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Franz llevaba pocas horas en su país pero su padre ya lo había llenado de tareas. A través de su secretario, por supuesto, le había indicado los próximos eventos en los que su presencia era indispensable, la ropa que debía usar, las palabras que debía decir y a quien no podía dejar de saludar. 
Cerró sus ojos y suspiró con fastidio mientras se sacaba la ropa para darse una ducha. Conocía su vida, no le sorprendía aquella lista de obligaciones, hasta podía imaginar a su padre diciéndole las palabras a su primer asistente. Eso lo hizo sonreír con resignación. 
Su padre siempre había sido protocolar, si esa palabra se entiende como distante, apático y serio. No era un mal hombre, de hecho había sido un monarca decidido en pos del bienestar de su gente. Sin embargo, en materia de familia, había algunos huecos que no había sido capaz de ocupar. 
Su madre, por el contrario, había sido dulce, comprensiva y capaz de transmitir amor con una sola mirada. No había permitido que los huecos se hicieran visibles, se había encargado de completar todo lo que parecía faltar y sobre todo de hacerlo sentir feliz. Por eso su partida había significado una ausencia que aún no dejaba de doler. 
Terminó de bañarse disfrutando de sus últimos segundos de soledad y abrió la puerta de su cuarto, aún con algo de jet lag, para encontrarse con los vestuaristas y su mayordomo personal. 
-Su alteza, espero que haya tenido un excelente viaje. Lamento decirle que estamos algo retrasados.- le dijo Helmut con su habitual tono de alarma, ese al que Franz se había acostumbrado y al cual insistía en restarle importancia. 
-Muchas gracias, Helmut. Fue un viaje más, nada especial. - le respondió mientras levantaba sus brazos para que acomodaran las mangas de aquella camisa perfectamente planchada. Vestirse rodeado de personas podría ser algo incómodo para la mayoría de las personas, pero para alguien que no conocía otra opción, resultaba parte de la rutina diaria. 
-Su padre lo espera en el jardín Noreste para conocer a los nuevos realizadores audiovisuales.- le anunció Henry, mientras tomaba la toalla que Franz había utilizado minutos antes y la doblaba en el aire con pericia para enviarla al sector de lavandería.  
Franz sintió una especie de electricidad por su cuerpo, pero fiel a su don para ocultar sus sentimientos se limitó a asentir con su cabeza mientras se miraba en el gran espejo y aprobaba aquella elección formal pero discreta. Llevaba unos pantalones de vestir en tono arena y una camisa celeste de mangas largas que le sentaba muy bien al color de sus ojos. 
-Aunque estamos veinte minutos atrasados señor… quizá quiera pasar directamente a la próxima actividad.- sugirió Henry mientras le señalaba al vestuarista un frasco de perfume para que se lo aplicara a Franz. 
-¿Cuál sería la próxima actividad?- le preguntó Franz con desgano. 
-Dejeme ver…- le respondió el mayordomo mientras consultaba su Ipad con los ojos entrecerrados, la modernidad intentaba colarse en aquel espacio extraído de la edad media y eso era algo a lo que los antiguos empleados como Henry intentaban acostumbrarse. 
-Tendría algo de tiempo libre, recién a las cinco de la tarde es la merienda con el duque de Bjork y su hijo. - señaló aguardando pacientemente la respuesta. 
-Gracias Henry, a usted también Cedryk, puedo terminar yo solo.- dijo con su mirada tan determinante que ninguno de los dos se animó a contradecir. 
-Creo que voy a tomarme ese tiempo libre.- agregó Franz para verlos retirarse de su habitación y volver a soltar el aire de sus pulmones. 
Esa era una de las tantas razones por las que no le gustaba regresar al castillo. Estando de viaje se sentía algo más libre, al menos podía vestirse solo. 
Se asomó por uno de los enormes ventanales en dirección al jardín Noreste. Deseaba que no se le hubiese hecho tarde. Algo le indicaba que esta vez no se había equivocado. 
Vio a su padre subiendo las escaleras de piedra y a su familia detrás y supo que la presentación había terminado. Continuó buscando desde la distancia y entonces por fin la vio. 
Sintió que su corazón se detenía por un instante, el mismo instante en el que sus labios volvieron a sonreír después de mucho tiempo. 
No quiso continuar esperando y sin pensarlo, se apresuró a llegar a aquel jardín. 
Al llegar todos parecían haberse marchado, aquel era uno de sus lugares favoritos de la propiedad, sobre todo en esa época del año en la que las flores inundaban sus corredores y la vegetación tupida ofrecía un escondite perfecto de la vida real. 
Dio unos pasos creyéndose solo y oyó unos ruidos que decidió investigar. 
No necesitó que girara para reconocerla. Llevaba su cámara colgada del cuello y un pantalón que se ajustaba perfectamente a esa figura con la que aún soñaba. Parecía tener el cabello más corto, pero en ese momento creyó que el tiempo no había pasado. 
Su corazón galopaba a gran velocidad y su mente comenzaba a hacer difícil su arte de ocultar cualquier tipo de reacción verdadera. 
-Creo que la contrataron para hacer retratos, no paisajes. - dijo finalmente intentando llamar su atención. 
Sin embargo al ver que no reaccionaba comenzó a dudar. 
-Señorita, no se asuste, era sólo una broma.- volvió a decirle y entonces sí pudo volver a ver aquello ojos color avellana, ahora escondidos detrás de unos sentadores anteojos de marco oscuro y, de repente, todo pareció volver como una catarata helada e inquietante.

Una foto realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora