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La noche llegó demasiado rápido. Cloe había comenzado a despertar sospechas en sus amigos. De repente, sonreía todo el día, participaba de las conversaciones con los otros empleados con entusiasmo y ninguno de los imprevistos que anteriormente le producían preocupación parecía lograrlo. Incluso había olvidado llevar sus lentes a la última sesión y eso era algo que nunca, pero nunca ocurría.  

Pedro no quería darle entidad, ver a su amiga feliz era todo lo que importaba,  pero Amaya no podía con su genio y había comenzado a hacerle preguntas que, conociendo a su amiga, no respondía más que con evasivas.  

Esa noche, Cloe decidió usar el único vestido que había empacado. Era un vestido negro de escote volcado y falda hasta las rodillas. Era el vestido negro que toda mujer debería tener en su guardarropas, le había dicho Pedro el día que lo compraron. No estaba segura de donde iban exactamente, pero no quería correr riesgos. Se maquilló un poco, se puso perfume y luego de dejar sus anteojos sobre la mesa, se había puesto un abrigo largo para por fin ir al lugar indicado.  

Abrió la puerta con sigilo y cuando estaba por cerrarla oyó la voz de Amaya. 

-¡Si ya sabía yo que andabas en algo, tía! ¿Se puede saber a dónde vas con esos zapatos y ese maquillaje a estas horas?- le dijo cruzando sus brazos sobre su pecho como si fuera una madre rezongona.  

Cloe cerró sus ojos y frunció su ceño en un gesto de arrepentimiento. Odiaba ocultarle cosas a sus amigos. ¿Qué estaba haciendo en realidad? Franz era encantador, su encuentro había sido incluso mejor que el que recordaba, pero ¿merecía la pena mentir por ello? 

-Lo siento, Ama...- comenzó a responder y sus hombros aparecieron desmoronarse. Su expresión sombría, esa que había visto durante demasiados días en el pasado regresó como una lluvia inesperada.  

-Debí contarles, pero ni yo se que estoy haciendo.- continuó mientras se llevaba las manos a la cara con impotencia.  

Amaya no quería verla así. Había intentado hacerla feliz mucho tiempo y ahora todo parecía derrumbarse frente a sus ojos.  

-Tranquila, tranquila, cariño. ¿Estas viendo al buen mozo ese que te tiene loca desde hace tres años, verdad? – le dijo tomando sus manos para poder mirarla a los ojos.  

Cloe asintió y sus ojos comenzaron a empañarse.  

-Pues, está bien. Si es lo que tu quieres, no te sientas culpable. – le dijo con una sonrisa de labios apretados.  

-Ay, si ya ni se lo que quiero, es que es tan… tan… Te juro que no es solo el sexo, es como si con él pudiera hablar de todo, como si pudiera ser yo misma. Sin recuerdos tristes, sin vidas pasadas, incluso sin expectativas, porque me dijo que no cree en el amor, que no puede tener una pareja. – le dijo Cloe, sintiéndose algo tonta al confesarle aquello.  

Amaya se enfadó, pero decidió no agregar más pena a la confusión de su amiga.  

-Mira guapa, ese tipo tiene toda la pinta de ser un gilipollas…- le dijo y cuando Cloe alzó la vista y comenzó a negar con su cabeza Amaya alzó su mano para detenerla.  

-Déjame terminar. Tiene toda la pinta, el versito de no puedo tener pareja, no creo en el amor me tiene hasta el cuello. Pero se nota que te gusta, que te hace sonreír, que te hace olvidar esas penas con las cargas desde hace demasiado tiempo. – continuó colocando su mano sobre el corazón de su amiga.  

-Si crees que puedes con esto, continúa. Pero métete en la cabeza que los tipos como este no cambian. Los sapos no se transforman en príncipes por un beso, tía. Que siguen siendo sapos toda la vida. Así que si te da buen sexo, aprovéchalo, pero no le vuelvas a regalarle tus lágrimas, que vales mucho, Clo. – le dijo acariciando su mejilla con cariño.  

Una foto realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora