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Cloe no quería soltar aquella mano. Era como si pudiera seguirlo a donde quisiera siempre y cuando estuvieran juntos. No le importó el oscuro callejón, ni la puerta de hierro algo oxidada, menos aún la escalera caracol con peldaños de madera crujiente. Comenzaba a confiar en él y la sensación de dejarse llevar era tan placentera que silenció cualquier tipo de alarma que le indicara que aquello podía volver a terminar mal. 
A medida que avanzaban el sonido se hacía más fuerte, era como si pudiera escucharse una melodía dentro de una caja, como si el teatro estuviera sellado, pero algunas notas se valieran para escapar. 
Entonces por fin llegaron. Franz se detuvo frente a una pequeña puerta de madera antigua y la miró con una sonrisa de lado. 
-Bienvenida a su primer concierto.- le dijo y abrió la puerta para que el sonido la golpeara sin previo aviso. 
Era un cuarto pequeño que apenas tenía una alfombra y varios almohadones en el suelo. Por una pequeña ventana podía verse el teatro desde lo más alto, tan alto que la araña majestuosa del techo parecía posible de alcanzar con sólo estirar el brazo. El escenario parecía diminuto, pero el sonido era perfecto, como si la acústica hubiera sido diseñada para aquel preciso rincón. 
Franz la miraba intentando descifrar sus sentimientos, no estaba seguro de que aquel escondite fuera de su agrado, a lo mejor esperaba un palco central o una butaca de primera fila, pero él no podía darse ese lujo, no sin despertar todo tipo de rumores. Por otro lado, le gustaba mucho más así, anónimo y solitario, sin presiones, con la libertad de disfrutar de la buena música y ahora también de la buena compañía. 
La temperatura de aquel salón era agradable y se acercó para tomar el abrigo de Cloe. Al ver aquel vestido sus ojos la recorrieron con un deseo creciente. Ella se sonrojó.
-No quería sentir que iba mal vestida.- le dijo con inocencia. 
Entonces él sonrió y se deshizo de su abrigo para mostrarle el pijama que tenía puesto debajo. 
Cloe emitió una carcajada y acercó su mano a la delicada seda azul de aquella prenda que sólo había visto en películas. 
.¿Me podes explicar quién te compra la ropa?- le dijo divertida. 
-¿Cuál es el problema? Es sólo un pijama, quería que sepas que aquí estamos solos, es como si tuviéramos un concierto privado en el living de nuestra casa.- le dijo orgulloso de haberla hecho reír. 
-Eso no es sólo un pijama, pero dejemoslo ahí.- le dijo aun sonriendo y entonces, con una soltura inocente le dio un nuevo beso en los labios. 
-Gracias por esta invitación. Es perfecto.- le dijo al separarse. Sin embargo él no la dejó alejarse, tomó la mano que aún yacía sobre la tela de su elegante pijama y con su brazo atrapó su cintura. 
-Vos sos perfecta.- le dijo y esta vez la besó con la pasión que despertaba en su interior cada vez que la tenía cerca. 
Recorrió su boca mientras la acercaba aún más a su cuerpo que comenzaba a responder a aquel contacto. Le hubiese hecho el amor en ese mismo instante de no ser por el alto volumen de los vientos, anunciando el inicio del primer acto. 
Algo sobresaltados se separaron sin dejar de mirarse. 
-Compórtese profesor, que estamos en un lugar público.- le dijo ella divertida. Pero aquella palabra sonó a traición en sus oídos, una traición que cada segundo pesaba más. 
-Cloe, tengo que decirte algo.- le dijo con seriedad. Iba a contarle la verdad, se lo merecía, aunque eso suponga perderla. Estaba decidido a hacerlo. 
-Ahora no, vení, quiero disfrutar de mi primer concierto al lado tuyo.- le suplicó ella con una mirada imposible de ignorar. 
Cloe tomó asiento sobre uno de los almohadones y sin soltar su mano apoyó su cuerpo sobre el de él. La música se intensificó y los graves parecían mover el piso. La emoción no tardó en alcanzar sus ojos y con sus labios apretados disfrutó de aquel momento que comenzaba a parecer surrealista. 
Sintió la mirada de Franz cada segundo pero continuó con su vista al frente, lo estaba disfrutando y sabía que si lo miraba ya no tendría excusas para no besarlo. 
Franz llevaba una sonrisa embobada, como si verla emocionada fuera exquisito. Hubiese dado su vida porque aquel concierto no acabara nunca. 
Su cuerpo tuvo vida propia y la abrazó desde atrás con fuerza. Secó las lágrimas de sus mejillas con el dorso de su mano con ternura y tomó su mentón con delicadeza para que lo mirara. 
-¿Te gusta?- le preguntó justo cuando los aplausos resonaron en la sala. 
Ella asintió con su cabeza aún con sus ojos empañados y ya no quiso separarse de él. 
Giró su cuerpo y lo recostó sobre aquella alfombra para besar sus labios y continuar por su cuello con una lentitud irresistible. 
-¿Esto está mal? - le preguntó con una inocencia que nada tenía que ver con sus ojos oscuros. 
-Nada de lo que hagas está mal. - le respondió él sin poder dejar de sentirse el hombre más afortunado del planeta. 
Entonces continuó su camino. Desabrochando los botones forrados en seda azul, besó su cuerpo en un sendero que comenzaba a quemar. Podía verlo desde allí y su expresión de gozo la invitaba a continuar. 
Llegó a la zona prohibida para notar la enorme erección que no tardó en liberar. Antes de que él pudiera moverse, la atrapó con su mano y sin dejar de mirarlo la introdujo en su boca con un movimiento ascendente y descendente que no hizo más que provocar una respiración agitada y varios gemidos en Franz.
Nunca había hecho algo así, pero lejos de sentirse avergonzada, un sentimiento de poder la envolvió para no detenerse. Sentía que lo tenía a su merced y que el placer aumentaba con cada movimiento. 
Ya no la miraba, había cerrado sus ojos y los gemidos eran más frecuentes. Su propio cuerpo reaccionó con una humedad expectante y cuando él la tomó de los hombros no dudó en incorporarse para sentarse sobre aquella enorme erección que había colmado su boca segundos antes. 
-No sé si pueda aguantar mucho.- le advirtió  él con la respiración entrecortada. Pero a ella no le importó. Se acomodó sobre él y comenzó a moverse con movimientos lentos, como si cabalgara despacio. 
Apoyó sus manos sobre aquel vientre musculoso y comenzó a ganar velocidad. Franz no quería dejar de admirarla. Era tan hermosa y tan sensual. Su cabello caía sobre su rostro y se movía con cada embestida. Alzó sus manos para alcanzar sus mejillas y cuando ella por fin lo miró le suplicó.
-No me dejes nunca…- 
Cloe sonrió pero el orgasmo la atravesó intrépido, obligándola a cerrar sus ojos y echar su cabeza hacia atrás. 
Dejaron de moverse.
Antes de que ella pudiera levantarse él tomó su cintura para acercarla a su pecho y abrazarla. 
-Lo digo en serio, Cloe. Llevo tres largos años pensando en vos. Lamento no haberte buscado antes pero me fue imposible. Quiero contarte todo, quiero pasar mis días juntos a vos.- le confesó en aquella sala alejada del mundo, mientras sus corazones parecían latir en el mismo tono. 
-No pienso irme a ningún lado. - le respondió ella y cerrando sus ojos sobre aquel torso desnudo disfrutó de la música del segundo acto abrazada a quien le había pedido que no lo dejara. 
Parecía irreal, pero eligió creer. Apenas llevaban unos días juntos pero sentían una conexión ancestral. Había prometido explicarle todo y por ahora eso era todo lo que necesitaba. 
Con los ojos cerrados y cientos de caricias pintando su piel, disfrutaron del mejor concierto de sus vidas, con la esperanza de que aquello pudiera volverse realidad. 

Una foto realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora