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La penumbra de las tardes de invierno anticipaba el inminente cierre de la cafetería. La Señora Killian aún ocupaba su mesa, pero su taza llevaba vacía demasiados minutos. El Señor Hoffman comenzaba a juntar sus papeles con premura, como si tuviera prisa, aunque las últimas tres horas las hubiese pasado mirando a través del ventanal. Cloe tenía demasiadas fotografías de aquellos dos habitués de la cafetería y sin embargo esa tarde la luz era particularmente hermosa. Presionó el botón de su cámara y su distintivo sonido le recordó a la Señora Killian que era hora de marcharse.
-¿Algún día me mostrarás alguna? - le preguntó el Señor Hoffman con aquel acento cerrado de los que provienen del sur de Alemania.
-Algún día, quizás...- le respondió Cloe con su sonrisa entre enigmática y divertida.
Lo cierto es que llevaba un año de finalizada su carrera en fotografía y aún no se sentía preparada para buscar un trabajo relacionado a ella. A lo mejor la arruga en el ceño de su profesor de Introducción al diseño fotográfico al mostrarle su primer trabajo, o la mueca de desagrado de la docente de producción gráfica al intentar explicar su proyecto, o el hecho de que ninguno de los empleos para los que había aplicado la llamaran tenían algo que ver con eso.
-Adiós Señor Hoffman. Lo esperamos mañana.- dijo Angela desde la cocina, mientras se secaba las manos con una servilleta de tela verde.
Cloe la miró y repitió el movimiento de su dedo. Si había alguien a quien le gustaba fotografiar era a su tía Angela.
Al verla cubrir su rostro con las manos sonrió. Era tan hermosa como su madre, a veces, por pequeños lapsos, jugaba a que lo era. Aquella ausencia dolía demasiado, aun cuando hubieran transcurrido cinco años desde su partida, la seguía extrañando.
-Deberías estar fotografiando al mundo. - le dijo su tía para sacarla de su tristeza por un rato.
Cloe suspiró y comenzó a levantar las sillas sobre las mesas. La Señora Killian se había marchado y era tiempo de cerrar.
-Al mundo no le interesa mi forma de verlo. - le respondió con una risa amarga, mientras continuaba con su tarea.
-No voy tener esta discusión de nuevo, pero sabes que te estas engañando a vos misma. Cloe, sos muy talentosa y estoy segura que sos capaz de conquistar el mundo si te lo propones, todavía no se que es lo que te lo impide, pero sólo deseo que un día te des cuenta de lo que todos los que te conocemos vemos en vos. - le respondió Angela apilando los platos limpios a un lado de la mesada.
-Estoy bien acá tía, me gusta trabajar con vos, me gusta esta espectacular vista que tenemos.- dijo señalando el ventanal que a pesar de la creciente oscuridad, aún mostraba aquella colina enorme con el castillo Vianden en su cima.
La cafetería era la única del pueblo que contaba con aquella vista. Era visitada por turistas y locales, contaba con un ambiente tan hogareño como cálido que trasladaba a sus visitantes a la placentera sensación de sentirse en casa.
Cloe se había mudado desde el fin del mundo cuando la vida que conocía le había sido arrebatada. Tenía vagos recuerdos de su primer año allí, en el que pasaba la mayor parte del tiempo llorando y durmiendo. Sin embargo, Angela era paciente y con su enorme corazón la había logrado rescatar de aquella oscuridad para devolverle la vida, una vida distinta, en un nuevo idioma, con nuevas costumbres, nuevos sabores y un frío al que aún le costaba acostumbrarse. Le estaba agradecida por ello y en el fondo, sospechaba que aquella era la verdadera razón por la que no seguía su vocación. No deseaba abandonarla. La amaba, la necesitaba.
-¡No me digas que todavía no te cambiaste!- el grito de Amaya llegó desde la puerta de la cafetería sobresaltando a sus dueñas.
-Hola Ama, mmm, no se si quiero ir en realidad. - le respondió Cloe arrugando su nariz y su frente, como si conociera lo que se avecinaba luego de aquella confesión.
Amaya era española, había estudiado con ella especializándose en Artes audiovisules. Su amistad habia sido paulatina, ya que al principio, Cloe, no deseaba volver a tener afectos que pudiera perder. Sin embargo, una vez que la conoció, no pudo evitarlo. Se convirtieron en mejores amigas, y si bien Amaya era extrovertida y demasiado sociable, existía un equilibrio entre las dos que las había vuelto muy unidas.
-¡Ah no! ¡De eso nada, tía! ¡Que llevo toda la semana intentando conseguir las entradas y si tu no vas, yo no podré hacerlo.- le respondió la española con toda su elocuencia.
-Ama, por favor, no estoy de ánimo, se que Pedro estará encantado de acompañarte, no me obligues a ir.- volvió a suplicarle Cloe, incluso uniendo sus manos en forma de plegaria.
-Pues claro que Pedro viene, pero ya sabes que no es lo mismo sin ti. Vamos, te la pasaras bien. Nunca sales a ningún lado, te la pasas trabajando y estudiando ya no se que, porque te recuerdo que nos graduamos hace un año y sin embargo, aún me pones esa excusa. Angela, ayúdame, quieres. - le dijo Amaya dirgiéndole una mirada a la mujer de unos cuarenta años, que llevaba el cabello rubio recogido en un rodete bajo y el delantal manchado con harina. Angela era una hermosa mujer que, al igual que su sobrina, se escondía en las rutinas y la ropa holgada, para no volver a intentarlo. Había sufrido la muerte de su hermana, pero no era su único pesar.
Se tomó unos segundos para pensar y se acercó a Cloe para quitarle el delantal morado que aún llevaba anudado a la cintura.
-Es hora de que hagas cosas de chicas de tu edad. Cloe, mañana cumplís 24 años y tenes menos vida social que el Señor Hoffman. ¡Hazle el favor a tu tía!- le dijo clavando sus enormes ojos celestes en los de su sobrina.
-¡Andá a divertirte! Salí con tus amigos, bailá, cantá. Cloe... por una noche olvídate de todo. Que no importe el pasado, las heridas, la carrera, el trabajo y mucho menos el futuro. Sacate esa mochila y sé vos misma, sin condiciones, sin preocupaciones, y sobretodo, sin tristeza. - le dijo, bajando un poco el tono y acariciando su mejilla con cariño.
Cloe volvió a suspirar. Sabía que su tía tenía razón, pero no lograba encontrar la salida de aquel caparazón que se había construido para evitar cualquier tipo de dolor.
Cerró sus ojos con fuerza y deseó poder lograrlo.
-Está bien.- dijo con una ligera sonrisa.
-¡Vamos!- agregó comenzado a caminar hacia la puerta.
-Ah no. ¡No, no, no, no!- dijo Amaya recuperando su expresión exagerada mientras movía sus brazos con fluidez.
-¿Ahora que mi tía dio su discurso de "Ve por todo" ya no quieres salir? - le preguntó Cloe algo indignada.
-Por supuesto que quiero salir, pero así vestida no vas ni a la esquina.- le aclaró su amiga haciendo que las tres rompieran aquella muralla de tensa calma en la que vivían con las carcajadas más auténticas que poseían.

Una foto realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora