Capítulo 20

284 33 3
                                    

Capítulo XX

.

Chateau Marmont era un lugar elegante, majestuoso y reservado. De alguna manera, a pesar de sus toques vanguardistas, seguía siendo un trozo de Europa en medio de Los Angeles. No es que conociese demasiados castillos centenarios, pero las habitaciones a media luz y  los corredores de arcos que daban al jardín, me recordaban a esos trozos reconstruidos de historia en el viejo continente. El ruido sosegado de las voces, producía un eco murmurado que chocaba contra la piedra. Si no supiese que iba a una reunión con toques de fiesta, creería que me llevaban a algún paredón para ser exhibido y juzgado.

—¿Qué te ha dado que te has vestido así? —bromeo Tom, a mi lado, mientras recorríamos un amplio pasillo en dirección al ascensor. Se refería al traje blanco que había decidido ponerme.

Muchas veces mis indumentarias, las joyas y el maquillaje que llevaba, eran una especie de armadura que me protegía de todo lo que me rodeaba. Cuando me disfrazaba de una estrella de la música, podía enfrentar con un poco más de hipocresía a todo aquel que se me acercaba con falsas ilusiones.

—¿No te gusta? —quise bromear también, tocando la pajarita blanca que adornaba el cuello de mi camisa negra.

—No, es horrible —se sinceró mi hermano—, pero te sienta bien —aceptó finalmente.

Sí, esa era una de mis tantas ventajas ante los demás. La ropa me sentaba bien, me calzaba como si fuese un guante y la maestría con la que representaba mi papel de deidad, era la espada con la que arrancaba corazones y los sentía palpitar en mi mano. Quizás ese era el valor que veía Luther en mí, y por el que me mantenía a su lado como una mascota fiera e irremplazable.

El ascensor se abrió y nos permitió la entrada a una pequeña y silenciosa estancia. Una amplia puerta blanca nos esperaba a Tom, a David y a mí justo en frente. Los seis pasos que nos separaban resonaron en mis oídos como bloques de piedra.

—Está muy silencioso —dijo David, sonriendo, al oprimir un botón junto a la puerta.

—Las fiestas de Luther suelen ser muy... ¿Cómo diría? —siguió Tom.

—Exclusivas —dije.

Él siempre se encargaba de tener en sus fiestas a las personas adecuadas a sus intereses. Pocas veces había visto a "pajarillos" desprovistos de la maldad necesaria para este mundo salvaje de la música.

—Sí, se podría decir así —aceptó Tom.

En ese momento se escuchó la cerradura eléctrica. Nadie nos habló, pero seguramente desde el interior nos observaban mientras esperábamos en la entrada. Cuando la puerta se abrió, la hasta ahora silenciosa estancia se llenó con el ruido de la música y las voces que había en el interior. Un alto, adusto y elegante hombre nos recibió.

—Adelante, el señor Wulff los espera —dijo, pronunciando una frase correctamente programada, y que había escuchado más veces de las que quisiera.

Cápsulas de OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora