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La majestuosidad de aquel palacio se veía realzada por la iluminación cálida que los ambientadores le habían logrado dar. Los jardines de los alrededores y la música en vivo sonando en cada espacio hacian que la llegada de los lujosos automóviles pareciera fuera de época. De no ser por los teléfonos celulares de los curiosos todo rememoraba a un baile de la antigüedad, casi irreal. 

Cloe sentía como sus manos comenzaban a sudar y su corazón no dejaba de aumentar su ritmo. Le había pedido a Amaya y a Pedro que se adelantaran, pero ahora, entrar sola le parecía una pésima idea. 

Sentía la mirada de los empleados del castillo sobre sus hombros y en su mayoría transmitían reproche, como si ella fuera culpable, como si aquello no la hiciera enfadar a ella más que a nadie. Debió fingir indiferencia para lograr continuar. Debía terminar con su trabajo y marcharse para siempre. Ese era el plan.

Había decidido usar el vestido que Franz le había obsequiado, luego de las insistencias imposibles de ignorar de Pedro y ahora se sentìa demasiado expuesta 

Era un vestido elegante, que se ajustaba a sus curvas sin ser obsceno, que se suponìa que debìa hacerla sentir como una princesa y sin embargo, solo se sentía como una farsante. 

No era una princesa y a juzgar por la reacción de Franz tampoco parecía digna de convertirse en una. 

No era que lo hubiese pensado, lamentablemente a pesar de sentirse demasiado herida la idea había cruzado por su cabeza, su corazón aún necesitaba una explicación, necesitaba una luz de esperanza que le dijera que no había jugado con ella, que sus caricias, que sus palabras que sonaban verdaderas no eran un intento de engañarla. Por supuesto que no le había dicho nada de esto a sus amigos, no lo entenderían, ni ella misma se entendìa. 

Supuestamente estaba allí para terminar su trabajo y de paso darle una última demostración de lo que se había perdido al traicionarla. Sin embargo, no estaba segura de poder lograrlo, no ahora que estaba a punto de entrar al mismo castillo en el que se había escabullido para besarlo, en el que sus ojos traicioneros solo querían volver a verlo.

-Bienvenida señorita, adelante.- le dijo un hombre vestido con un elegante traje que parecía de otra época y sin darle tiempo a nada, abriò la enorme puerta de madera maciza y el salón se mostrò imponente frente a sus ojos, debajo de aquel balcòn del que se suponìa, debìa bajar por la enorme escalera en semi círculo con aquel enorme vestido sobre aquellos altos zapatos. 

Mirò a su alrededor con nerviosismo y cuando sus ojos encontraron a quién buscaba, suspiró y comenzó su camino. 

En el otro lado del salón, Franz se encontraba de pie junto a su padre y sus hermanos, con su habitual gesto de seriedad en el que no se le escapaba ni una pizca de lo que en verdad sentía. Se limitaba a bajar su cabeza para agradecer los saludos y su vista se perdía sin rumbo fijo.

Esa noche estaba demasiado triste, había discutido con su padre, estaba enfadado, se sentía atrapado y la extrañaba demasiado. No había reaccionado en la mañana para no manchar el nombre de Cloe, sabía lo que hubiese ocurrido si la hubiese abrazado como deseaba. Sabía que no podía perseguirla ni exponer su relación de inmediato. Su posición era injusta, no era libre de hacer lo que sentía, sus padres lo habían sufrido y los padres de sus padres mucho antes que ellos. 

Sin embargo, no se sentía capaz de olvidarla, mucho menos de hacerla sufrir. Quería decirle que se había enamorado de ella y que estaba dispuesto a buscar la forma de permanecer juntos. Pero necesitaba tiempo, necesitaba seguir las reglas para no arruinarlo, necesitaba que estuviera dispuesta a esperarlo y ni siquiera sabía si tendría la oportunidad de volver a verla. 

Pensaba cumplir con aquella presencia y salir a buscarla. Le había pedido a Ray que hablara con ella pero su respuesta no había sido favorable, ahora sólo quería marcharse de aquel salòn, era todo en lo que pensaba, era lo único que se le ocurría.

Una foto realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora