

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Veía el coche de Tom Kaulitz a pocos metros por delante del mío. Nos dirigíamos al estudio de música en el que se encontraba Bill. Luego de nuestra reunión en la cafetería ambos subidos a nuestros respectivos autos, y la procesión había comenzado. Una vez frente a la alta puerta que custodiaba el recinto, Tom espero a que ésta se abriera automáticamente y me permitiera el paso. Él continuó calle abajo. Ya me lo había advertido: "Te dejaré entrar y luego me iré. Volveré pronto"

No era la primera vez que estaba en ese lugar, así que sabía el sitio en el que podía estacionar y cuál era la puerta de entrada. Lo que no me esperé fue el silencio en el que estaba sumido el recinto. La primera sala, que era una pequeña recepción con dos sillones junto a una mesa, se encontraba solitaria y casi en penumbra, sólo la iluminaba la luz que entraba por una ventana estrecha, y de cristal opaco, junto a la puerta. Luego venía el largo pasillo que daba a varias puertas, cada una de ellas era una estancia de grabación, por lo que Bill me había enseñado días atrás. Me dirigí hasta la segunda habitación de la derecha, la misma en la que habíamos entrado Bill y yo anteriormente. La empujé con cuidado, al escuchar la música y su voz. Un profundo sentimiento me estremeció cuando lo vi dentro de la cabina, con los ojos cerrados, el ceño apretado, el cuello tenso y la voz precisa como una espada de acero rompiendo el sonido de los instrumentos. Me quedé en la puerta, incapaz de moverme, sobrecogida por la fuerza de lo que estaba presenciando. Entonces la música cedió como si aceptara su derrota, y la voz de Bill, entre susurros, liberó la última frase de la canción.

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