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Con las migas rojo brillantes descansando sobre aquel plato de bordes dorados y las mejillas cada vez más doloridas de tanto sonreir, ambos se apiadaron del pobre joven mesero que llevaba dos horas intentando retirar sus tazas.

-Creo que es hora de irnos.- dijo sin verdaderas ganas de marcharse Cloe. Con el correr del tiempo Franz se había logrado soltar un poco, si bien mantenía su postura elegante, sus gestos parecían haberse aflojado y sus palabras fluían de manera tan natural como interesantes. Hablaron de cine, comidas y música. Cloe se sorprendió al oír que le gustaba la música clásica y él lo hizo cuando Cloe le aseguró que jamás había ido a un concierto. Lo mismo pasó con los lugares visitados, Cloe prácticamente no se había movido del pueblo, a excepción de los años en la universidad de Colonia y él parecía conocer cada rincón. Cloe asumió que sería hijo de un diplomático o algo similar y al ver que era evasivo en sus respuestas decidió no insistir. Tampoco le contó que había estudiado fotografía, solo le contó que ayudaba a su tía en el restaurante y eso pareció conformarlo.

Habían existido cortos silencios en los que no dejaban de mirarse y sus manos parecían imantadas al unirse sobre la mesa con frecuencia, pero había llegado el momento de despedirse. Cloe sabía que era lo que debía hacer. Debia mantenerse en su papel de chica buena. ¿Qué pensaría de ella si se entregaba en la primera noche que lo había conocido?

-Sí, creo que es hora.- le respondió luego de una pausa en la que intentaba encontrar las palabras correctas para prolongar aquel encuentro.
Franz tenía experiencia con las mujeres, normalmente sólo necesitaba unos minutos para conseguir lo que deseaba. Nunca se podía comprometer más allá de un encuentro, por eso no repetía el lugar al que se escabullía junto a Ray. Pero con Cloe todo parecía diferente, había sentido una conexión diferente, algo que jamás había experimentado. Había sido criado para no creer en el amor, su familia era el fiel ejemplo de que aquello no existía y sin embargo esa noche, por primera vez, comenzó a dudarlo.

-¿Vas a chequear tu aplicación o vas a permitirme llevarte? - le preguntó mientras oía al joven mesero traer la cuenta.

Cloe sonrió y volvió la vista a su cartera.

-Creo que si no tenes problema, te agradecería que me lleves.- le dijo mientras sacaba su monedero.

Franz estaba tan feliz con aquella respuesta que recién al ver su dinero recordó que él no contaba con nada parecido a una billetera. Normalmente era Ray quien se hacía cargo de sus gastos. Se sintió algo nervioso y aquello se tradujo en su expresión, que no pasó desapercibida para Cloe.

-Aunque si no podes no te preocupes.- le respondió creyendo que había recordado algo por lo cual no debía llevarla.

-No, no. No es eso. La verdad me da un poco de vergüenza confesarte esto, pero creo que olvidé mi billetera. - le dijo alzando una sola ceja y frunciendo sus labios de manera graciosa.

Cloe se río.

-No te preocupes, es mi fiesta de cumpleaños, debo invitarte de todos modos.- dijo tomando la cuenta de aquella libreta de terciopelo azul.

Ella tampoco logró ocultar su sorpresa al ver el monto, dos cafés y una porción de torta valía más que todo lo que su tía ofrecía en su cafetería.

-Lo siento, yo elegí el lugar, debería ser quien pague.- le dijo él apenado.

-Yo soy la cumpleañera, yo invito.- le respondió ella volviendo a esa sonrisa que iluminaba su rostro de manera casi mágica.

-La próxima vez me invitas vos.- le dijo mientras se ponían de pie y al instante se arrepintió. Estaba sugiriendo que se volverían a ver cuando él ni siquiera le había pedido su teléfono.

Franz sonrió pero en verdad se sintió triste. No podía haber una próxima vez. Aunque decidió no decirlo.

Volvieron a colocarse sendos cascos y Cloe, una vez más subió con torpeza a la motocicleta. Si bien aquella espalda era todavía más tentadora, se limitó a colocar sus manos a los lados tomandose con timidez de su prenda. Esta vez fue Franz quien se adelanto. Giró su cabeza para volver a verla y tomando ambas entre las suyas la hizo rodear su cintura.

-Así está mejor.- le dijo y ella decidió que tenía razón.

Lo abrazó con todas sus fuerzas y descansó su cabeza sobre aquella fuerte espalda, incluso cerró los ojos deseando que aquel viaje no terminara jamás.

Llegaron veinte minutos después a la esquina en la que se encontraba su casa. Franz volvió a retirarse el casco y miró hacia arriba casi instintivamente.

Un ventanal en lo alto parecía ser el ático al que Cloe se había referido aquella noche. parecía pequeño pero acogedor y no pudo evitar pensar que en verdad tenía muchas ganas de subir.

Cloe le devolvió el abrigo y tiró una vez más de la falda de su vestido intentando bajarlo

-Muchas gracias. En verdad fue una hermosa noche de cumpleaños.- le dijo volviendo sus ojos al suelo.
Estaba demasiado nerviosa. Quería evitar que se fuera pero no encontraba el valor para pedirle que se quedara.

-Fue un placer. Yo también la pasé muy bien.- le respondió buscando su mirada.

-¿No te gustaría que suba?- le preguntó él logrando por fin aquella mirada intensa que tanto le gustaba.

-Eh.. yo...- comenzó a decir y al ver la duda en sus ojos, Franz decidió jugar una carta más.

Se acercó despacio y pasó su brazo alrededor de su cintura.

Cloe permaneció inmóvil.

- Digamos que si quisieras, tomaría tu cintura así...- continuó diciendo mientras su otra mano se alzaba hasta su cuello.

-Rozaría la piel de tu cuello así...- continuaba hablando demasiado sensual y Cloe no pudo evitar cerrar sus ojos.

- Y te besaría esos hermosos labios que ya puedo dibujar de memoria.- agregó en un tono aún más bajo.

Cloe esperó la llegada de aquel beso, que sin embargo no llegó. Cuando abrió los ojos Franz la observaba. Había dejado de tocarla.

-Pero eso es sólo si vos querés.-le dijo con una malvada sonrisa de lado.

Cloe un poco avergonzada decidió que si quería jugar ella estaba dispuesta.

Giró sobre sus pies y se sacó la campera de cuero.

-Digamos que si subieras...- comenzó a decirle, mientras caminaba lentamente contorneando adrede sus caderas con una sensualidad qur no sabía poseer.

Franz comenzó a seguirla.

-Podriamos solucionar el problema del vestido..- agregó mientras abría la puerta y encendía una luz tenue de la entrada.

Franz se desesperó por seguirla, pero imitando el gesto que él mismo había tenido, ella entrecerró la puerta entre los dos.

-Pero eso es sólo si vos queres...- le dijo mientras se mordía el labio inferior.

Franz no necesitó responder. Empujó la puerta y la atrapó entre sus fuertes brazos levantándola del suelo como si no pesara más que una pluma y por fin hizo lo que ambos llevaban toda la noche deseando.

Una foto realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora