Ilusión

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Cuando Belmont le vio entrar con aquel porte poco ostentoso supo inmediatamente a lo que venía. Entro a su oficina y respiro profundamente. En estos años demostró lo buen hombre que podría llegar a ser, y todo lo que era capaz de cambiar.

Aun así era su hija, era joven y desprenderse tan pronto de su presencia en casa le dolía. Ya no sería su princesa. Ahora sería la de alguien más. Dolía, pero eso era lo mejor, él se hacía viejo y quien más que el hijo de uno de sus más queridos amigos para cuidarla por el resto de su vida.

-Buenos días- entro tocando la puerta lentamente- ¿Puedo pasar?-

-Tienes medio cuerpo adentro- contesto caminando apoyado de su bastón hasta el sofá de la entrada- Es muy temprano sabias-

-Algo así, somos de campo, se supone que nuestro día empieza primero que el de todo el mundo-

-Eso dicen- se levantó de hombros- ¿A qué viniste?-

-Lo siento Francés...- miro sus nudillos avergonzado- quizá tu pensaste que esperaría un poco más pero... La amo. Sé que no soy lo que esperaste para ella, sé que me queda grande, pero a veces solo lo sabes, sabes que es lo que has esperado toda la vida; y todo se está poniendo feo, tengo miedo... tengo miedo. La quiero en mi vida, no puedo seguir si no es de su mano-

Vincent Belmont se quedó sin palabras. Podía contar con los dedos de la mano cuantas veces le paso aquello, pocas en realidad, y la mayoría de esas veces fue a causa de malos momentos, pero ahora mismo tenia a la descripción perfecta de la sinceridad frente a él. No existió duda en sus palabras, y si lo pensaba bien tampoco lo hubo en el pasado, recordaba el día que le dijo "Debes llevártela" no titubeo, no titubeo de que sus deseos fueran más grandes que su razón. Y a pesar de mandarse a el mismo a la mierda un sin número de veces, ahí estaba.

-Creo que no tengo muy claro que decir- Belmont se estiro nervioso en el sillón- creí que lo tenía claro, de verdad que lo creí, esperaba darte el gran discurso y poder enumerarte de cuantas maneras me decepcionaste en todo este tiempo. Pero ahora mismo, no creo que eso ya tenga cabida- miro su rostro nervioso- María es la luz de mi existencia, fue mi primer hija, la ame desde que supe que su madre la cargaba en su vientre. Ella no es como yo, no, ese es Adán, y siento mucho al ganas veces no poder darles a mis hijos un poco más de sentimientos. Pero para eso está Magdalena. María es igual que su madre, brilla en todos lados, es impetuosa, amorosa y se aferra a lo que quiere-

-Lo sé, lo supe desde toda la vida- sonrió con el corazón haciéndole un nudo en la garganta

-Tienes razón, tu no mereces a mi María- aquel sentimiento se le desbordaba- Pero ella te ama, y no puedo hacer nada contra ello, y créeme que lo intente- ambos rieron- eres hijo de mi querido amigo Franco, se como ama, sé que es para toda la vida...- dio un largo suspiro- Debes hacerla feliz, no me prometas nada, solo hazlo, tienes que hacerla feliz-

-Lo hare...- y por primera vez ambos se miraron con un cálido sentimiento en común.

-¿La llevaras contigo?- pregunto mientras salían del lugar

-Quiero traerla a vivir a Las cumbres, al menos hasta que tengamos nuestro propio hogar-

-¿Compraste el lugar del lago?-

-Lo hice- sonrió orgulloso- es mi lugar favorito en todo el mundo, siempre que lo veo ella está ahí, así que supongo que ese será un buen sitio para formar un hogar. Además esta en medio de todos, aquí se cierra el trato- bromeo mirando a Belmont reír

-Bien, sabes que de ahora en adelante cuentas con mi apoyo, y con el de su madre-

-¿Debería hablar con ella?- y mirando como aquellos brazos rodeaban desde la espalda a Belmont supo que no

Las FloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora