Capítulo XXXVII
.
Me encontraba medio dormida. Había apagado las luces un rato atrás cansada de esperar a que Bill llegara, la última vez que miré la hora pasaban de las dos de la madrugada. Me despertó del todo el ruido de un coche en la calle y esperé para saber si se detenía o seguía su camino, supe que no se trataba de Bill cuando hizo lo segundo. Volví a mirar la hora, iban a ser la tres. Marqué su número y escuché el tono de llamada hasta que saltó el buzón de voz del mismo modo que había hecho en las dos llamadas anteriores. Dejé el teléfono sobre la mesilla casi de un golpe ¿Dónde estaba?
Las hipótesis en mi mente eran variadas, y pasaban desde un revolcón con la chica con la que se vería, hasta el consumo de drogas.
—Maldita sea, Bill —mascullé entre dientes, dándome la vuelta en la cama. Suspiré, el enfado no me dejaría dormir en horas. Me senté, en medio de la oscuridad, intentando pensar en qué podría mantenerme la cabeza ocupada.
Tenía una biblioteca junto a la cocina, al lado del único sofá que había en mi departamento. Comencé a buscar algún título que me iluminara casi a las tres de la mañana. Encontré uno que hizo clic en esa parte de mí que debía ser mi alma: Psicosis atípica o transitoria. Regresé a la cama y comencé a leer bajo la luz de una pequeña lámpara.
Primero que todo debemos considerar que cada persona posee un grado de locura. Esta se desarrolla, o no, según sea la capacidad que tenemos cada uno de encajar los eventos de nuestra vida...
La lectura avanzó, y me sentí como en los primeros años de mi carrera en los que me amanecía estudiando para algún examen.
A eso de las seis de la mañana me dio hambre, así que preparé café y comencé a alistarme para lo que sería un largo día, después de una noche en vela. No había vuelto a llamar a Bill, pero él tampoco había respondido a mis llamadas.
.
.
Bill permanecía inerte, echado en una cama de una buhardilla de West Hollywood. Con un brazo colgando por un costado, nada apuntaba a que estuviese vivo sólo el pequeño movimiento de su pecho al respirar. Junto a él se encontraban un chico y una chica, además de unas cuantas personas en los sofás. La cortina estaba cerrada, así que en aquella buhardilla la noche permanecería por muchas horas.
.
.
La sala de espera del Instituto Médico Legal de Berlín era un sitió lúgubre, casi oscuro, debido a que la luz entraba filtrada por las altas ventanas. Era un edificio antiguo, probablemente de principios del siglo pasado. Tom esperaba su turno con el trozo de papel blanco que marcaba su número de atención. El ambiente que lo rodeaba era molesto, se escuchaban conversaciones susurradas entre unas y otras personas; él permanecía con la cabeza baja, cubierto con la gorra de la sudadera, no podía permitir que alguien le reconociera. Por mucho tiempo que hubiese pasado se encontraba en Berlín, en su Alemania natal, un sitio en el que la imagen de él, de su gemelo y de la banda, se había quemado de tanto aparecer en los medios. Por aquel entonces ellos se sentían fascinados de aparecer en televisión; con el tiempo comprendieron que no todos los programas eran un buen sitio para que se hablara de Tokio Hotel.
Treinta y cuatro. Marcó el letrero electrónico con sus números verdes. Aún le faltaban dos turnos para ser atendido y ni siquiera sabía cómo iba a preguntar por una chica de la que no tenía ni el nombre. Desconocía del todo las normas para estos casos, pero esperaba que hubiese alguna forma de conseguir información.
El treinta y cinco llegó pronto. Miró la hora en su teléfono y pensó en llamar a su hermano, pero para él aún sería de madrugada y Bill no ponía los pies en el suelo antes de las doce del día.
ESTÁS LEYENDO
Cápsulas de Oro
Fanfic"El de la locura y el de la cordura son dos países limítrofes, de fronteras tan imperceptibles, que nunca puedes saber con seguridad si te encuentras en el territorio de la una o en el territorio de la otra." Arturo Graf