Injusto

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Este nunca fue el plan, caminar con una urna entre las manos no era el plan de ninguno de los que amaron a María. Todo lo bueno y todo lo malo perdían el sentido en ese momento, porque ella ya no regresaría.

Nadie pudo imaginar aquello, aun así estaba pasando, todo el mal del pasado les llego de golpe y arrastraron quizá a la única persona que no tenía ni una pizca de culpa en el asunto. Y no es que alguien de los presentes la tuviera, todos eran víctimas del pasado y de venganzas inconclusas.

Vicente entendía ahora a su tío Abel, cuando se llevó a su familia de las Palmas, lo creyeron un tanto exagerado, y el obligarle a romper lazos con todos aquellos del paraíso parecía más un berrinche que precaución.

Pero si el tuviera el poder ahora mismo se hubiera quedado en algún otro lado del mundo con María, aun así ella amaba ese maldito pueblo, y ambos encontraron su felicidad en ese lugar. ¿Pero ahora que era todo aquello?

No era nada, no era nada...

Los días pasaron sin color por su ventana, más de una vez pensó en acompañarla, pero la conocía de sobra, y estaba seguro de que jamás le perdonaría que hiciera algo así. Jamás fue valiente, pero a la hora de jalar el gatillo junto a su sien... eso se sentía tan perfectamente normal que tuvo que hacerse de todas sus fuerzas para detenerse.

Nadie tenía palabras de consuelo para él, al menos ninguna que funcionara. La vida fue injusta con él, y no se detenía, Pamela quedo libre apenas un par de semanas después, Pedro pago lo suficiente para lograr esa libertad.

El suelo se desmorono bajo sus suelas, el dolor el vino por la garganta y se necesitó de su padre, su hermano y su tío para evitar que saliera a partirles la cara en ese momento. Era tan frustrante, todos saben quienes fueron y no podían hacer nada. Se volvería loco, lo haría, y entonces mataría a todos los que un día le hicieron daño a su maría.

Las noches eran quizá lo más difícil, siempre llegaba en sueños a su lado y tenía que despertar, ella no estaba, ella no volvería, pero su voz y su toque a mitad de la noche se sentían tan real.

Todos se quedaron a su lado, aun después de que ese mal de nuevo alcanzara a su familia, el ataque a Adolfo fue la cereza del pastel y por primera vez alguien de esa familia tuvo el valor suficiente para enloquecer.

Su tía Alba enfrento a Pedro, le dejo en claro que si tocaban a uno de sus hijos de nuevo ella misma tomaría venganza, estaba furiosa, harta de todo aquel daño. Vicente sintió envidia, envidia de no poder convertir todo aquel dolor en coraje. Porque se estaba muriendo, moría de dolor...

Abel se dedicó a cuidar de su sobrino, intentaba mantenerlo entretenido, era quizá el único de todos que podría comprender un poco lo que era luchar contra algo perdido. Cuando Alba estuvo en coma, Abel supo lo que era el dolor, pero cuando Pedro intento romperla la última vez que se cruzaron hacia tantos años, supo lo que era querer matar a alguien de tu propia sangre. Esos sentimientos eran desbordantes, y no cualquiera podría entenderlos, quizá pro eso Vicente se sentía más cómodo a su lado.

No existía queja o palabra que sonara descabellada o injusta para él, la habían quitado al amor de su vida, no existía nada en el mundo que se pudiera comparar con ese dolor. Pasarían los años, pasaría su vida y aunque volviera a sonreír, aunque se volviera a enamorar, la marca de María estaría para siempre en su pecho, latiendo siempre con dolor.

Mientras ambos continuaban conversando de todo y nada, las puertas de las cumbres sonaron, con una camioneta conocida abriéndose paso. La mirada de Vicente se llenó de furia y moviéndose como desesperado corrió hasta donde ese hombre bajaba del auto.

De un puñetazo lo lanzo al suelo, con lágrimas en los dos y los oídos zumbándole. Abel corrió para detenerlo, podría matarlo en ese momento, podría hacerlo, pero no dejaría que su sobrino se manchara las manos con alguien que no valía la pena.

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