Peleas

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Esa noche ninguno de los dos pudo dormir, Vicente no podía borrar su olor de sus manos, ese olor a miel, a dulce, a algo tan embelesante que deseaba no haberla tocado jamás. La mañana le llego con apenas unas horas de sueño, salió al campo esperando que el trabajo le llenara la cabeza de algo coherente, de algo que no fuera la piel de María, sus manos, la idea que su cabeza se hizo de que de alguna manera ella le pudiera corresponder.

Pero poco duro su calma, apenas el roció de la mañana empezó a desaparecer la vio, venia por el camino, venia directamente hacia él, no podía escapar, no era un adolescente, y dando un trago a su café, rezo porque le pasara de largo.

-Buenos días- le saludo sin tener una respuesta adecuada-Yo... yo... no podía dormir-

-Al menos en eso coincidimos- dijo girando los ojos señalando la viga para que se sentará a su lado- ¿Qué quieres?-

-¿Estas molesto conmigo?- y mirando al cielo con un suspiro intento que no le ganaran los nervios

-Deja de preguntar eso, no estoy molesto contigo, nunca lo estuve-

-Pensé que...-

-Mira María, no soy un niño y quiero que eso te quede claro, yo no quiero tomar tu mano y jugar a los novios, te miro... te miro- los ojos de María estaban muy abiertos y sus mejillas rosadas, apenas si podía ordenar sus pensamientos, esto no podía estar pasando, definitivamente seguía soñando

-Dame unos minutos- respondió arrebatándole el termo de café y ese gesto por primera vez le saco una sonrisa- no te rías, no puedes decirme eso y después reírte en mi cara- le reclamo

-Lo siento, pero es que no esperaba tu sorpresa- volvió a fijar su gris en ella- Eres muy hermosa-

-Lo sé- contesto más relajada- pero ese no es el tema, me confundes demasiado- atrajo sus piernas hasta ella recargando su mejilla sobre sus rodillas- ¿De verdad me mirabas?-

-Lo hago, por eso siempre estoy tan molesto, eres una cría, y yo no puedo darme esos lujos. No es como si fuera un maldito viejo lujurioso, se controlarme, pero ayer me sacaste de mis casillas, necesito que te mantengas alejada de mí-

-¿Y si no quiero?-

-Igual no es algo que este en juego, no planeo ser yo quien se meta en problemas por una mocosa necia- y dejándola con la palabra en la boca se alejó de ella.

María supo que no lograría sacar más, intento retomar el tema innumerables veces, pero Vicente se tornaba reacio al tema, no volvió a caer pero tampoco se alejó.

Se quedaron uno al lado del otro, hablando de todo, siendo amables, siendo demasiado amables, tan amables que todos a su alrededor se dieron cuenta como el trato entre ambos cambiaba, todos... incluso el padre de María.

El Francés comenzó a verlos, analizarlos. No mostraban ningún tipo de acercamiento, apenas si se tocaban, o coincidían; pero sus miradas. Sus miradas lo eran todo. En cada evento Vicente guardo un lugar para María, se hizo costumbre compartir auto, le conseguía refresco, la miraba con desganado cuando alguien se acercaba a ella en plan de coqueteo.

Eso no le gusto, Belmont conocía cada uno de sus pasos, su gusto por los romances de una noche y su poco acercamiento al compromiso. Si estaba poniendo los ojos en su hija debía hacer algo y como los hombres que eran, decidió andarse sin rodeos.

-Vicente-

-Francés- se puso de pie en cuanto lo vio entrar al despacho de las cumbres- ¿Quieres que llame a mi padre?-

-No hace falta, he venido a hablar contigo- y jugando su elegante bastón se sentó con absoluta soberbia frente a el- siéntate hijo, hablemos-

-¿De que podríamos hablar?- se acomodó detrás del escritorio acomodando sus manos en su regazo

Las FloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora