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Emilio estaba perdiendo la cabeza.

Sentía que estaba atrapado, sin escapatoria, y tontamente corrió en busca de ayuda a los brazos de su madre. Aún sabiendo que ésta no iba a solucionar nada.

Por eso es que ahora se encontraba escuchándola, y sólo él sabía cuánto quisiera que todo fuera una pesadilla.

La señora Osorio se había ido unos momentos de la sala, dejando respirar a Emilio, pero en cuánto llegó, la pesadilla solamente se hizo más real.

— Ten. El anillo con el que me comprometí. Vas a dárselo, yo te ayudaré a conseguir uno más bonito y costoso para la boda. Después deberán guardarlo para cuándo tu primer hijo vaya a pedir la mano de su futura esposa.

Emilio ya conocía la tradición dictada por la familia de su padre, pero ahora le tocaría a él seguir con ésta y eso lo estaba acabando.

Lo tomó entre sus manos, sabiendo que no sólo tenía un valor monetario sumamente alto, sino un valor de antigüedad.

Lo abrió para mirarlo y quiso llorar. No quería dárselo a María. No quería casarse.

— Mamá...

— Basta Emilio, ya lloraste suficiente. Ponte los pantalones y hazte cargo de la situación.

A pesar de las duras palabras dirigidas por la mujer hacía su hijo, en el fondo lo quería. Pero estaba tan arruinada por los pensamientos que le fueron inculcados.

Emilio pasó saliva. A pesar de ser un adulto de más de 20 años sentía que necesitaba consuelo, y nadie parecía estar dispuesto a dárselo.

— El próximo domingo vendrás con María. Quiero ver el anillo en su mano, y entonces podrás anunciar tu futura boda y a tu futuro hijo. — Dictaminó antes de irse de ahí.

El alfa, en lugar de simplemente irse de la mansión, decidió subir hasta la habitación que ahí le pertenecía.

Su paso era rápido, con el único objetivo de llegar antes de explotar. De contener sus lagrimas en la habitación.

Cerró la puerta con seguro y tiró la cajita al suelo con todo el odio que tenía hacía la vida.

Rebuscó en los cajones hasta dar con la toalla que Joaquín había utilizado para secarse después de aquel baño, y se tiró a la cama aferrándose a ésta.

Olía a eucalipto, olía a confort.

Y entonces ahí se permitió llorar.

No podía llamar a Joaquín, porque en el fondo sabía que el castaño hacía lo mejor alejándose de tantos problemas.

Pero, ¿Cómo le explicaba eso a su instinto que parecía brincar de felicidad cada vez que tenía al castaño cerca?

Sólo podía llegar a una conclusión: sentía cosas por Joaquín, más allá de verlo cómo alguien al que follar.

Y ahora no había vuelta atrás.

Si bien, aún estaba la posibilidad de que ese bebé no sea suyo, también estaba la otra parte que decía que esa criatura sí era de su sangre.

Solamente debía esperar 1 semana más para estar seguro, pues, en la tercera semana se empieza a hacer presente el aroma dulce en la omega, el cuál sirve para que el alfa se dé cuenta de la gestación, ya que solamente el padre del bebé puede olerlo.

Aún así, debía anunciar su compromiso.

Quiso verlo por el lado positivo; iba a recibir un montón de felicitaciones por parte de su padre y conocidos. Pero no quería. Realmente no lo hacía.

Alfa Dominio // Adaptación Emiliaco OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora