Cizaña

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La llegada de Vicente le revolvía el mundo, supo por Julia que fueron sus propios medios los que le llevaron a encontrarla, y eso solo le ayudo a ponerse más nerviosa de lo que ya estaba, no era casualidad, ni destino, de eso estaba muy segura, pero prefería que así fuera, porque de lo contrario a la primera palabra seguramente se rendiría a sus pies.

Vicente Villaseñor era su debilidad, era la espina que hería constantemente su costado y el nombre con el que sabía sus labios cargarían toda su vida. El primer día se las arregló para no verlo, entre ir a la ciudad y el trabajo de ambos pasaron 27 horas exactamente sin encontrarse, un éxito para ambos, ya que a cada oportunidad que tuvo Vicente saco toda la información que pudo de Marie.

Pero ahora eran las tres de la mañana y no podía dormir, se levantó para tomar un poco de té, envuelta en felpa de pies a cabeza, sabía que la calefacción de la cabaña de Vicente no era buena, y que seguramente tardarías un par de días en repararla, esperaba que pudiera arreglárselas con las cobijas y la ropa que llevaba, recordó que él conocía más que bien las bajas temperaturas y se recrimino a si misma por tener tan presentes esas memorias. Debía mantenerse alejada, Vicente se iría justo después de navidad, algo que le parecía raro, pero esperaba mantenerse prudente hasta ese entonces...

Eso sería imposible claro estaba.

Vicente miro la cabaña de María, tenía las luces prendidas en la madrugada, la conocía como a su propia mano, seguramente estaba al borde de la locura. Pensó en romper esa tención de una vez por todas, salir y hablar con ella, decirle que no planeaba irse sin ella, y que había sido el más grande de los imbéciles, pero se contuvo, se contuvo tanto como ella lo hacía.

Fue esa mañana dos días después de su llegada que no tuvieron para donde correr, Víctor y su madre habían salido a la ciudad para terminar sus pendientes antes de irse, así que ambos tuvieron que verse las caras para trabajar.

Vicente se quedó de pie frente a la entrada del canal, con esa enorme chamarra de pana y los guantes de cuero que recordaba habérselos regalado cuando aún era demasiado joven, en estos dos años el bigote le había crecido, sus facciones eran aún más duras que antes y seguía mirándola como si quisiera matarla o tomarla, nunca podía definirlo claramente.

-Logan ha dejado la lista que sacaron ayer, ahora solo se debe verificar- comenzó María intentando que la voz no le temblara de mas

-Bien, hagámoslo- y con un tono claramente insinuante en su voz camino detrás de ella.

Por una milésima de segundo ella pudo imaginar que podrían lograrlo, y que tal vez esto si era una casualidad y ese hombre no tenía la más mínima intención de tocar temas del pasado, que solo quería trabajar... pero fue un momento muy breve porque una vez que comenzaron a marcar y contar el ganado una estira y afloja comenzó.

Vicente era muy bueno cuando de llevar a alguien al límite se trataba, y lo vio, vio como lentamente su pequeña rubia perdía la paciencia. La vio acomodando su chamarra más de una vez, moviendo su cuello nerviosa y tomando la tabla con tanta fuerza mientras evitaba mirarlo, la estaba llevando al límite, y ese era el plan, debían hablar, tenían que hacerlo y si tenía que hacerla explotar para lograrlo lo haría.

-¿Puedes, por un minuto dejar de ser tan idiota?- se dirigió a él roja del coraje y un poco también del frio- Solo quiero contar al maldito ganado y regresar a mi casa, estoy congelada hasta el culo, y todo tu maldito sarcasmo no me ayuda-

-¡Dios, me recuerda! La señorita del rancho me recuerda- se recargo en la puerta de madera con una sonrisa de satisfacción que parecía llegarle hasta los huesos

-Eres un idiota-

-Lo soy, definitivamente lo soy, solo un idiota vuela durante horas para encontrarse con alguien que finge no conocerlo-

Las FloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora