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Los primeros rayos del sol de aquel sábado por la mañana despertaron a Joaquín, quién dormía en su cómodo sofá, aunque no se comparaba con la comodidad de su deliciosa cama que estaba siendo ocupada por el alfa rizado.

Joaquín suspiró. De pronto los recuerdos de la noche anterior atropellaron su mente.

Cómo tuvo que quitarle la ropa a Emilio para meterla a lavar.

Cómo tuvo que meterlo a su cama en ropa interior, pues al menos el vomito no había traspasado la tela.

Cómo tuvo que tirar su alfombra favorita y por último trapear el piso con un limpiador de pisos aromático.

El alfa prácticamente se había desplomado en su sillón después de vaciar su estómago y había sido una tarea complicada cargarlo hasta su habitación.

Incluso tuvo que arrastrarlo por las escaleras.

Su mente siguió divagando, parando para hacer caso exclusivo a la confesión que había hecho.

Te quiero sólo para mi.

¿Lo habría dicho por estar alcoholizado?

¿Qué tan cierto era que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad?

Joaquín sentía cosquilleo en su interior cada vez que pensaba en eso y no le gustaba en lo absoluto. Se sentía extraño.

Miró el reloj, el cuál indicaba que apenas era medio día. Había dormido mucho, era probable que Emilio se haya despertado e ido sin hacer ruido, pero no quiso afirmar nada sin antes checar.

Subió las escaleras perezosamente, llegando a la puerta de su habitación, la cuál había dejado entre abierta la noche anterior y se percató de que seguía igual.

Al asomar su cabeza pudo ver que el alfa dormía boca arriba, la cobija que le había colocado ahora estaba colgando al piso y su mirada no evitó desviarse a la única prenda que éste tenía: un bóxer que delataba la erección mañanera que éste tenía.

Joaquín sintió sus mejillas arder, así que volvió hacía abajo. Su estómago rugió y estaba casi seguro que Emilio despertaría con hambre.

Buscó en su refrigerador, encontrándolo lleno, pues apenas hace 2 días había ido al supermercado.

Sacó huevos, queso, jamón y unas verduras, dispuesto a hacer su especialidad: un omelette.

El castaño disfrutaba cocinar cuándo tenía días libres, cómo lo eran sus preciados fines de semana.

Mientras esparcía el queso su mente volvió a divagar en las palabras que el alfa había dicho la noche anterior.

Sacudió su cabeza, no queriendo hacer un lío de eso. Pero era imposible ignorar el revoltijo que sentía en su estómago y las cosquillas en su pecho.

Suspiró derrotado, realmente tenía una habilidad impresionante para fijarse en las personas imposibles.

Una vez el queso estuvo fundido y el borde ya estaba empezando a dorarse fué que sacó ambos omelette, dejándolos en su respectivo plato.

Se quiso reír de sí mismo cuándo cortó distintas frutas para ponerlas en un plato al centro de la mesa, se sentía ridículo por tomarse tantas molestias para el alfa.

Incluso usó su cafetera que tenía arrumbada debido a que prefería ahorrar tiempo comprando café.

Justo cuándo estuvo lavando los sartenes fué que escuchó las pisadas bajando las escaleras, así que cerró la llave y secó sus manos en una toalla que tenía por ahí.

Alfa Dominio // Adaptación Emiliaco OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora