25. Ruina

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Los labios de Mingi se encontraron con los de Jongho en un beso que resonó como un eco eléctrico a través de su ser, desatando emociones que revolotearon en su interior con una intensidad que desconocía.

Era un beso suave, una presión tierna en sus labios, pero suficiente para deshacer las ataduras que aprisionaban a Mingi.

—¿Estás bien? —preguntó Mingi, con una sonrisa avergonzada, mientras Jongho sentía un cosquilleo en sus labios.

—Me duele la cabeza —respondió Jongho, entrecerrando los ojos en un esfuerzo por recordar cómo había llegado allí, cuando observó a Ravn volar hacia Mingi.

Cierto... En su sueño, Mingi estaba atrapado... ¿O eso fue real? Su cabeza estaba tan confusa los últimos días. Se alejó tratando de recordar lo que hacía ahí

—Deberías descansar —murmuró Mingi con un brillo triste en los ojos.

Jongho no pudo evitar analizar esa expresión más de lo debido, su mirada viajando hasta los labios del alto, notando el brillo hipnótico que poseían.

Sin embargo, en ese momento, las mariposas en su estómago revolotearon de forma frenética. Algo había pasado y Mingi parecía reacio a compartirlo.

—¿Pasó algo mientras dormía? —preguntó tomando la cámara entre sus manos.

Vio la imagen que había quedado ahí y se estremeció.

—¿Jongho? —Mingi lo observó durante unos segundos y no fue difícil darse cuenta del cambio de expresión del humano.

—¿Qué son? —se levantó de forma abrupta dejando caer su cámara.

Sintió que debía huir, algo dentro de él se llenó de miedo, fue ahí que se dio cuenta de las criaturas de pesadilla...

Jongho corrió sin rumbo, sintiendo el dolor punzante de sus moretones y heridas, mientras la confusión envolvía sus pensamientos. Despertar en medio del bosque con Mingi a su lado solo añadía más preguntas a su mente.

Sus recuerdos volvieron.

Había logrado escapar de ellos, pero no sabía si lo seguían o no.

Estaba aterrado, su corazón latía con fuerza, su respiración era entrecortada, su sudor le empapaba la frente. No podía ver bien, sus ojos se habían llenado de lágrimas, que le nublaban la vista. Se limpió con el dorso de la mano, pero solo consiguió mancharse con la sangre que le brotaba de una herida en la sien.

—Mierda, mierda, mierda —murmuró, tratando de calmarse. No podía permitirse llorar ahora, tenía que salir de ese maldito bosque.

Se rasguñó con las ramas de los árboles, que le arañaban la piel como garras. Sintió el líquido caliente correr por sus brazos y piernas, dejando un rastro rojo tras de sí.

—Debo volver —se dijo a sí mismo. No podía morir en ese lugar olvidado por Dios, tenía que volver con sus amigos.

Recordó las advertencias que le habían hecho antes de ir al bosque. Que no se metiera en lo que no le importaba, que no buscara la verdad, su madre se lo advirtió y nunca la escuchó.

Tropezó con una piedra y cayó al suelo, golpeándose la rodilla. Soltó un grito de dolor que se mezcló con un sollozo. Se llevó las manos a la herida, que le dolía como si le hubieran clavado un cuchillo. Pero no se quedó quieto, se levantó como pudo, cojeando, dispuesto a seguir huyendo.

Pero entonces lo sintió.

Una presencia oscura y amenazante, que lo acechaba desde las sombras. Un aliento frío y húmedo, que le erizaba la nuca. Unos pasos lentos y pesados, que se acercaban cada vez más.

Death Or FaithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora